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Dos verbos comodín

Luis Magrinyà

No son los únicos, pero estos dos son tremendos: provocar y usar. Hace ya tiempo que nos los encontramos por todas partes; no solo son unos pesados, sino unos auténticos delincuentes. Los verbos provocar (en el sentido de ‘causar’, no en el original de ‘incitar’) y usar (en el sentido de… ¡todo!) parecen decididos a acabar con el nutrido equipo de colegas que, según el contexto, podrían ocupar su lugar en español. Como ambos tienen, en última instancia, pedigrí latino, y el primero certificación académica desde 1992, andan muy orgullosos por nuestro patrimonio. Un análisis más atento nos revelaría, sin embargo, que, en una gran parte de los sentidos con que hoy se aplican, son un calco del inglés.

Muchas veces olvidamos que el inglés tiene un montón de términos románicos, pero no por ello dejan de ser inglés. El inglés siempre ha tomado del latín lo que le ha dado la gana y tiene incluso algunos latinismos que nosotros no tenemos, como procrastination (‘postergación, aplazamiento’). Uy, pero ¿qué digo? ¡Sí que lo tenemos! ¡Tenemos en las librerías Hazlo ahora: supera la procrastinación y saca provecho de tu tiempo libre, de Neil Fiore, y Procrastinación: por qué dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy, del doctor Piers Steel! ¡Hasta el Diccionario de la Real Academia Española incluyó el término en su edición de 1992, afirmando que viene del latín procrastinatio! Tal vez se amparase en tres míseras citas de fray Bartolomé de las Casas que son las únicas que uno puede encontrar en su base de datos léxica. Sin embargo… ¿citas del siglo XVI para argumentar la entrada de procrastinar y procrastinación… en 1992? Repito: ¿en 1992? ¿Hasta entonces no se habían dado cuenta? ¿O es que nadie lo había vuelto a decir hasta que los maestros de la autoayuda lo aprendieron del inglés?

Pero eso no debiera extrañarnos. Recordemos que el DRAE ofrece de la palabra televisión la siguiente etimología: “De tele- y visión”. Lo cual sugiere que no solo la palabra sino el propio aparato lo inventamos nosotros, patrióticos líderes en tecnología.

No hay ninguna necesidad de falsear los orígenes para quitarnos los complejos. Las palabras describen sinuosos trayectos en el espacio y en el tiempo, y que tengan una formación románica no supone necesariamente que hayan llegado a nosotros, a través de un camino despejado, directamente del latín y el griego. Los conductos intermedios son igual de relevantes, si no más. Provocar y usar vienen ambos del latín, son antiquísimos en español, y la acepción de provocar en el sentido de ‘causar’ ya hemos dicho que fue admitida en el DRAE en 1992; pero su presencia abusiva y su función de comodín se deben sin duda a la influencia del inglés.

Por otra parte, la influencia del inglés es casi lo de menos. Lo importante es el cometido asesino de estos comodines, su condición de usurpadores. Veamos algunos ejemplos de provocar (ponemos entre paréntesis algunos de los verbos o locuciones verbales que provocar ha despachado con tal de imponer su presencia):

No quería provocar sospechasprovocar (despertar, levantar, suscitar).

Me provoca repugnanciaprovoca (inspira, produce, da).

El descontento popular provocó una revoluciónprovocó (dio pie a).

La nevada provocó muchos accidentesprovocó (ocasionó).

Su manera de ser le provocó muchos disgustos provocó(acarreó).

Sus palabras siempre provocan la polémicaprovocan (desatan).

No provoca efectos secundariosprovoca (produce, tiene).

Es un tipo de conducta que provoca el suicidioprovoca (induce a, conduce a).

El terremoto provocó más de 300 muertesprovocó (causó).

¡Qué diferencia con el provocar genuino de aquel magnífico bolero!:

Si algo me provocaprovoca

o me seduce,

yo lo pruebo.

Ahora pensémoslo un poco. ¿Qué tienen los verbos (éstos u otros posibles) que hemos puesto entre paréntesis para que se les niegue la entrada en estas frases? ¿Son acaso verbos raros, arcaicos, hipercultos, demasiado técnicos, o demasiado castizos para que dé vergüenza decirlos? Pues no. De hecho, nadie notaría nada extraño si, en vez de provocar, hubieran aparecido ellos. Pero el caso es que no aparecen.

