Lea tenía once años cuando su mundo cambió para siempre. Había sido una joven pionera, recitado poemas al Partido, intentado poner la foto del 'tío Enver' en el salón de casa y abrazaba la estatua derribada de Stalin cuando escuchó por primera vez que no era libre. Entonces, era sólo una de tantas que vieron cómo todo se transformaba de repente. Hoy se ha convertido en la voz que mejor ha sabido trasladar su historia: la de la caída del socialismo en Albania. En dos años, Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia (publicado en España por Anagrama) ha sido traducido a treinta idiomas y ha llegado a miles de lectores.
Con este libro como guía de viaje volamos hasta Albania, donde conoceremos a Doli, madre de la autora y personaje imprescindible en su relato, a su hermano Lani, que nos cuenta cómo vivió algunos de los momentos que han marcado la historia de su país, y con Arlinda, la editora que se atrevió a publicar una historia que sabía que no sería fácil de contar en su país.
Un país rodeado de enemigos
Para Lea, el mundo se dividió durante años entre el este revisionista y el oeste imperialista. Aislada entre las montañas de Dajti y el Adriático, los dos flancos que permitían captar alguna señal del exterior, Albania había roto con Yugoslavia en los 40, con la URSS en los 60 y con China en los 70, y las relaciones con sus vecinos (técnicamente en guerra con Grecia) alimentaron la paranoia de un líder volcado en combatir a sus enemigos. Reflejo de ello son los 173.000 búnkeres, según National Geographic aunque difiere entre fuentes, –antes secreto de Estado– que se construyeron a lo largo del país.
Toneladas de cemento de las que hoy se pueden visitar el BunkArt1 y BunkArt2 en Tirana (la capital), o el túnel de la guerra fría en Gjirokaster. Aunque no es raro encontrarse por sorpresa con lugares como este túnel convertido en tienda de antigüedades en el bazar de Gjirokaster, ciudad natal del dictador Enver Hoxha.
Situado en el centro de la capital, el BunkArt2 ha sido transformado en un museo que permite pasear por decenas de habitaciones y laberintos subterráneos construidos para refugiarse en caso de ataque nuclear.
Entre salas de descontaminación y despachos que repasan la historia de antiguos ministros de Interior (muchos de los cuales acabaron acusados de espionaje), encontramos aparatos de la policía, montajes de escucha, listas de presos políticos entre los que hay antepasados de la autora o una silla de barbero donde albaneses y turistas se harían alguno de los cortes de pelo permitidos por el régimen.
El fin de la historia
En el bazar Pazari i Ri, en Tirana, una etiqueta amarillo fosforito con el precio sobre la calva de Lenin resulta la metáfora más visible del devenir de este país. Junto a su busto, en este mercado, entre telas, especias, tabaco y muchos frescos, encontraremos carnets del Partido Comunista a 30 euros y pasaportes a 60. Documentos con nombres y apellidos junto a objetos que se apoderan de todos los sentidos de la palabra souvenir. Gorras con la estrella roja bordada, cantimploras con emblemas o álbumes que coleccionan pines con líderes comunistas, acompañados de utensilios de cocina y aparatos electrónicos. Molinillos, pipas de madera, cucharillas. Cascos que alguien llevó alguna vez en una guerra.
Aunque los símbolos comunistas han desaparecido de sus calles, la historia sigue presente en rincones como el Nuevo Bazar de Tirana que, como tantas otras cosas, fue reconstruido recientemente. Y es que las obras resultan algo casi habitual en un lugar donde, en los últimos años, decenas de rascacielos han empezado a interrumpir las vistas a Dajti para dar paso a hoteles que acogen un incipiente boom turístico, como el recién estrenado Downtown one con más de 40 pisos.
Blloku y el 'tío Enver'
Tampoco el antiguo Barrio de los Dirigentes (Blloku) sería fácil de reconocer por quienes habitaron este espacio restringido durante décadas a la élite del Partido, en el que ahora se cuelan franquicias de comida rápida o los cafés y restaurantes más cotizados de la capital. A él se accedía a través de un checkpoint ubicado en el actual Memorial Postbllok, que combina un trozo del muro de Berlín con unas vigas de hormigón extraídas de una prisión y la entrada a un búnker.
