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Los robots, las mujeres y el trabajo

El robot 'NAO' presentado en el stand de Softbank Robotoics dentro de la feria de tecnología CeBIT, en Hannover, Alemania.

Lolita Bosch

De un tiempo a esta parte el nuevo temor que promueve el mercado es el pánico a que los robots nos dejen sin trabajo. Es la nueva amenaza. Nuestro nuevo límite: si sólo sabemos hacer algo que puede aprender a hacer un robot, no bastamos y no serviremos en una sociedad de futuro. En pocos años el 50% de los trabajos que hoy hacemos lo harán ellos y nosotras, nosotros, seremos a cada día que pasa menos útiles, más dependientes del mercado, más esclavos y menos capaces. Parece un mensaje hecho de forma expresa para aterrorizar, pero es un mensaje que comenzamos a repetir con sospechosa frecuencia. Y yo insisto en que quienes deberían darnos miedo no son los robots sino las personas que se creen que reemplazar otras personas (que no sean ellos, ellas) es fácil y posible. Y lo que sin duda también debería darnos miedo es que somos así, absurdamente sustituibles. No lo somos. Pero el efecto que produce pensar que una máquina puede hacer en el mundo lo que hoy hace en una cadena de montaje, nos merma. Sin duda. Y esa merma nos influye de distintas maneras y reconfigura nuestro lugar en la sociedad. De hecho, nos lo arrebata. Es como si esta sociedad, si lo que sabemos hacer lo aprenden a hacer los robots, no nos necesitara.

Y más allá de que resulte obvio que las máquinas hoy hacen miles de cosas que hasta hace un tiempo hacíamos nosotras y nosotros, también lo es que gracias a esta posibilidad nosotras y nosotros estamos haciendo cosas que hace un tiempo no nos hubiéramos siquiera planteado. Nos hubiese resultado imposible, apenas unos años atrás, pensar no sólo en exquisiteces como la nueva gastronomía o en socializar ciertos accesos a la educación con el nuevo modelo de producción cultural, sino también en accesos a cosas aparentemente menos importantes pero que igualmente han modificado y siguen modificando nuestro mundo. No sólo gracias a las máquinas y la tecnología, sino gracias a lo que las máquinas y la tecnología nos han enseñado de nosotras y nosotros mismos, que es mucho.

Lo que ocurre es que cuando pensamos en robots, todavía hoy, pensamos en tecnología y en internet. No sé muy bien por qué. Las máquinas de lavar ropa, las aspiradoras y muchos electrodomésticos que eran impensables para la generación de mi abuela, lograron que la generación de mi madre pudiera plantearse otras cosas; y sin duda, la mía otras distintas y todavía más íntimas y atrevidas. Pensar que los robots nos derrotarán es no atender a todas las cosas que, sin ir más lejos, han podido plantearse millones de mujeres alrededor del mundo gracias a la mejora de aparatos domésticos que les han devuelto un tiempo que la sociedad les había arrebatado. ¿Por qué, entonces, no podría ser posible que todas las personas que hoy hacen un trabajo mecanizado sean capaces de hacer algo mejor, más creativo, con lo que se identifiquen más o que les interese? No es un pensamiento naif el de convertir las cadenas de montaje en cadenas sin apenas supervisión humana para que las personas puedan hacer otras cosas. De hecho, ha ido sucediendo así en muchísimos aspectos de nuestras vidas las dos últimas generaciones. Pensar que no nos podemos adaptar a esto es pensar que no servimos. Igual que hace años se pensó que las mujeres tampoco serviríamos. Lo que ocurre es que generar temor da dinero y sumisión, pero no, los robots no nos pueden reemplazar porque carecen de la humanidad radical que nos hace ser quienes somos.

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