Lo mismo pasa con usar. Hay que ver la de cosas que usamos hoy en día y la de verbos que sacrificamos para usarlas. Ya casi ni las utilizamos, un verbo que, a pesar de ser su sinónimo en las ocasiones oportunas, parece haber perdido prestigio, y curiosamente, cuando a uno le parece que está abusando de usar, no lo reemplaza por él sino por emplear, que da lugar a frases tremendas como Emplea bien tu tiempo libre o ¿Puedo emplear la tarjeta de crédito? Cierto es que utilizar no es tan antiguo en español como usar, y esa terminación en -izar siempre huele un poco a francés, pero no parece que sea ésta la causa de su desplazamiento, ni siquiera que sea —siempre hay que tener en cuenta la pereza— una palabra más larga. Más bien la causa es de orden militar: usar “se parece” más al inglés use y, aprovechando la analogía, ha procedido a la invasión.

¿Puedo usar el teléfono?usar (llamar por)

¿Puedo usar el lavabo?usar (ir al)

¿Y vas a usar ese sombrero/tanto maquillaje?usar (llevar, ponerte)

Ha usado muchas drogas (ha tomado, ha consumido; se ha metido).

Estas tijeras están viejas pero aún se pueden usar usar(pueden servir).

Usaron el inglés como lengua de trabajo (hablaron en, recurrieron al).

Usen la puerta de atrás (salgan por).

En la Academia de Platón se usó el método socráticose usó (se aplicó).

Usemos los recursos que aún nos quedan (aprovechemos).

Me dormí en la misma butaca que tú usaste anocheusaste (en que tú te dormiste, te sentaste… o simplemente: en la misma butaca que tú anoche).

Salimos exactamente de la misma forma que habíamos usado para entrarhabíamos usado (me declaro incapaz).

las calles que conocía tan bien y que tanto había usado en los últimos años para sacudirse de encima a la policía había usado (más incapaz aún).

Tengo, además, dos favoritas con escopetas:

Usó una escopeta para destrozar el enorme ventanal.

Había usado la escopeta con su marido.

Esta última frase yo no sé si se entiende bien. No significa que marido y mujer cogieran o dispararan juntos la escopeta: significa, o quiere significar más bien, en su contexto, que la mujer se cargó al marido de un escopetazo.

La del ventanal tiene una fácil solución en la que no necesitaríamos sustituir el verbo; bastaría con eliminarlo: destrozó el enorme ventanal de un escopetazo o de un tiro de escopeta. La frase original, como la de las calles usadas citada más arriba, procede de una de las ediciones más negligentes que he leído en los últimos años, la de Honrarás a tu padre de Gay Talese (Alfaguara, 2011, pp. 453 y 371). La de la escopeta usada con el marido es de Sukkwan Island de David Vann (Alfabia, 2010, 4ª ed., p. 117). Pongo hoy la referencia bibliográfica no para afear la labor de ciertos traductores, sino la de ciertas editoriales, y porque me da pie a terminar con una extraña asimilación.

Resulta sintomático que una gran editorial y una pequeña editorial coincidan en ese descuido o indiferencia a la hora de revisar las escopetas. La traducción de Sukkwan Island tiene un nivel medio aceptable y no es, ni por asomo, tan mala como la de Honrarás a tu padre; pero a uno le queda la impresión de que, si lo hubiera sido, habría sido publicada igual. Algunas personas que tienen una editorial parecen demasiado distraídas en otras cosas, por ejemplo, yo qué sé, en escribir en las revistas, en una prosa digna de Tico Medina, prematuras elegías a Lou Reed. En la cadena editorial los traductores no pueden ser los responsables de todo: se supone (se supone, digo) que hay gente preparada, o al menos entusiasta, que ejerce un control de calidad sobre la edición. Ese control de calidad a veces puede fallar, de acuerdo; pero una cosa es que falle y otra que no exista. Antes los editores creían que tenían también una responsabilidad en la creación de lengua y en su difusión. Hoy muchos no tienen siquiera idea de qué es eso y se impone el moderno fenómeno llamado “la edición sin editores”, que es menos cualificado y sobre todo más barato; y, si a uno, aunque se lo reproche, no le sorprende que ese fenómeno caracterice a algunas grandes editoriales, no espera tanto que se reproduzca en las pequeñas, que suelen presentarse bulliciosamente como alternativas, apasionadas, artesanales y vanityfairs.

El pequeño boom de los pequeños editores ha dado buenos ejemplos pero también ha propiciado que se cuelen entre sus filas, aprovechando el camino hecho y el buen nombre de quienes se lo han ganado, un bonito número de pequeños oportunistas, copiones sin criterio, ociosos y cursis aficionados que parecen jugar a las casitas, cuando no aprendices de magnate. Y sus ediciones entrometidas son ediciones sin editor. A mí me parece que hay demasiadas cosas comprometidas en un libro para seguir haciendo con él lo que están haciendo el abaratamiento, la desprofesionalización, el refritismo y el todo por las ventas.

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