La segunda temporada de El cielo puede esperar se despide este domingo 4 de octubre de #0 de Movistar+ con la “muerte” de Rozalén. Una edición que ha imaginado el sepelio de figuras tan diversas como Cristina Pedroche, Pepe Rodríguez, María Teresa Campos, Juanra Bonet y Blanca Suárez, entre otros, que han ofrecido su complicidad, junto con la de sus familiares y compañeros de profesión para hacer un programa único en la parrilla televisiva.
Se trata de un formato original creado por LaCoproductora y Movistar+ que logra poner humor al momento más dramático que solemos experimentar en nuestra cultura: la muerte. Lo hacen con la particular chispa de Alberto Casado, como maestro de ceremonias, y las anécdotas del “fallecido” y los invitados a su funeral, pero en realidad los que logran caminar por esa fina línea entre el drama y la comedia son sus guionistas.
Por ello hablamos con Carlos Langa, que nos desgrana el trabajo que hay detrás de un programa tan original que a los protagonistas que pasan por él había que convencerles, en un principio, porque no veían clara su participación.
¿Cuántos guionistas trabajáis tras 'El cielo puede esperar'?
En la primera temporada éramos dos, más tarde se incorporó otra, por lo que en esta última hemos sido tres. Es un programa con mucho guión, pero que está muy vivo (irónicamente) porque está hecho sobre lo que nos han contado ellos.
Todo lo que dicen los invitados y el “muerto” es guión, pero ¿cómo lo trabajáis para escoger las mejores historias y quedaros con lo más llamativo?
Hablamos con el muerto tanto los redactores como los guionistas y nos dice quiénes quiere que estén en su funeral. Desde redacción se ponen en contacto con ellos, se les entrevista durante una hora o más y nos cuentan anécdotas, características del “muerto”…. Con ello hacemos un pequeño monólogo de 3 o 4 minutos. Todo está guionizado pero no todo entra, después en edición se deja con la duración adecuada.
Son muchas horas de entrevistas, entonces, porque hay muchos invitados…
Sí, es un trabajo de producción bestial, porque reunir a tantos rostros conocidos, cuadrar agendas, lograr las actuaciones y juntarlos en un día es complicadísimo.
El espectador ve un trocito del monólogo escrito por vosotros, ¿pero es más largo en realidad?
Sí, suele ser más largo. En edición a veces se corta porque el “muerto” también va retomando lo que ellos cuentan y lo amplía, lo matiza… con lo cual se queda más corto de lo que en un principio era.
¿Las bromas que se gastan entre los invitados las proponéis vosotros o surgen de ellos?
Suele ser de guión también, no recuerdo que nadie se haya negado, ni si alguien ha propuesto algo, pero sí suelen decir lo que les escribimos sin problema.
Después de dos temporadas, ¿quién es tu invitado soñado para presenciar su funeral?
No sé si alguien en particular pero el programa funciona bien cuando el invitado participa activamente, cuando hay verdad. Eso se nota mucho. El de Leiva, que fue el primero, mucho más atrevido porque no tenía referentes y lo recordamos con cariño. Los músicos suelen ser muy divertidos.
También Javier Gutiérrez fue maravilloso y emotivo, que es lo complicado del programa porque tienes que esta a caballo entre la risa y el homenaje. Pepe Rodríguez también recogía bien todo lo que ocurría en el limbo. Cuando eso surge es cuando funciona.
Leiva fue el primer invitado que tuvisteis, ¿costó convencerle para un formato tan particular?
La primera temporada les sonaba a chino a todos los que les proponíamos venir, porque era proponerle a la gente que se imaginara que moría. Fue complicado de vender. Pero cuando se animó Leiva a inaugurar el programa ya fue más sencillo todo.
Cuando vimos el resultado de esa primera entrega fue muy gratificante, por conseguir juntar a toda esa gente que juntamos y hacerles participar y que ellos jugaran.