A las puertas del infierno
Esta vez voy a intentar sorprenderos trasladándoos al lugar más bajo, caluroso, seco e inhóspito de la tierra (y no, no me refiero a Hoyo de Manzanares en pleno mes de agosto).
Suena bien, la verdad, pero si además os digo que allí se encuentran montañas de sal, mares petrificados, llanuras infinitas de ardiente sal y arena quemada, volcanes en erupción, y una de las tribus más hostiles de África, entonces seguro que encontraréis este reclamo irresistible del todo.
Así lo sintió Nesbitt el primero que se aventuró a cruzarlo y sobrevivió para contarlo, después Rimbaud y luego Thessiger, y así lo sentí yo muchísimo después. Uno tras otro, todos fuimos acabando por allí, almas nómadas atraídas por tierra de nómadas. Es allí, en el Danakil, donde dicen que Etiopía guarda celosamente la Puerta de la Tierra y el silencio del desierto.
Me obsesionaban especialmente tres joyas escondidas en aquel desierto, alejadas, inaccesibles, exigentes, a salvo de turistas Simpson, sólo para mí: el lago Abbe, el lago Assal y, sobre todo, el Dallol, el único volcán del mundo por debajo del nivel del mar y el sitio más caluroso de la tierra. Como podéis imaginar, fui para allá varias veces, entré por Etiopia, por Yibuti, por todos los caminos. Tenía que quitarme esa obsesión, pero ni por esas. Fui por eso y por mi colección, porque no sólo colecciono desiertos, también tengo mi particular atlas de lugares imposibles. En él están marcados aquellos lugares tan espectaculares como extraños donde el mundo real y el de los sueños parecen estar separados por una línea muy delgada. Y así es el Dallol, paisaje lunar, pero casi igual de inaccesible, un lugar imposible.
De aquellas expediciones pasadas me quedo con la de Nesbitt, el primero en cruzarlo de norte a sur que exploró la zona durante tres meses y medio con una caravana de poco más de 20 camellos. Al terminar describió el lugar como “una tierra de terror, de dificultades y de muerte”. Y no exageraba. Yo mismo pude comprobar la dureza de atravesar esas tierras abrasadas en días de calma sofocante o azotado por fuertes vientos cargados de polvo. Menos mal que yo no me quejo (casi) y que al final del día el puesto militar de Ahmed Ela, a los pies del Dallol, tenía unas cervezas, de esas tan frías que sudan por si solas… Volviendo a la expedición de Nesbitt, por aquel entonces los Afar controlaban todas las rutas del desierto hacia el norte y eran conocidos por su salvajismo y agresividad, siendo su trofeo preferido los testículos de sus enemigos. De hecho, las tres expediciones que le precedieron fueron masacradas y según la tradición Afar sus testículos pasaron a formar parte de algún bello collar de cuentas, muy ponible. Nesbitt lo consiguió, aunque en varias ocasiones puso en peligro su posible descendencia, llegando a perder a varios de sus hombres por los ataques de los Afar.
Reconozco que también me atrae la aventura de Rimbaud, el viajero perpetuo. Quería comerciar con los Afar y para ello organizó una caravana de más de 100 camellos que atravesó el desierto hasta Tadjoura, en Yibuti. Único extranjero rodeado de un millar de peligros. Así se sentía, pero también lo consiguió. Salió desde Harar, la ciudad santa. Cerrada a los extranjeros hasta que Richard Burton cruzó sus puertas por primera vez. Noventa y nueve mezquitas, una por cada uno de los nombres de Alá. Impresionante la llamada a la oración del atardecer. Harar, la ciudad mercado, irresistible. La mejor época para llegar allí es en abril, cuando florecen las jacarandás y cubren la ciudad con un manto púrpura, y un paseo de buganvillas te marca la salida hacia el desierto. Tenéis que ir en abril.
Si por algún casual no tenéis a mano un centenar de camellos ni un par de meses para recorrer con tranquilidad el Danakil, no os preocupéis, que hay opciones menos exigentes y altamente gratificantes. Solo tenéis que llegar en avión hasta Mekele y desde allí bajar hasta la localidad de Ahmed Ela. Antes de llegar podréis ver algunos bosques de mimosas o aislados arboles dragón, pero, a partir de Ahmed Ela, el desierto manda, alguna raquítica acacia a la que la muerte encontró de pie y poco más hasta llegar al Dallol. Allí la tierra hierve, más todavía, y los humeantes geiseres han esculpido extrañas formaciones junto a charcas de colores irreales. Un espectáculo único e indescriptible.
No muy lejos está la montaña de sal, con otras formaciones tan diferentes como insólitas, y hay llanuras de sal, un lago de aceite y, por supuesto, las salinas donde trabajan los extractores y los talladores de los bloques. Cada atardecer es posible ver largas caravanas de camellos transportando la sal extraída para venderla en el mercado de Berahile. Quedan pocas caravanas como éstas, un mundo perdido que se niega a desvanecer, otro espectáculo impresionante.
No muy lejos, pero por la peor pista del mundo, se encuentra el volcán Erta Ale, uno de los pocos del planeta con una laguna de lava en el cráter. Subid y probad a dormir a escasos metros del cráter. Este es el último espectáculo que os propongo por hoy.
Nesbitt, Rimbaud y Thessiger tardaron cada uno más de 60 días en explorar este desierto, pero bastan tan solo cuatro para recorrer el Dallol, visitar llanuras de sal, subir a un volcán en actividad y ver alguna de las últimas caravanas atravesando el desierto. Parece que la falta de tiempo ya no va a valerte como excusa, búscate otra.