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El sueño de los robots produce monstruos

Javier Fernández-Lasquetty, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. \ madrid.org

Esther Samper

Un robot con pantalla, controlado a distancia por un médico, comunicó a un paciente que su muerte era inminente. Ocurrió en un hospital de California, en el Centro Médico Kaiser Permanente en Fremont, ante la estupefacción del paciente y su nieta, que se encontraban en la habitación. La calidad del sonido era baja, por lo que la nieta tuvo que repetir en sus propias palabras lo que había dicho el robot a su abuelo, con problemas de audición, para que así pudiera enterarse. Posteriormente, la nieta declaró a los medios: “Iba a perder a mi abuelo. Sabíamos que esto iba a pasar y que él estaba muy enfermo. Pero no creo que nadie deba recibir las noticias de esta manera. Debería haber sido un ser humano”.

El hospital ha reaccionado publicando la siguiente declaración: “En nombre de Kaiser Permanente y de nuestros cuidadores en Fremont, ofrecemos nuestras sinceras condolencias. (...) Nuestro personal de atención sanitaria recibe un extenso entrenamiento en el uso de la telemedicina, pero la tecnología de vídeo no se usa como un sustituto para las evaluaciones en persona y las conversaciones con los pacientes. En cada aspecto de nuestros cuidados y especialmente al comunicar una información difícil, lo hacemos con compasión de forma personal. Esto es una circunstancia muy inusual. Lamentamos defraudar las expectativas del paciente y la familia en esta situación y usaremos esto como una oportunidad para revisar nuestras prácticas y estándares en el equipo de atención médica”.

Este suceso ilustra perfectamente uno de los principales riesgos del uso de la telemedicina: la deshumanización de la práctica médica. Al igual que un bisturí, la telemedicina es una herramienta más de la medicina. Como tales utensilios, su buen o mal uso son los que van a determinar si suponen un beneficio o un perjuicio para las personas. En “Futuro de la fusión entre la medicina e Internet” explicaba que la telemedicina se presenta como una potente herramienta que hace posibles la atención médica y las cirugías a distancia, el seguimiento y análisis remoto de las constantes vitales de pacientes o, quizás en el futuro, la predicción de epidemias.

Sin embargo, a diferencia del bisturí, la telemedicina presenta un dilema: su implantación en pos de la productividad (al reducir el número de profesionales sanitarios necesarios para atender personalmente a pacientes) puede ir en detrimento del trato humano y cercano. Lo anterior ya lo estamos viendo en China, donde se están implantando las llamadas 'clínicas de 1 minuto' de la plataforma de atención médica online Ping A Good Doctor en diferentes provincias y ciudades.

¿En qué consisten estas clínicas virtuales? En apariencia, son como cabinas telefónicas, pero lo que se encuentran los pacientes cuando entran en estas clínicas es a un 'médico virtual'. Es decir, a una inteligencia artificial (IA) que interactúa con la persona mediante texto y voz y que almacena y analiza la historia clínica y los síntomas y signos que le indica el paciente. Según los responsables, ha sido entrenada a partir de 300 millones de consultas médicas previas para realizar un diagnóstico preliminar. Tras este diagnóstico, un médico real, mediante videoconferencia, lo confirma o corrige y aporta información adicional.

El sistema, implantado en mil localizaciones diferentes del país asiático, está preparado para recibir consultas médicas de más de dos mil enfermedades comunes y responder a decenas de miles de preguntas sobre medicina y salud de los usuarios. Así, da consejos para tomar la medicación, guía para hacer rehabilitación o realiza recomendaciones de salud. Además, estas pequeñas clínicas cuentan con un almacén refrigerado donde se encuentran más de 100 medicamentos de uso común para que el paciente pueda acceder a ellos inmediatamente tras la consulta médica virtual.

El sistema es un prodigio de la productividad y el sueño húmedo del capitalismo en Sanidad. Una IA disponible las 24 horas del día, que puede atender a multitud de pacientes de forma automática, evitando recurrir a un doctor hasta el final del proceso. Desde el punto de vista médico, sin embargo, están repletos de limitaciones diagnósticas y terapéuticas. No es posible, por ejemplo, diagnosticar multitud de enfermedades sin realizar exploraciones físicas o pruebas complementarias. Por otro lado, los pacientes pueden no reconocer ciertos síntomas y signos esenciales para el diagnóstico, lo que incrementa el riesgo de diagnósticos erróneos. ¿Y la humanidad, la compasión y el trato cercano de esta forma de atención médica? Tan presentes como en una cadena de montaje industrial.

No es ninguna sorpresa que estas clínicas hayan aparecido en China, donde acceder a una atención médica de calidad puede ser una utopía, especialmente en las zonas rurales. Un médico virtual puede evitar que pacientes con enfermedades leves (que se resuelven con facilidad) acudan al médico, disminuyendo así el coste y la sobrecarga sanitaria. Así, esta atención médica exprés no se presenta como una alternativa completa a la atención de un médico real. La IA no puede, ni debería, diagnosticar graves enfermedades como el cáncer ni tampoco llegar hasta al extremo de decirles a los pacientes que van a morir. Sin embargo, supone un hito en la historia al marcar las distancias entre una atención médica humana (más costosa, completa y menos accesible) y la automatizada robótica (rápida, barata, accesible y limitada).

¿Podría la atención humana convertirse en un servicio premium exclusivo ante los avances de la telemedicina y la robótica y el encarecimiento de la sanidad por el envejecimiento de las poblaciones occidentales? En países como Japón, se está desarrollando toda una industria robótica para cuidar a las personas mayores que viven solas: robots para transportarlos, para darles compañía y conversación, para vigilar sus rutinas... La razón es bien sencilla: son mucho más baratos que los cuidadores humanos, aunque posean importantes limitaciones. Nuestra cultura sigue valorando mucho el trato humano en la atención médica, pero cuando todo ello conlleve un coste considerable con respecto a otras alternativas, existe la posibilidad de que el robot que explica a los pacientes que van a morir sea la opción por defecto para los bolsillos menos afortunados.

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