La mansión donde Enver Hoxha vivió hasta su muerte sigue intacta desde 1985. Aunque cerrada al público, en un reportaje publicado en The Guardian pueden verse imágenes de su interior con curiosidades como el sótano con piscina que comunica vía túnel con un búnker subterráneo. Eso sí, al pasear alrededor, no encontraremos ningún indicativo que ayude a identificarla; reflejo del dilema de las instituciones locales que llevan años sopesando si destruirla o mantenerla.
“Me acuerdo muy bien de cuando el sistema colapsó”, nos cuenta Lani Ypi, hermano de la autora de Libre, cuando nos encontramos con él en la ciudad de Durres. “Antes [del 91] todos tenían la foto de Enver en su casa. Pero un día me desperté y escuché voces que gritaban 'Enver, Enver'. Corrí calle abajo y vi que había mucho ruido, gente manifestándose, destruyendo fotos de Enver. Quemaban las fotos, quemaban los libros, lo destruían todo”.
Igual de incierto fue el destino de la pirámide que el dictador hizo construir para su mausoleo. Esta caería en desuso en los 90 para convertirse en discoteca, luego en centro comercial y sede de la OTAN en 1999. Hoy luce teñida de blanco tras otra reforma integral que busca (de)mostrar la transformación de Albania tras la caída del socialismo.
Su tumba es otro ejemplo más de que los tiempos han cambiado. Ahora casi imposible de encontrar, fue desplazada en el 92 desde el cementerio nacional de los Mártires de Albania a uno mucho más pequeño donde su nombre se confunde entre el de miles de anónimos.
'House of Leaves': el museo de la vigilancia secreta
Dicen que el murmullo de las hojas al caer, suave y constante, recuerda a los susurros de quienes rumoreaban sobre lo que aquí dentro sucedía; de ahí su nombre, House of Leaves (casa de hojas). Este edificio situado en Tirana y rodeado de leyenda alojó la sede de los servicios secretos albaneses, conocidos como Sigurimi.
Dentro, despachos, fotografías y documentos (algunos censurados) de la época con el sello del Partido Comunista y la firma de Enver Hoxha se mezclan con decenas de aparatos (grabadoras, mesas de sonido, microcámaras, radios y walkie talkies), un manual para poner dispositivos de escucha en paredes, marcos y zapatos, una sala que recorre las películas de espías ambientadas en Albania y un gran laboratorio de revelado.
El espionaje de Estado, que aparece en Libre con algún sobre abierto antes de llegar a su destino, se viviría –según nos cuenta su familia más adelante– como algo casi imperceptible para unos u omnipresente para otros (las familias perseguidas de la que los Ypi formarían parte).
La libertad
“En el pasado te detenían por querer irte del país. Pero después, cuando ya no estaba prohibido emigrar, no éramos bien recibidos fuera de nuestras fronteras. Lo único que cambió fue el color de los uniformes de la policía. Nos arriesgábamos a que nos detuvieran, no en nombre de nuestro propio gobierno, sino en nombre de otros estados, los mismos que en el pasado nos habían incitado a liberarnos”.
En nuestro viaje, pasamos por Durres, en la costa, para encontrarnos con la familia de Lea Ypi en un restaurante junto al hotel Adriatik al que llegaban algunos turistas escapados durante la dictadura, a quienes Lea detectaba por su inconfundible olor a protector solar. Solo podían coincidir con ellos en el agua ya que en la playa una gran zanja separaba a locales de extranjeros.
Pegada a este hotel estaba una de las viviendas requisadas de la familia de Doli, madre de Lea y personaje imprescindible de Libre, que nos cuenta cómo cuando la recuperó años después, la encontró equipada con dispositivos de escucha. “Espiaban a los turistas”, relata.
Proveniente de una familia burguesa, Doli pasó de ser profesora de matemáticas en la Albania socialista a limpiadora en Italia después de convertirse en una de las únicas mujeres en los primeros años de la democracia en dar mítines frente a miles de personas con el partido de Sali Berisha. De él no guarda un recuerdo agradable.
“En el segundo congreso del Partido Democrático, (Sali Berisha) era el jefe del partido, y se hizo sin posibilidad de voto secreto. Él quería que se votase a mano alzada y yo le dije: 'Presidente, ¿qué haces? La democracia es poder votar en secreto'”. No lo consiguió. “El partido me quería pagar un sueldo, pero no acepté. Si me daban un sueldo me podían decir lo que tenía que decir”, cuenta sobre su intento de ser una política independiente. “Cambiaron los partidos pero no cambiaron las personas”.
