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La gestión de los tiempos, los riesgos y los costes

Colau trabajará para superar los "vetos cruzados" entre ERC y PSC la próxima semana

Joan Coscubiela

Existe una amplia coincidencia en que la gestión de los tiempos es determinante para la acción política. Me atrevo a decir que para cualquier actividad humana. Siendo siempre importante, cuando se trata de procesos complejos, con muchos actores que implican movimientos hacia el interno y externo de las organizaciones políticas, la gestión de los tiempos deviene vital.

Eso es lo que está sucediendo con las negociaciones para configurar el gobierno del Ayuntamiento de Barcelona y su alcaldía, en la que a la complejidad de la gestión de los tiempos se une el no menos importante gobierno de los riesgos y los costes que asumen cada uno de los actores con sus decisiones.

El balance de la primera semana me parece muy desigual. Quien más fácil lo tenía era el Partido Popular al que los resultados del 26 de mayo le han dejado poco que gestionar. Algo parecido se puede decir de Junts per Catalunya, aunque no han estado muy acertados en lo único que podían gobernar, los tiempos de su silencio. Las amenazas vertidas sobre los comunes no son muy hábiles si se ejercen en nombre de sus cinco concejales y son un mayúsculo despropósito si se hace desde el gobierno catalán y en nombre de todo el país.

Mucho más margen tenía ERC, no en vano si nadie alcanza la mayoría absoluta Ernest Maragall será proclamado automáticamente alcalde. Por eso sorprende la torpeza con la que en los primeros compases gestionaron sus bazas. Dejar bien claro desde el minuto uno que su objetivo era hacer de la Alcaldía de Barcelona una pieza clave en la batalla por la hegemonía del independentismo es tan legítimo como lo contrario, pero me parece un grave error de gestión de los mensajes y especialmente de los tiempos.

En cambio el PSC ha jugado bien sus cartas, abriendo juego con la propuesta de elección de Ada Colau, incluso mucho antes que la interesada mostrara su disposición a ello. Y sea cual sea la opinión que se tenga de su propuesta, hay que reconocer que Valls se ha movido con agilidad, ofreciendo sus votos para la elección de Colau. Marcó territorio, se desmarcó de Ciudadanos y situó la batalla por Barcelona en un escenario distinto al del resto de ciudades o autonomías.

Personalmente creo que quien más hábilmente está gestionando sus tiempos, hasta ahora al menos, es Colau, demostrando que esta es quizás su mayor virtud política. Aunque no debería olvidar que todo en exceso, hasta la bondad, puede resultar peligroso. Después del impacto provocado por no ser la lista más votada ha jugado desde el comienzo a ser de nuevo alcaldesa, aunque en los primeros compases no lo explicitara.

Para alcanzar su objetivo ha conseguido desplazar el debate del terreno de los falsos dilemas morales, un lugar muy frecuentado por la galaxia de los comunes, al de la política. Sabedora además de la diversidad de su espacio político y sobre todo del arduo camino que tendrá que desandar, desde la expulsión del PSC del gobierno municipal y las descalificaciones cargadas de juicios morales durante la campaña hasta recibir los votos del PSC y de Valls.

Apostar y hacer creíble entre los suyos un tripartito con ERC y el PSC -una propuesta muerta desde antes de nacer-, someter a plebiscito de los activistas de Barcelona En Comú la presentación de su candidatura sin concretar con que mayoría se alcanza la alcaldía, mantener viva la idea de que se puede llegar con esta propuesta al Pleno del 15 de Junio son algunas de las muestras de esta inteligente gestión de los tiempos durante los primeros días.

Pero a partir de ahora las cosas se complican porque entran en escena la gestión de los riesgos y los costes de cada movimiento. A Maragall solo le queda esperar que los demás cometan un error grave que le convierta en alcalde de Barcelona, pero creo que incluso en esta etapa se está equivocando. La agresiva campaña contra Colau y su espacio político por la legítima pretensión de ser alcaldesa, llueve sobre un terreno muy mojado, diría que casi empantanado, el que ha dejado ERC con su oposición radical a todo lo que viniera del gobierno municipal en el anterior mandato.

Maragall ha apostado por resucitar el debate de los falsos dilemas morales para condicionar en este terreno a Barcelona En Comú, sabedor de que ese es su punto flaco. Es una apuesta fuerte pero arriesgada porque tanta agresividad puede provocar el efecto contrario, hacer evidente que con ERC es imposible un acuerdo que no sea con Maragall de alcalde. Con esta actitud puede terminar facilitando un entendimiento solo a dos entre Colau y Collboni.

