Todo se para menos la estulticia, menos la grandeza
El 26 de abril. O más. Parados, en una carrera cuya meta se aleja una y otra vez. El coronavirus nos ha encerrado en casa. Ha dejado las calles básicamente vacías con aisladas muestras de actividad. Ha interpuesto un velo artificial entre el oxígeno del aire y nuestros pulmones. Llenado de colas y guantes las tiendas para comprar alimentos. Cerrado los parques con vallas y cintas. No es fácil convivir con ese silencio opaco que se rompe en algunos momentos y no siempre para bien Ni con la incertidumbre de una enfermedad desconocida sin tratamiento concluyente. Ni con las incógnitas que de ello se derivan. El abrumador número de datos que cada día nos llenan con estadísticas y porcentajes, tomados según criterios diversos, apenas nos permiten saber que los infectados, curados y muertos son todos los que están, pero que no están todos los que son. Y que la pandemia de coronavirus permanece muy viva. Aun así, este lunes 13 abril las actividades no esenciales vuelven al trabajo.
Y, a la vez, seguimos confinados. Parados, enclaustrados, en pisos amplios o de apenas cuatro paredes. En la calle o en chalets de lujo en la andaluza Marbella o en Valdáliga, Cantabria. En hospitales para curarse y para curar. En lo que no es un hogar, encerradas muchas mujeres con sus maltratadores. En el hueco de una ausencia que ya no se cubrirá. En el rectángulo marcado en el suelo de un aparcamiento (véase Nevada, en Estados Unidos). En los campos de refugiados con media docena de grifos para miles de personas. Hay pueblos, como en Sudáfrica, que hasta agradecen el canal torcido por el que les ha llegado el agua corriente que siempre necesitaron.
El confinamiento ha ralentizado los contagios, la curva se aplana. Y es positivo. Aunque no basta por sí solo. La solución está en la ciencia, en las vacunas y tratamientos eficaces, en la inmunización lograda por los contagiados que hayan creado anticuerpos para servir de escudo al virus. Porque Wuhan, el foco de la pandemia, se abre y viaja ya tras 76 días de haber echado el cierre a la ciudad. Los miras, en este reportaje de Mavi Doñate de TVE, y ves que son ciudadanos en libertad condicional de alguna manera. El camino es largo y aún queda mucho por andar.
Sería más llevadero contando con certidumbres que permitan avanzar sobre terreno firme. Nunca fue seguro caminar sin saber el suelo que se pisa. Sin conocerlo palmo a palmo, hasta con sus socavones encubiertos, aunque no siempre es posible. Conocemos al coronavirus en sus líneas básicas. Lo que podemos esperar y lo que no, según se actúe. Volver a la calle implicaría un repunte de la enfermedad. Alargar en el tiempo, sus consecuencias negativas. La OMS teme un “rebrote mortal” si se levanta el confinamiento demasiado rápido. Pero, siendo realistas, el confinamiento total tiene un elevado coste, psicológico y en el vivir de cada día hacia proyectos personales. Hay que dejar muy claras las opciones y las decisiones.
El trabajo, la forma de vida, los ingresos de hoy y de mañana son un tema esencial para borrar los nubarrones. Precisamos o tener actividad productiva o un respaldo económico provisional. O una mezcla de ambos. Las medidas del Gobierno en ese sentido ayudan a una buena parte de la población. Seguro que hay sectores a donde no llega la luz, si vemos esas calles con las persianas echadas, o ventanas más arriba aguardando encargos. La ultraderecha y derecha neoliberal opta por mandar a trabajar caiga quien caiga y considera un dispendio los subsidios o medidas de apoyo a los trabajadores y pequeños autónomos. Ana Patricia Botín, presidenta del Banco de Santander, dictamina que “hay que planificar la vuelta al trabajo cuanto antes de jóvenes e inmunizados y generar crecimiento económico que impulsará nuestro negocio”.
No se ve igual salir a la calle y al riesgo desde un chalet en la costa que desde el hogar que no puede pagar facturas. Muchos en los trabajos esenciales ya han seguido a pie de obra todo el tiempo, no sin costo. EEUU va por los 16.5 millones de parados a un ritmo creciente por días, que además se quedan sin seguro médico en un daño para sí y para el resto al que pueden contagiar. A falta de Eurobonos, la ayuda que la UE ha arbitrado finalmente de 540.000 millones de euros sacada con fórceps será útil aquí, en lo que toque para España. Aunque puede venir con contrapartida sin definir aún. Nada peor que la inseguridad para mirar al futuro y, aunque no puedan darse todas las certezas que se precisan, al menos algunas en las que apoyarse, sí se necesitan.
La disyuntiva es tan dura que duele. Dudo que podamos vivir por largo tiempo en el silencio y la mascarilla. En los aplausos de la noche que ya tapan los gritos de la música estentórea y algún batir de cacerola fascista. Igual es que no se termina de ver en el coronavirus una pandemia terrible que ha enfermado a la sociedad de muchas formas, sobre todo a los que tenían patologías “sociales” previas.
El periodismo y los propios lectores deberían evitar, de una vez, irse por las ramas de la realidad y acudir directamente al tronco. Las astracanadas de políticos y famosos de medio pelo, de tan alto consumo, forman una maraña que enturbia la visión de lo fundamental. Si lo añadimos a la sobreabundancia de datos, la ciudadanía puede llegar a perderse. Importan los hechos esenciales, los acuerdos y las tendencias que marcan o entorpecen el camino. Y es imprescindible estar muy atentos a quienes deliberadamente obstaculizan la claridad y las soluciones.
Esta sociedad tiene graves patologías previas, como digo. Una derecha fascistoide sin escrúpulo alguno, como grave problema de convivencia. Lo mismo, aunque en menor medida, que Italia y Francia con los fascistas Salvini y Le Pen. Son los tres países que sufren la lacra de esa “oposición” descarnada e interesada. Aunque allí numerosos ciudadanos les plantan cara. El doble inconveniente en España son las personas infectadas con el mismo virus, añejo en muchos casos. Y los poderes que se sirven de todo ello, con gran actividad en el sector mediático.
Todo se para, menos ellos. Ya avisaron. El 3 de enero, cuando quedaban apenas unos días para formar el gobierno progresista, Casado y Álvarez de Toledo mandaron a la sociedad prácticamente a una sublevación en las calles. Porque no aceptaban el resultado democrático. La pandemia de coronavirus con todos los daños que ha traído les ha servido de más munición al tener a tanta gente con las defensas emocionales bajas.
El 3 de enero nuestra vida era completamente distinta a hoy. El futuro se podía planificar con los pasos y certidumbres que ahora han quedado en suspenso. Seguro que habrá otro mañana y se reconstruirá gran parte de lo derruido. Y de bases nuevas que se alumbran. Si nos dejan. Si queremos que nos dejen. Los que puedan.
Tampoco se detienen quienes buscan soluciones. Difíciles, complejas. En la salud, los ingresos, el futuro. En las heridas de la sociedad. Equilibren al límite cada paso, aunque sea esquivando zancadillas. Igual ayuda caminar a dos a metro y medio. Abrir una vía en los parques. Dar aire a los niños y a los más abrumados. Todo sería más fácil si se pudiera apelar al espíritu cívico pero, aunque lo hay y con toda la grandeza, también convivimos con piedras de estulticia y maldad incrustadas en el camino.
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