Matadero, el acertado paseo de Antena 3 sobre la línea entre lo normal y lo inesperado
“La primera secuencia es una perfecta muestra de esta serie”, ha aventurado Sonia Martínez, responsable de ficción de Atresmedia, sobre Matadero durante la presentación en el Festival MiM Series. Y lo cierto es que el público puede obtener una buena muestra de lo que es este “thriller ibérico” que por momentos te deja fascinado y preguntándote por lo que acabas de ver.
Las continuas referencias a Fargo en la rueda de prensa no han hecho sino confirmar que Matadero ha bebido de esa aplaudida fuente. Y, por lo que hemos podido ver en el primer capítulo, lo mejor que se puede decir es que consigue aportar una gran visión “a la española”, incluso con más ritmo que la serie de la cadena FX.
Matadero, más que una “Fargo ibérica”
Desde el cachondeo, podría decirse que “una serie que empieza con una canción de Julio Iglesias no puede ser mala”. Y lo cierto es que en una creación como Matadero, hasta esa definición resulta adecuada.
Antena 3 tiene lista una nueva ficción que se nutre de una acertada mezcla entre el drama y la comedia, y que pese a que no quiere hacer reír ni presenta sus situaciones para ello, lo peculiar de muchas de ellas lo hace inevitable. Un consejo: si al verla crees que te ríes “por lo malo que es”, piensa si una producción de este tipo dejaría al aire algo tan importante.
Porque sí, el humor es importante en Matadero. De hecho es uno de sus ingredientes principales. Pese a no buscarlo, pese a no pretenderlo de forma obvia. Lo es porque consigue encontrar la comedia gracias a sus personajes y a las tramas, que en un solo capítulo ya se presentan con solvencia.
70 minutos como todas... pero a otro ritmo
El bonachón con prontos oscuros al que todo le sale mal (Pepe Viyuela), los matones con los que podrías tomar café cada mañana y hablar del tiempo (Ginés García Millán y Miguel de Lira), el gañán que busca triunfar por la vía rápida (Antonio Garrido), el capo local que se cree más importante de lo que es (Tito Valverde)... todos crean un universo “de pueblo” reconocible, con personajes cercanos. Y logran que Matadero sea difícil de comparar.
Habrá que confiar en la evolución de los personajes para que las mujeres adquieran más importancia y representen más que la mujer preocupada por su matrimonio (Lucía Quintana), la mujer soñadora (Carmen Ruiz) y la Guardia Civil novata y entregada (Camila Viyuela). Y lo cierto es que el final del capítulo da esperanzas en este sentido.
¿Demasiados personajes, localizaciones y sucesos en un capítulo? Al leer esto podría pensarse, pero la verdad es que el ritmo de presentación de todos ellos, y las situaciones verosímiles en las que se encuadran a medida que se va desarrollando la trama, lo hacen ameno y natural, y permite no dar esa sensación de “lentitud” que últimamente tanto se achaca a las series españolas (malditos 70 minutos...).
Este “nuevo costumbrismo” sí que engancha
El extremo cuidado por la fotografía y la imagen ya es algo habitual en la ficción española, y Matadero no falla a esa premisa, que no por habitual deja de ser menos destacable. Pero es que hasta su presentación a lo videojuego con cerdos (sí, videojuego con cerdos) consigue sorprenderte y sacarte una risa, igual que sus cambios de fondo musical acompañarte y situarte en cada una de sus muchas localizaciones, en una apuesta que se agradece por no pisar un plató y grabar todo en exteriores.
Esta serie no es cuestión de “costumbrismo”, sino de partir de ese término convertido casi en razón de ser para elaborar algo diferente y que realmente resulta novedoso en la televisión española. Algo que el público aceptará si es capaz de dar una oportunidad a su “humor no buscado”.
La típica reunión familiar con pullas. Esa salida a tomar el fresco en plena calle del pueblo sobre dos sillas de madera. El bar de carretera añejo con su camarero harto de poner cafés... y de repente un disparo a la cabeza, un “empresario gallego” que reclama su papel, un tío sin dedos, otro acribillado a balazos, una barra atravesando el cráneo. Transitar esa fina línea entre lo normal y aburrido, y lo inesperado y sorprendente. Eso es Matadero.