Quien sin duda debe calcular muy bien los riesgos y los costes de cada paso es Colau. Es absolutamente legítimo que Barcelona En Comú pretenda que el PSC y Valls voten a su candidata, sin presentar un acuerdo de mayoría antes del 15 de Junio y manteniendo su propuesta del imposible tripartito con ERC y PSC. De la misma manera es también legítimo que el PSC exija un acuerdo de gobierno previo, a la vista de las experiencias en algunos casos traumáticas, del anterior mandato. Todo tiene consecuencias.

Cualquiera de las decisiones que adopten Barcelona En Comú y el PSC comporta riesgos políticos, pero desde la alcaldía y la mayoría de gobierno los riesgos son más digeribles que desde el ostracismo de la oposición, por muy dulce que sea la derrota.

En estos últimos días cada fuerza política deberá calibrar muy bien los costes de cada decisión y sobre todo intentar entender los de sus interlocutores. Sin entender la lógica de los otros se pueden cometer muchos errores.

En este escenario no sé ver coste alguno para Valls, haga lo que haga, entregue sus votos a Colau o se los niegue. En cambio los costes de no llegar a un acuerdo son muy importantes tanto para Barcelona En Comú como para el PSC. La ciudadanía de Barcelona que les ha votado los puede señalar como responsables de no tener un gobierno progresista y facilitar así uno procesista. La experiencia me dice que en estos momentos la tentación de jugar a endosar al otro la responsabilidad del desacuerdo es muy golosa. Y la de poner al interlocutor en el límite del precipicio y generarle pánico resulta muy tentadora, tanto que en ocasiones termina con todos en el barranco.

Cuando se está en la lógica del acuerdo todos los negociadores destacan los riesgos y costes propios que comporta el pacto y minimizan los del interlocutor para aumentar así el precio del acuerdo. Y por la mismas razones cuando se está en la lógica de la ruptura todos tienen tendencia a engordar los costes del interlocutor y minimizar los propios. Es una estrategia de negociación tan habitual como poco útil si las partes se conocen y tienen bien identificados los límites de cada uno.

En un escenario de desacuerdo final entre Barcelona En Comú y el PSC los costes serían importantes para ambos, pero creo que son mucho mayores para Colau que se arriesga a no ser elegida como alcaldesa y no poder continuar con su proyecto de ciudad, después de haber dado un paso tan arriesgado como presentar su candidatura sin tener garantizados los votos. Valls ya ha anunciado que solo la votará si existe un acuerdo previo con Collboni, o sea que aunque el PSC votara a su favor sin un acuerdo previo no tendría garantizada la elección.

Resulta evidente que antes o después del 15 de junio se deberá configurar una mayoría que garantice la estabilidad. No creo que nadie piense que, después de la experiencia del anterior mandato, el consistorio se pueda gobernar con 10 concejales. No parece que ERC pueda estar dispuesta a colaborar en un escenario en el que su candidato Ernest Maragall, el más votado, no sea alcalde. Con Colau de alcaldesa, solo resulta viable un gobierno con el PSC y todo el mundo es consciente de ello, aunque no lo reconozca en público.

Aceptarlo antes del 15 de Junio comporta garantizar la alcaldía y no hacerlo arriesgarse a perderla y entregarla a ERC. La diferencia de costes entre una decisión y otra resulta abismal. Sobre todo porque el tsunami de acusaciones y descalificaciones que recibirá Colau del mundo procesista los tiene garantizados si sale elegida alcaldesa, aunque antes no haya pactado explícitamente con Collboni.

Así las cosas volvemos de nuevo a la gestión de los tiempos. En este tipo de situaciones suelen agotarse los márgenes hasta el último segundo y saber gobernar los pánicos del negociador deviene clave. Pero el resultado no depende solo de la habilidad negociadora. Adquiere ventaja quien más opciones tiene, acordar o no. Y parte con desventaja el que menos márgenes dispone y más costes asume con la ruptura.

No ignoro la dificultad de gestionar la toma de decisión sobre un pacto de gobierno entre Barcelona En Comú y el PSC por parte de cada partido o espacio político implicado. Dificultad que aumenta y mucho si por estrategia negociadora se lleva la decisión al último minuto. También en eso la gestión del tiempo deviene clave. No sería la primera vez que alguien queda atrapado en sus propios movimientos tacticistas.

Disculpen los protagonistas el atrevimiento de opinar sobre una situación tan compleja. Sobre todo porque los actores suelen tener más datos que los observadores y eso en principio favorece la toma de decisiones acertadas. Aunque en ocasiones un exceso de proximidad al conflicto dificulta analizar con frialdad los riesgos y los costes.

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