Crítica

'A song called hate': el documental sobre cómo un gesto pro-Palestina protagonizó la Eurovisión de Israel

Hatari, con la bandera de Palestina en Eurovisión 2019

Laura García Higueras

Pese a que Duncan Laurence fue coronado como ganador de Eurovisión 2019, el festival contó con otra gran protagonista: la bandera de Palestina, y por partida doble. En primer lugar, durante la actuación de Madonna, que sorprendió hermanando a nivel simbólico la citada insignia y la de Israel. La segunda, durante las votaciones, en las que los representantes de Islandia aprovecharon los segundos en los que fueron enfocados para mostrar el 'prohibido' estandarte.

El festival llevaba marcado por el conflicto desde la victoria de Netta en 2018, cuando más de 60 colectivos llamaron al boicot. Mientras tanto, a más de 5.000 kilómetros, la banda anticapitalista islandesa Hatari ideaba cómo “poner sobre la mesa cuestiones importantes”, y encontraron en el festival el mejor altavoz. Así, escribieron una canción poniendo sobre relieve la necesidad de un cambio en el sistema para evitar el triunfo del odio. Y de paso, con su participación, buscar la forma de dar un paso más allá.

Ese fue el germen de lo que acabaría derivando en una de las acciones más provocadoras de la historia del festival; a pesar de lo que les costó decidirse por qué hacer y el a ratos hostil camino que recorrieron. La buena noticia es que con ellos viajó la directora Anna Hildur, que no perdió detalle de su periplo. Como resultado, Filmin ha estrenado el documental A song called hate, que recoge cómo se gestó el significativo instante.

“Rebelarse es una parte saludable de hacerse mayor”

El documental, de 90 minutos, incrementa su interés a medida que avanza y se acerca a la estancia en Israel. Acierta de lleno al combinar las entrevistas con los artistas implicados, bailarines, jefa de vestuario, primera ministra de Islandia y otras figuras; con las imágenes de archivo que se corresponden con lo que el público vimos desde casa.

Vivir desde cerca sus dudas, reflexiones, contradicciones y miedo permiten conectar directamente con su causa y experimentar lo peligroso de su apuesta. “Rebelarse es simplemente una parte saludable de hacerse mayor, pero luego te encaminas en tus valores y posturas políticas”, valoran en la producción Klemens Hannigan, Matthías Haraldsson y Einar Stefánsson, integrantes de Hatari.

Tuvieron que esquivar las trabas que el propio festival quiso imponer, y gestionar la presión por las expectativas que generó que fueran elegidos como candidatos de Islandia. “Todo el mundo esperaba que hiciéramos algo”, rememoran. Una sensación que disimularon con sus indumentarias de cuero, lentillas falsas y constantes gestos impertérritos. Fuera de las cámaras de la prensa, pero delante de las de la cineasta, se percibe también su vulnerabilidad y temores. “Queremos criticar al gobierno de Israel con debate, con arte y con ideas mejor que con boicot”, es el mensaje que defendieron, aunque una vez allí se dieron cuenta de que solo con su tema no sería suficiente.

“Tráfico” de banderas

A song called hate permite ver seguir su recorrido de promoción, hablando con otros candidatos en ciudades como Londres y Madrid; además de reuniones online con el músico palestino Bashar Murad, a quien acaban conociendo en persona en su viaje al certamen. Una vez en Israel, visitan la ciudad palestina de Hebrón junto a un guía local y se adentran de lleno en sus restricciones.

Allí es donde entendieron la relevancia de la bandera ya que para los locales “al levantarla públicamente nos arriesgamos a ser arrestados”. Y claro, todo ello con la organización siguiendo sus pasos de cerca, levantando ampollas al mencionar el apartheid en una rueda de prensa y siendo llamados por Jon Ola Sand, CEO del festival, para advertirles de que estaban cerca de sobrepasar sus límites.

