Intelectuales de cal y lejía
El día que Julio Anguita reapareció en un mitin político en marzo de 2015 en Málaga lanzó una petición que sonaba más a lamento que a exigencia. Apelaba a los intelectuales, al compromiso con su pueblo: “Apelo a los intelectuales, ¿dónde puñetas estáis, que no os comprometéis para sacar de la inmundicia a nuestro país? ¿Dónde están aquellos intelectuales que con José Ortega y Gasset firmaron el manifiesto por la República? ¿Dónde estáis? ¿Estáis al lado de vuestro pueblo? ¿Al lado de qué estáis? ¿Del mercado, de la competitividad, del euro?”.
En España hay una serie de intelectuales, plumillas y personajes de todo cuño que enarbolan lo que podría considerarse la doctrina “Chaves Nogales”, que no es más que la perversión del cronista que confunde mirar con objetividad los hechos con poner en igualdad de condiciones al agresor con la víctima, al golpista con el demócrata, al criminal con el garante de lo colectivo. En definitiva, que quieren ser Chaves Nogales pero no son más que cobardes que no soportarían una campaña de difamación y amenazas de la extrema derecha. Se pretenden intelectuales elevados pero no son más que acojonados. El miedo es libre, pero cuando se quiere esconder en una ficción de dos Españas intolerantes que no les permite expresarse produce sonrojo y conmiseración.
Quieren ser incluidos en la Tercera España, ni con los hunos ni con los hotros, ni con los que enarbolan proclamas de odio ni con los que defienden una sanidad gratuita, de calidad y para todos sin importar el origen o la cuenta corriente. Porque esa es la dialéctica de nuestros días y la que exige compromiso. Con la solidaridad o con la barbarie. El trampantojo de equiparación que necesitan construir para no mancharse es la marca de distinción que les permite vivir en un mundo de superioridad y soberbia, mientras otros tienen que mirar a ambos lados de la calle cuando salen a comprar el pan. Este tipo de intelectual con querencia de proximidad al poder, que calienta y produce grandes beneficios, suele, además, intentar insultar al que se posiciona y compromete con el calificativo, para ellos despectivo, de combativo. Como si fuera una mácula que le separase de la verdad y los hechos, cuando no hay más clarividencia ante el momento histórico que poner pie en pared cuando la intolerancia avanza.
En plena ofensiva del posfascismo tuve que escuchar que una profesora universitaria, de las que se esconden del barro tras una pantalla de ordenador y equiparan a los que defienden la convivencia con quienes quieren dinamitarla, que ella está en la retaguardia. Olvidan estos neutrales que crean autopistas a la intolerancia cuando el fascismo avanza, que sin los que se pegan en la vanguardia no tienen retaguardia donde trabajar desde su atalaya de té caliente y grafos academicistas. El odio al indiferente gramsciano alcanza una nueva dimensión en un país que suele mirar con condescendencia el odio posfranquista y criminaliza cualquier atisbo de resistencia.
En la calle ahora mismo existen dos tipos de movilizaciones: las que acompañadas de neonazis variopintos se manifiestan con la bandera de España como pica agresora para defender sus privilegios y tumbar a un Gobierno que nunca han considerado legítimo y las que salen a contrarrestarlos abrazando hospitales, con aplausos y al grito de sanidad pública. Estas son las dos Españas que ahora mismo se han hecho presentes en las calles. No otras, no aquellas que sirven a los neutrales para justificar mantenerse en su posición pulcra, cómoda y limpia. No las que les permiten citar a Stefan Zweig y Las armas y las letras de Trapiello y escribir columnas en revistas con el adjetivo “libre” como sello de inmaculada protección frente a los combativos.
El compromiso es ineludible al trabajo intelectual. Los hispanoterceristas de la columnata patria, que no se quitan a Manuel Chaves Nogales de la pluma intelectualizando su labor hasta equipararla a su propia cobardía, podrían disimular al menos ensalzando de vez en cuando a Ramón J. Sender. Pero es comprensible que no lo hagan, la imagen que les devolvería sería tan vergonzante que haría que se escondieran tras su tibia voz de neutralidad impostada. Intelectuales encalados, con camisa blanca y lejía en sus letras. Frente a los indiferentes siempre nos quedará Celaya: “Maldigo la poesía concebida como un lujo, cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse”. Ahora salimos a la calle con mascarilla. Muestren un poco de dignidad y valor por una vez y salgan a defender lo común. Al menos hagan bulto, que no les van a reconocer y podrán seguir con su pose de alta intelectualidad y distinción impoluta. Sin mancharse.
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