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Abderramán III, Vox y los que nunca seremos españoles

Foto del busto de Abderramám III en su emplazamiento original en la localidad zaragozana de Cadrete.

Moha Gerehou

Hace unos años, cuando estar en Twitter me generaba una menor carga psicológica por los insultos y amenazas, solía interactuar con trolls. En conversación con uno de ellos, recuerdo que me decía que yo no era español, pese a haber nacido en Huesca. Decidí entrar al trapo y le pregunté si aplicaría esa nacionalidad a un hipotético hijo que tuviera en España.

La respuesta fue increíble.

Contestó que tampoco, que para ser español hay que serlo de, al menos, doce generaciones. Sí, doce. DOCE. Aquello me provocó risa en el momento, pero me trajo a la mente dos reflexiones relacionadas con el racismo y la migración que el caso de Abderramán III, cuyo busto Vox ha ordenado retirar en la localidad zaragozana de Cadrete, vuelve a poner sobre la mesa.

La idea del eterno extranjero siempre sobrevuela. Abderramán III nació en Córdoba, al igual que varios de sus antepasados. Hay que pasar más de cinco generaciones para encontrar ascendencia nacida fuera del territorio que hoy se entiende como España. Como describe el historiador José Luis Corral, el susodicho era rubio y con los ojos azules, casi pelirrojo.

Pero la cosa no va del aspecto físico ni del lugar de nacimiento. Se llamaba Abderramán y eso es un nombre moro-moro, no español-español, y eso en el ideario que Vox lleva más lejos, pero que está impregnado en la sociedad, no vale. Hay una idea de españolidad en la que solo caben unos con un color de piel, origen, ideas, religión y costumbres determinados, y todo lo que se sale de ahí es extranjero, negativo y enemigo. Se consideran seres que, según su altísima autoestima, han sido tocados por la varita mágica prodigiosa de la españolidad, sin tener en cuenta el azar que les colocó en este territorio y no en otro.

No estamos en el siglo X en el que Abderramán III era considerado “el señor de Hispania”, pero tal vez la ideología de algunos no haya avanzado desde entonces (con todos los respetos a los ciudadanos de la época). Tampoco una legislación que tiene importantes grietas. Hoy en España oficialmente la nacionalidad se obtiene directamente de los padres de uno, lo que se conoce por ius sanguinis. Según especifica el Ministerio de Justicia, son españoles de origen “los nacidos de padre o madre española o/y los nacidos en España cuando sean hijos de padres extranjeros si, al menos uno de los padres, ha nacido en España”. Eso explica por ejemplo, que personas nacidas en este territorio no puedan ejercer el derecho al voto pese a llevar toda su vida aquí, como denunció recientemente una campaña liderada por Safia El Aaddam.

En el día a día, ese constante “¿De dónde eres?” que busca la correlación entre el lugar de nacimiento y el “elemento extraño” correspondiente [inserte color de piel/etnia que no sea blanco] proviene de la misma lógica. Las preguntas no terminan hasta que no se sabe por qué, pese a nacer en España, entras en la estructura cerrada de españolidad: blanco, católico, pelo moreno o rubio y nombre español o cristiano. Esto hace que a veces me vea en situaciones en las que reivindico mi españolidad casi con la misma frecuencia que un dirigente de Vox. “Eh, que soy español”, una y otra vez.

Es difícil definir la españolidad en tiempos en los que este significado está cada vez más en el debate, con sectores que no se sienten cómodos bajo esta etiqueta. En una época en la que esta acepción se trata de redefinir desde varios ámbitos, la perspectiva migrante y racializada tiene que estar presente. Porque es una realidad de hoy y de siempre. Por ejemplo, el historiador Antumi Toasijé habló recientemente de la presencia de población africana negra en las Islas Baleares. La periodista Lucía Mbomio realizó una serie de entrevistas con población afrodescendiente preguntando, entre otras cosas, qué es ser español.

La diversidad racial no es una realidad de hoy, ni de ayer, sino que siempre ha estado allí. Y eso no va a cambiar. Lo que sí deben desaparecer son las ideologías y las estructuras racistas que se empeñan en encerrar, excluir, separar y acabar con quienes no son como ellos quieren, desde Abderramán III hasta un servidor que escribe estas palabras.

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