'Murder One': 25 años de la obra maestra olvidada que abrió la puerta a la televisión moderna
Cada espectador puede señalar qué series televisivas contribuyeron a cambiar el medio y abrir caminos a propuestas de mayor complejidad que trascendían el esquema habitual de episodios autoconclusivos. Se suele hablar de Twin Peaks, Los Sopranos, El ala oeste de la Casa Blanca o The wire, de Expediente X, The shield e incluso de 24 por su apuesta por la narración en supuesto tiempo real. Una de los habituales olvidados es Murder one, creado por un clásico de la ficción televisiva, Steven Bochco, junto a sus colaboradores Charles H. Eglee y Channing Gibson. Quizá no es de extrañar porque otra importantísima aportación de su creador, Canción triste de Hill Street, tampoco suele aparecer en estas quinielas.
En 1981, Canción triste de Hill Street causó impactó porque expandió las convenciones de la televisión generalista de la época. Bochco, que se había fogueado escribiendo guiones para series como Colombo, puso los fundamentos para que la ficción policial comenzase a modernizarse: empleó una estética agitada y una puesta en escena bulliciosa que buscaba un cierto verismo desmitificador, contó con un grupo coral de personajes recurrentes cuyas relaciones cambiaban con el tiempo… y explicó tramas de largo desarrollo, además de conflictos más acotados al capítulo semanal concreto.
Una vez consolidado el éxito de esta apuesta relativamente rompedora, Bochco prosiguió en ese camino mediante los éxitos perdurables de La ley de los Ángeles (estrenada en 1986) y Policías de Nueva York (estrenada en 1991). Su propuesta más ambiciosa quizá nació antes de tiempo. Lo que proponía Murder one, cuyo primer capítulo se emitió por primera vez el 19 de septiembre de 1995, fue demasiado audaz para su época: una temporada de veintitrés capítulos volcados en una sola trama, en el caso de asesinato de una adolescente en Los Ángeles y las andanzas de varios abogados que mantienen relaciones diversas con los sospechosos del crimen.
En la premisa podían verse ecos de la mítica Twin Peaks. Ambas propuestas partían del hallazgo del cadáver de una joven, de una imagen de destrucción de bellezas e inocencias. David Lynch también había trabajado una sola trama de asesinato a más de diez capítulos vista. Con todo, el enfoque autoral y excéntrico de su obra la convertía en algo especial, en un OVNI televisivo que cuidar. Murder one, en cambio, tenía que ser solo una serie de abogados. Pero era una serie de abogados de una ambición casi desafiante.
En un mundo oscuro
De nuevo, Bochco trabajaba para una televisión generalista que dependía de los índices de audiencia y no de las suscripciones. Como buen posibilista, incluyó alguna concesión en su propuesta de riesgo: incrustaba tramas secundarias que duraban un solo capítulo y que facilitaban que un espectador casual no se sintiese tan perdido. Aún así, ese enfoque suponía una fuerte inversión respecto a dinámicas previas: la trama de largo alcance era el grueso de la serie, y las situaciones que se resolvían en cada episodio eran un complemento.
Algunas reacciones fueron muy hostiles. Los responsables de la obra parecían haber cometido un pecado de presuntuosidad. ¿El espectador televisivo, concebido entonces como perezoso y amante del cambio impulsivo de canal, debía encadenarse a una serie de trama continua y sin respiro durante seis meses de cita semanal? ¿Los diálogos no eran demasiado ambiciosos, demasiado largos, demasiado elaborados, casi petulantes?
Vista hoy en día, Murder one se mantiene como una ficción de primer nivel en el desarrollo de una trama sostenida, en la creación de diálogos y también en la caracterización de personajes. En este último aspecto, Bochco y compañía contaron con algunos rostros conocidos de proyectos previos, comenzando por un Daniel Benzali que ofreció una carismática interpretación como el imponente abogado estrella Teddy Hoffman. Le secundaban nuevos fichajes como Patricia Clarkson o Stanley Tucci (nominado a un Emmy por su trabajo en la serie), que encarnaba a un inquietante magnate.
