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Defensa atea de la Santa Misa

Pablo Iglesias, que ha arremetido contra la misa en la televisión pública, en una imagen de archivo.

Carlos Hernández

Me pongo el casco antes de empezar porque creo que lo voy a necesitar. Sí, no es ironía. Pienso que Podemos ha cometido un gravísimo error al exigir que TVE deje de emitir la misa dominical. Pablo Iglesias ha conseguido muchos titulares, el aplauso de sus fieles más fieles y el cabreo profundo de la derechona. ¿Ese era el objetivo? Me temo que sí porque el líder de la formación morada es una persona inteligente y, por tanto, su iniciativa solo podía obedecer al deseo por marcar territorio ideológico poniendo una bomba, sin importarle los daños colaterales que provocaría. No encuentro otro motivo más, intelectual o ideológico, e intentaré argumentarlo desde mi profundo, pero también pragmático ateísmo.

¿Qué problema hay en que el segundo canal de TVE emita la misa un domingo por la mañana o difunda un programa, como ya hace, sobre el islam o el judaísmo? En nuestro país hay millones de personas que se consideran católicos y cientos de miles que profesan otras religiones. No es, por tanto, descabellado defender que la televisión pública les dedique un pequeño espacio en horario de mínima audiencia (mínima, hasta que Pablo Iglesias les dio la mejor publicidad que podían soñar).

Se puede debatir y valorar si el reparto de tiempos con otras creencias es equitativo y, por supuesto, se debe controlar estos espacios para evitar que sean utilizados por sacerdotes, imanes o rabinos para hacer política o esparcir dogmas que sean contrarios a nuestros derechos humanos y constitucionales. Podemos hablar de todos los detalles que se quiera, pero hay que ser muy torpe para centrar el debate sobre los privilegios de la Iglesia hablando de la retransmisión de la misa porque, precisamente ese, es el único realmente discutible.

No hay argumentos para defender la impunidad que rodea a los curas acusados de pederastia y que hemos vuelto a corroborar tras el giro dado por la Fiscalía en el “caso Romanones”. No hay nada que justifique la exención de pagar el IBI, ni que legitime ese concordato de espíritu medieval entre el Estado español y la Santa Sede. Tampoco existen motivos para mantener en las aulas la asignatura de religión, ni las prebendas de que siguen gozando algunas órdenes religiosas en materia educativa. Elisa Beni y Raquel Ejerique desglosaron estupendamente todos esos privilegios en sus columnas de la pasada semana. Mi pregunta es: si hay sobradas razones para atacar el meollo de la injusticia, ¿por qué meterse en ese charco de la misa televisiva?

Lo que consiguen Iglesias y los suyos con este tipo de golpes de efecto, tan meditados como los tuits que escribe Donald Trump, es dar munición a la derecha más rancia. Entre todos, o casi todos, acabábamos de aislar como se merecen, con la fuerza de la tolerancia y la razón, a los ultras de HazteOir y su autobús transfóbico. Muchos políticos y periodistas de derechas que, en el fondo, comulgaban con la cosa esa del “pene y la vagina”, prefirieron callar ante la ola de sensata indignación ciudadana. Ganamos el debate y la batalla.

Inmediatamente después llegó Podemos con su Proposición No de Ley anti misas y logró reunificar a toda la derecha bajo la bandera de una supuesta persecución anticlerical. No tengo ninguna duda de que las Esperanzas, los Cañizares, Herreras y Losantos se frotaron las manos de satisfacción cuando escucharon la noticia. También se regocijaron, sin duda, con la ocurrencia en los cuarteles generales de los tres candidatos socialistas que veían, una vez más, como sigue descubierto el espacio político que el PSOE abandonó momentáneamente para dedicarse al apuñalamiento fraterno.

Humildemente, sugiero a los dirigentes de Podemos que se pregunten si este tipo de propuestas provocan el miedo en los poderosos o, como decía Íñigo Errejón antes de que le descabezaran, solo sirven para atemorizar vecinas. No sé Pablo Iglesias, pero yo a las personas mayores, y no tan mayores, que van a misa en la vieja parroquia del barrio obrero de Madrid en el que crecí, o a los vecinos de los pueblos que frecuento y que se consideran católicos porque lo han mamado desde que eran pequeños les puedo convencer de que la Iglesia pague los mismos impuestos que ellos; soy capaz de defender, creo que con éxito, la necesidad de acabar con los privilegios de que disfruta la institución eclesiástica, etc. etc. Sin embargo, me siento incapaz de explicarle a cualquiera de ellos o a la anciana beata del 4º derecha los motivos por los que ya no podrán ver la misa dominical en La 2.

Por resumir y terminar un artículo que jamás pensé que escribiría. Estamos ante una medida tan discutible que hasta algunos ateos como yo la consideramos injusta y desacertada. Pero, además, asistimos a un error estratégico repetido hasta la saciedad por los dirigentes de Podemos: lanzar iniciativas que solo sirven para aglutinar el voto de su principal enemigo, espantar al votante progresista moderado y desviar el debate de lo que realmente importa. Y lo que realmente importa, en este caso, es llevar a cabo la democrática y necesaria separación entre Iglesia y Estado. Ganar ese trascendental debate bien vale una misa.

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