Poco después, el colapso del sistema financiero por las estafas piramidales llevarían a Doli y a Lani (su hijo) a escapar de Albania durante los disturbios del 97 para llegar hasta Italia en el Vlora. El mismo barco que, tras la caída del régimen, había aparecido en todas las televisiones europeas.
“El día que estalló la Guerra Civil”, cuenta Lani Ypi, “un barco salió desde el puerto de Durres hasta aquí. Nunca antes había pasado. Le dije a mi madre 'están viniendo, vamos, vamos'. Y simplemente, nos fuimos. Sin pasaportes, sin nada de nada”. “Sin zapatos”, añade su madre, “cobraban mil antiguos marcos por persona. Mi hermano estaba allí y pagó por nosotros, porque yo no llevaba nada encima”.
Pensé que aunque emigrar fuese difícil, aquí sería todavía más difícil. La gente me decía: hay pistolas en el barco. Pero también había armas en tierra“, cuenta Doli. Desde allí, irían al campo de refugiados de Bari. ”Cuando hablé con húngaros, polacos y rumanos me di cuenta de que en esos países, la religión seguía existiendo. Aquí todas las mezquitas e iglesias estaban prohibidas“.
No hemos terminado de comer cuando el camarero llama a Lani en privado. Pronto entenderemos lo que está sucediendo. “Me ha dicho: '¿sabes que la chica está grabando con el móvil?' ¡Sí, lo sé!”, dice al volver. Aunque se ríe a carcajadas, los dos entendemos el subtexto. La psicosis de una sociedad que guarda, en la memoria, el espionaje de Estado.
Tampoco pierde la sonrisa cuando nos cuenta que su infancia fue mucho más dura que la de su hermana Lea. Cuando cayó el régimen, tenía seis años y tuvo que dejar los estudios y no había colegios a los que acudir. “También los disturbios del 97 marcaron a mi generación. Yo tenía 11 años y veíamos a todo el mundo disparándose. Así que cuando te decían: '¿a qué quieres jugar?' Jugábamos a las pistolas”.
Tras repasar los momentos más difíciles de sus vidas, nos despedimos para dar un último paseo por la ciudad portuaria de Durres: localizar la casa familiar y el antiguo Palacio de la Cultura donde la caída de la estatua de Stalin da comienzo a este fin de la historia que narra Ypi en Libre. Resultará casi imposible. De nuevo, la falta de documentación hará que algunos de los años más difíciles de este país desaparezcan de su historia.
“Un libro donde los héroes no existen”
Mientras cada vez más turistas aparecen en Albania atraídos por la historia narrada por esa niña convertida en profesora de filosofía política en la London School of Economics, para quienes lo vivieron, este no es un libro fácil de digerir.
Para los nostálgicos, resulta demasiado crítico; para otros, demasiado amable, escuchamos. ¿Es una historia al gusto de nadie? El último día del viaje, nos acercamos hasta la encantadora librería Babel (con sección internacional) que Arlinda Dudaj, editora de Libre en Albania, acaba de inaugurar para hacerle esta y más preguntas.
“La dictadura es un tema extremadamente difícil en Albania. Hubo un cambio de roles repentino en el que, inmediatamente después de la caída del régimen la gente decía 'todo en el comunismo estaba mal y yo era un héroe'. Pero en este libro esos héroes no existen”, responde. “Lea sólo cuenta la verdad. Su verdad”, especifica. Una historia que pese a ser la de una familia nada convencional puede resultar universal, unas memorias que pese a ser autobiográficas superan a la mejor de las ficciones.
Aunque el éxito ha traído también críticas, se siente especialmente orgullosa: “Es uno de los mejores libros que he publicado en mi vida”. Desde que abrió su editorial (Dudaj), hace ya 23 años, esperaba una historia como esta.
“Yo también estaba esperando una historia como esta”, me dan ganas de decirle, pero simplemente asiento y noto el peso de la responsabilidad. La de escribir algo a la altura de este viaje, de estas gentes, de este libro que me ha traído hasta aquí. La de ayudar a contar la historia de un país aún para muchos desconocido.