Crítica

'Maricón perdido', una serie fantasiosamente real con la que Bob Pop le gana a la vida Mr. Wonderful

'Maricón perdido'

Marcos Méndez

¿Alguna vez te has preguntado por qué te gusta una serie? Los motivos pueden ser muy variados, y hasta podemos saber que nos gusta pese a que no es “buena”, o que simplemente es una serie que ya hemos podido ver otras decenas de veces y que ni tan siquiera quedará en nuestra memoria, o se entremezclará con otras tantas similares.

El canal TNT estrena este viernes 18 de junio Maricón Perdido. Una serie creada y guionizada por Bob Pop en la que el escritor repasa su propia vida mezclando realidad y ficción. Y fantasía y costumbrismo. Y tragedia y comedia. Y heridas y curas. E ilusiones y golpes. Mezclándolo todo, en realidad, como nos tenía acostumbrados en su sección de Late Motiv cuando partía de una anécdota personal para, después de acudir a varios referentes sobre todo literarios, acabar por ofrecer una metáfora sobre un asunto de actualidad. Una serie combativa y vital que sí quedará en nuestra memoria.

La producción de El Terrat demuestra que no hacen falta grandísimos presupuestos para hacer buena ficción. Que lo importante es tener una historia, y sobre todo saber cómo contarla. En Maricón perdido, de lo primero se encarga la propia trayectoria vital de Roberto Enríquez, al que todos conocemos como Bob Pop. De lo segundo, además de él mismo, se suma la acertada apuesta por el joven Alejandro Marín como director, que a sus 28 años firma su ópera prima acompañando al creador para tejer una verdadera revolución estilística en la que la realidad más costumbrista de los 80 y los 90 se entremezcla con la fantasía de la imaginación, el escapismo mental, el vodevil, la música, y hasta la inversión de colores.

Recursos y atrevimiento, al fin y al cabo, que hacen que la serie logre tener un estilo propio. Algo digno de resaltar más aún en estos años de multiplicación de las producciones, en los que en muchas ocasiones la cantidad prima sobre la calidad. Y aún así, al terminar de ver los seis capítulos de Maricón perdido, el principal poso que queda no es audiovisual, sino humano.

Realidad fantástica para reflexionar sobre lo importante

Cuando acabas un libro, no recuerdas en detalle sus páginas, sino que te quedas con una sensación general. Ese es el pretendido, y logrado, efecto de Maricón Perdido. Seguramente porque el alma de escritor de Bob Pop ha pretendido convertir la serie en un instrumento que, a través de su vida (que es otro instrumento), nos haga reflexionar sobre lo verdaderamente importante pese a las trabas y golpes que surgen por el camino.

Maricón perdido no es una frase de Mr. Wonderful. No te dice que si la vida te da limones, hagas limonada. Ni que sonrías a la vida porque ella te devolverá la sonrisa. Te dice que tengas cuidado para que no se te meta el ácido de los limones en los ojos, y que sonrías cuando alguien te haga sonreír. Que nadie espere un manual de autocomplacencia por lo mal que todos (desde su padre, a su madre, a sus “amigos”) se lo hicieron pasar a Bob Pop. Todo lo contrario: esto es lo que le ha pasado, esto es lo que le ha hecho así, esto es lo que le ha convertido en quien es, y a través de todo ello ha logrado tener una voz escuchada y respetada que al final del primer episodio recibe un emocionante homenaje con el propio Roberto Enríquez interpretándose a sí mismo como Bob Pop. Quizás el momento más emotivo de la serie, susceptible a lagrimeo orgulloso.

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La serie no oculta la dureza de algunos episodios de su vida, desde cuando fue violado y pensó que iban a matarle como él mismo contó en Late Motiv, hasta cuando le diagnosticaron con apenas 20 años una esclerosis múltiple que ahora le hace moverse en una silla de ruedas. Una manera de desplazarse que al principio tenía miedo de mostrar, y ahora luce en la serie al rodearse de amigos como Pedro Almodóvar (que le ha asesorado), Berto Romero (productor ejecutivo) y Andreu Buenafuente (presidente de El Terrat, la productora), en una especie de guinda al pastel de esta introspección audiovisual.

Maricón perdido también es miedo, como el que infunde Carlos Bardem encarnando al padre del protagonista, dando una lección interpretativa que no necesita siquiera de mostrar su rostro. También es egoísmo, como el de Candela Peña en el papel de la madre que sitúa el “yo” en el centro del universo de su hijo, y le coarta todos sus sueños. Un papel que la propia actriz ha querido aclarar en la presentación de la serie que es fruto de la ficción: “A la madre de Bob yo no la conozco, no sé quién es. Y él no me dijo 'tienes que hacer de mi madre'. Esto está escrito, es ficción”.

Pero la serie también es humor, con esa madre a la que Peña transforma en un personaje peculiar ante el que es imposible no reírse. Es luz, como la que aporta la amistad del personaje al que da vida Alba Flores, aún cuando también a ella la vida le da otro duro golpe. Es confianza, la que al protagonista le cuesta adquirir hasta que conoce al personaje de Ramón Pujol y éste le hace creer(se) en el amor. Es emotividad, como la relación que se establece entre el protagonista y su abuelo interpretado por Miguel Rellán, que le lleva por el camino de la lectura y se convierte en su único apoyo.

Ese camino, el de la lectura y la literatura, es uno de los ejes sobre los que pivota la serie. Igual que en sus artículos, o que en sus secciones, Maricón perdido está plagada de referencias literarias y musicales con las que Bob Pop muestra cuáles fueron sus tablas de salvación cuando la vida parecía no dejarle avanzar, a las que ahora devuelve el favor dándoles protagonismo. Una mezcla controlada y cuidada que, además de su valor como entretenimiento, hacen que la serie también tenga una añadido como prescripción.

Y pese a todo, el protagonista no es Bob Pop. Sí su historia, sí su ficción, pero no él. Lo que sucede es que tanto Gabriel Sánchez como Carlos González, que interpretan respectivamente al personaje en su adolescencia y su juventud, logran una continuidad en él que puede hacer creer que se ha seguido un plan de rodaje similar al de la película Boyhood, y que en realidad son el mismo actor al que han “esperado” para que creciese varios años y viviese los distintos sufrimientos (y satisfacciones) del personaje según su época.

Con ellos dos, Maricón perdido apuesta por la juventud y la novedad, al igual que con su director. Y acierta, como en todo lo demás, para convertirse en una serie combativa y vital que sí quedará en nuestra memoria.

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