Algunos detalles efectistas de montaje y posproducción nos recuerdan que estamos ante una obra a caballo entre dos épocas: las herramientas analógicas comenzaban a ser desplazadas por la progresiva digitalización del medio. En los créditos iniciales se hace un uso algo hortera de la creación de imágenes computerizadas, que debilita el efecto de un sugerente tema musical a cargo de Mike Post. El compositor de las sintonías de las mencionadas Canción triste de Hill Street, La ley de los Ángeles o Policías de Nueva York, pero también de El Equipo A, Ley y Orden o la versión clásica de Magnum, recibió su único premio Emmy por ese trabajo.
Crónica de un pseudofracaso persistente
El trabajo legal de Hoffman y su bufete de abogados es el eje principal de esta serie donde, como afirmaría después el icono televisivo Gregory House, “todo el mundo miente”. O casi. Un crimen propulsa una serie de acontecimientos que salpican a multimillonarios arrogantes, niñatos de Hollywood adictos a las drogas, psicólogos sospechosos… La representación del mundo del espectáculo y de las élites sociales es tenebrosa: dominan la hipocresía y los intereses turbios, a veces compartidos en redes secretas de complicidad entre personajes.
En el mundo de Murder one, las puyas entre letrados y agentes de policía rozan el trash talking de un partido de la NBA, aunque raramente se pierdan las formas. Y no hay que olvidar el talante siniestro de la trama principal: una menor de edad que mantiene relaciones sexuales intrínsecamente abusivas con adultos poderosos, a cambio de dinero y drogas, es asesinada durante lo que parece un juego sadomasoquista. Bochco complementaba ese relato sobre élites corruptas y corruptoras con la escenificación de circo mediático. En este aspecto, se inspiraba en un tema entonces candente en su país natal: la cobertura del juicio por asesinato del deportista y actor O. J. Simpson.
Los agoreros tuvieron razón: la apuesta era demasiado ambiciosa. Murder one alcanzó nueve nominaciones a los Emmy, pero los inicialmente prometedores índices de audiencia fueron debilitándose en los Estados Unidos. La gran recepción en el Reino Unido no suponía un contrapeso suficiente a esa decepción. En España, la serie se emitió en Telecinco en un emplazamiento favorable (compartía noche con una Expediente X en auge) con resultados discretos.
Aún así, Murder one tuvo una segunda temporada. Según explica en su libro de memorias, Truth is a total defense, el mismo Bochco hizo más concesiones para intentar que el visionado de la obra fuese más fácil, menos exigente. La segunda temporada constaría de tres grandes arcos argumentales que se encabalgarían: cuando un arco estaba terminando, el siguiente comenzaba a desplegarse. El mismo creador sería consciente de que, sin el concepto original, la propuesta quedaba desdibujada: “Fue como quedarse ligeramente embarazada. O lo estás o no lo estás. Y nosotros no lo estábamos”, recordó.
Bochco tomó otra decisión de riesgo de cara a la nueva tanda de episodios: prescindir de Benzali, la estrella emergente de la serie. Fue audaz al contratarle (daba el protagonismo a un actor secundario en las antípodas de los galanes televisivos) y también al despedirle. En Truth is a total defense, el showrunner da una versión bastante escatológica de los motivos del divorcio artístico: el actor llegaba sistemáticamente tarde a los rodajes por su ritual particular de tomar un café y esperar el momento de la defecación antes de salir de su hogar. Su ritual no podía adaptarse ni en los horarios ni en los lugares, aunque la producción le ofreciese una casa más cercana al lugar de rodaje.
Veinticinco años después, el recuerdo de Murder one languidece injustamente. Las correspondientes ediciones videográficas en formato DVD están descatalogadas, aunque pueden localizarse con cierta facilidad en mercados de segunda mano. Y las plataformas digitales no suelen recogerla en su catálogo, aunque sea uno de los principales eslabones (¿perdidos?) que une la televisión postclásica de Canción triste de Hill Street hasta Expediente X con el auge de una nueva seriefilia que explotó con el cambio de siglo. ¿Hacemos memoria?