Por ello, el reto era también idear qué hacer y no exponerse a ser expulsados. Ahí fue cuando surgió la idea de llevar a cabo su acción durante las votaciones. Ahí ya habrían actuado y no podrían retirarles de la competición -en la que por cierto, acabaron décimos-. El problema se convirtió conseguir las banderas, ya que para acceder a Palestina tenían que pasar por exhaustivos controles. Así, como si de tráfico de drogas se tratara, consiguieron las insignias, que tuvieron que esconder en sus cuerpos.

Miki, representante español, protagonista colateral

Y sí, finalmente lo consiguieron generando una imagen para la historia. “Hubo abucheos, pero también apoyo”, recuerdan ya en Reikiavik. Pero antes, en los momentos en su vestuario posteriores a la acción, se palpa el miedo que sintieron, sabiendo que más de 200 millones de personas lo habrían visto en todo el planeta.

En medio de ese pico de tensión, aparecen dos personas que acuden a apoyarles: la jefa de prensa de la delegación francesa y Miki Núñez, representante español de 2019. El cantante catalán les da las gracias por lo que han hecho, les abraza y envía un mensaje a la cámara de cariño a toda Islandia. Y no se trata de su única aparición, antes, en imágenes de la PreParty en Madrid, se ve al triunfito preguntando a Hatari por su tema e intenciones.

Recordamos que dentro de OT 2018, la celebración de Eurovisión en Israel había sido criticada por varias concursantes del programa de TVE. Natalia Lacunza, María Escarmiento y Alba Reche, que en ese momento parecían ser quienes más papeletas tenían para ser elegidas como candidatas; fueron quienes más compartieron su disconformidad. “Es desafortunada la elección de la serie”, comentó la segunda.

Miki, con el tema La venda, fue finalmente el elegido, y vivió en sus propias carnes las protestas de asociaciones y grupos propalestinos; que vieron en la participación de España un posicionamiento a favor de Israel en medio de la situación de ocupación y conflicto que se vivía -y continúa- en los territorios palestinos.

¿Es posible un festival apolítico?

A song called hate es un valioso documento por las numerosas capas que añade a su relato. Seguramente muchos espectadores de Eurovisión 2019 recuerdan el momento, por el debate que generó y lo sorpresivo de encontrarse con una reivindicación ya en los últimos compases del festival. Lo importante de la película es que consigue explicar la intrahistoria de un instante que duró apenas unos segundos, antes de que los miembros de seguridad les quitaran las banderas.

Recorre calles de Palestina, de Israel, de las instalaciones donde se celebró el certamen, los dormitorios de la banda, sus reuniones y su debate constante sobre si estaban o no haciendo lo correcto. E incluso, si corrían el peligro de estar incluso traicionando tanto a su causa como a ellos mismos.

La envergadura de Eurovisión lo convierte en una fecha única cada año, en la que millones de personas se reúnen y sientan a disfrutar de un espectáculo global. Claro que las canciones y sus artistas son lo más importante; pero muchas veces cuesta separar lo que ocurre encima del escenario y lo que hay fuera. El documental tampoco pretende ser un alegato en contra del certamen, ni mucho menos, narra una valiosa historia que tuvo el festival como contexto. Ahora bien, una edición después -sin contar con la cancelada en 2020 por el coronavirus-, la presencia de Israel en el evento -dos días después de que haya anunciado junto a Hamás un alto al fuego tras once días de bombardeos sobre Gaza-, sigue generando controversia.

El pasado martes, mientras la candidata israelí Eden Alene se preparaba para cantar en la primera semifinal, un centenar de personas se dieron cita en el centro de eventos Ahoy de Rotterdam con banderas de Palestina exigiendo boicotear a Israel, acusando al festival de “apoyar crímenes de guerra” y “crímenes de odio” contra los palestinos. El conflicto sigue supurando y, quizás precisamente por ello, A song called hate llegue en un momento muy oportuno -que no oportunista- para volver a generar debate, sin adoctrinar.

“El odio prevalecerá, Europa se derrumbará, una red de mentiras se alzará de las cenizas, como una sola entidad”, rezaba la canción de Hatari denunciando un futuro a evitar que, esperemos, no lleguemos nunca a alcanzar.

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