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¿Demócrata antes que feminista?

Barbijaputa

Elisa Beni, colaboradora de este medio, escribía ayer un segundo artículo sobre el caso de Juana Rivas. Al primero que publicó, llamado “Juana no está en mi casa”, ya le contestaron Beatriz Gimeno e Isa Serra. A este otro me gustaría replicarle yo.

En su segundo artículo, Beni escribió:

“Tras la agitación puntual del Caso Juana laten algunos debates importantes que quiero sacar a la luz para salvarlos de la confusión. Uno de ellos se ha planteado con el lema: ”Un maltratador no puede ser un buen padre“, tras el que late la idea de que el sistema jurídico debería ser capaz de retirar de modo absoluto, inmediato y completo a un hombre la capacidad de ver a sus hijos, de ejercer la patria potestad y, a la vez, castigar a estos y privarles del derecho a tener un padre. Así, sin grandes matices. Tan sin grandes matices se produce el debate que, en el caso concreto, se pretende dar por sentada la idea de que un hombre condenado a tres meses (¡TRES MESES!) de prisión, y cuyos antecedentes penales están archicancelados, debería haber sido privado de tal posibilidad de forma inmediata, absoluta y permanente”.

Todo el artículo parece ser una defensa de los derechos de la ex pareja de Rivas, pero en este extracto en concreto no sólo lo parece, lo es. Beni, que se define a sí misma como feminista, parece considerar necesario la defensa de un maltratador confeso y condenado, con el ímpetu además de quien no se ha enterado aún que es la misma Justicia quien está preservando todos los “derechos” de dicho maltratador. Defenderlo como si Juana y sus hijos estuvieran ya cubiertos y puestos a salvo por ese sistema judicial que la misma Beni defiende a capa y espada. Como si no se estuviera ejerciendo sobre Rivas una brutal violencia institucional después de haber sufrido también violencia psíquica y física. Como si ese maltratador a quien defiende no tuviera ya la patria potestad de los dos hijos y, como si su principal víctima (recordemos que los hijos también son víctimas de esa violencia) no estuviera ya estigmatizada, vapuleada por la prensa y la televisión y, además, completamente a solas con el dolor de saber que sus hijos están con un hombre violento.

Me deja perpleja que la preocupación de una mujer que tiene acceso a medios sea la del feminismo clamando que un maltratador no puede ser buen padre, y argumentando que el buen hombre sólo ha sido condenado a tres meses de cárcel. Bueno, para empezar, recordemos que hay otra denuncia de Rivas en 2016, que no se llegó a cursar hasta que este verano el caso saltó a la prensa. No se cursó porque esa misma justicia que tiene a Rivas en la cuerda floja (y no a su maltratador) no encontró un traductor de italiano. Es decir, esos tres meses de condena pueden ser muchos más.

Ni qué decir tiene que, como cualquier feminista sabe, cuando llega el primer golpe la violencia psicológica ya lleva mucho camino recorrido. Esa violencia que te mina la autoestima y que te hace sentir que mereces lo mal que quieran tratarte. Esa violencia que ejercen los maltratadores mucho antes del primer puñetazo. Teniendo conocimientos de Derecho como asegura tener Beni, no creo que ignore que las mujeres víctimas de violencia de género pocas veces denuncian, y de las que denuncian, sólo lo hacen de casos puntuales, no a toda una vida de desprecio, odio, castigos y palizas. Sin embargo, Beni, se pregunta con las manos en la cabeza cómo es posible que estemos negando a unos hijos su derecho a ver un padre que sólo tiene una condena de 3 meses. “¡TRES MESES!”, exclama escandalizada en su artículo.

Quizás debiéramos preguntarle qué cantidad de meses o de años de cárcel son los adecuados para asegurar que un maltratador pueda ser un buen padre. Imagino que nueve meses también le parecerá poco, sin embargo, ésa fue, por ejemplo, la condena que recibió el maltratador que le dio una brutal paliza a su novia en un portal, y que fue pillado por una cámara. Ella, como muchas otras, estaba tan atemorizada que no lo denunció, pero se terminó haciendo de oficio para acabar condenándolo a nueve meses de cárcel. Como este caso, los hay a miles sólo en España, no creo que este punto pueda ser negado por nadie que se haya informado mínimamente.

Según Beni, el número de meses o años de cárcel que la justicia quiera adjudicarte es el baremo que usar para hablar de una paternidad buena o mala.

Sin embargo, es esta otra frase del artículo lo que pone de relieve dónde se encuentra el problema en este tipo de argumentos: “Soy ser racional antes que nada; soy demócrata y defensora de los derechos y libertades antes que nada y, evidentemente, también antes de feminista”.

Ser demócrata y ser feminista no debería ordenarse como quien jerarquiza sobre gustos gastronómicos: soy más de huevos rotos que de alcachofas cocidas. No. Porque no se puede ser feminista sin ser demócrata y viceversa. Ser feminista, además de ser demócrata, es pelear porque la democracia sea, efectivamente, una democracia. Y en este país –y nos sobran los ejemplos– nuestra democracia no es que disfrute de mucha salud.

Pedir respeto por las leyes, como si quien legislara no lo hiciera con un sesgo machista, es pedir respeto por ese machismo. Pedir que se respeten absolutamente todas las reclamaciones, condenas y leyes que quieran aplicar los jueces carentes de perspectiva de género no es más que pedir a las mujeres y al feminismo que se estén calladitos. Sin embargo, el feminismo no está para acatar las órdenes de un sistema patriarcal y machista, sino para protestar por las injusticias que comete.

No vimos a una Beni reaccionaria con la ley mordaza, ella mismo puso los puntos sobre las íes en lo injusto de aquella ley. Sin embargo, aquí apela al inmovilismo, al respeto por los derechos de un maltratador, como si fueran merecidos porque lo dice la ley. Aquí, en este caso, resulta que acatar leyes sí es ser demócrata.

La protesta y la desobediencia civil es una necesidad en nuestra sociedad, donde la separación de poderes es cada vez más inexistente, una sociedad gobernada por una clase política que hace uso del poder judicial y ejecutivo a su antojo. Y hay que rebelarse no sólo en cuanto a la indefensión que sufrimos las mujeres frente a una justicia hecha por hombres y para los hombres, sino también en cualquier ámbito referente a la supresión de derechos que sufrimos como ciudadanía. De la misma forma que otras lucharon antes que nosotras y que consiguieron que el aborto fuera un derecho y no un delito. Que consiguieron que ahora podamos divorciarnos o votar. Y que consiguieron, también, que podamos opinar en medios. Lástima que algunas usen ese derecho para arrojar piedras a su propio tejado.

¿Desde cuándo ser feminista es escribir cosas como “El feminismo para mí no es una lucha contra el otro sexo”, como si hubiera una corriente dentro del feminismo que defendiera algo semejante? No luchamos contra el otro sexo, luchamos contra los privilegios que se les otorga por nacer hombres. ¿A qué ola feminista pertenece la ideaza de compadecernos de ellos porque “también han sido engañados y manipulados por el patriarcado a pesar de las ventajas que éste les da”?

Ser feminista no es decir que una lo es, es predicar con el ejemplo. Y usar tu espacio en los medios de comunicación para atacar a una mujer que se ha atrevido a desafiar a esa justicia que mira más por su agresor que por ella o por sus hijos, no es más que hacerle el caldo gordo al sistema, a los maltratadores y a ese foro de automovilistas que tanto criticó la autora en el mismo artículo.

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