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La recuperación después de la austeridad (y los fantasmas en el armario)

Los "eurofanes" toman Lisboa a un día del arranque oficial de Eurovisión

Francisco Louça

Catedrático de Economía de la Universidad de Lisboa. Fundador del Bloco de Esquerda —

Las elecciones europeas son ignoradas por la mayor parte de la población portuguesa (un 69% de abstención). Pero, incluso con esa limitación, el tercio de la población que ha votado ha confirmado el hundimiento electoral de las distintas derechas que, desde 2015, han perdido representatividad: el principal partido de la derecha, el PSD, ha logrado cerca del 22%, el peor resultado de su historia, a un 11% de distancia del PS, el partido del Gobierno, que ocupa el centro del espectro político. Las izquierdas mantienen cerca del 16%, debido a que el Bloco de Esquerda ha duplicado sus resultados. Así, estos resultados confirman el apoyo popular mayoritario a los acuerdos establecidos hace cuatro años entre el PS y los partidos a su izquierda, el llamado Gobierno de la jerigonza, así como el rechazo al regreso a las políticas de austeridad.

Una sorpresa política

En octubre de 2015, las elecciones al parlamento crearon una situación política inédita. La coalición de las derechas, que había gobernado en los cuatro años anteriores y había aplicado una dura política de austeridad, consiguió un 38% de los votos, mientras que el PS obtuvo un 32%. El presidente de entonces, Cavaco Silva, él mismo ex primer ministro y una figura histórica de la derecha, encargó a Passos Coelho, que había gobernado desde 2011, formar un nuevo gobierno. Pero un acuerdo parlamentario entre el PS y las izquierdas impidió la formación de ese gobierno y otorgó el cargo a António Costa, secretario general del PS, que formó un gobierno minoritario sustentado por un acuerdo pactado con las izquierdas. Fue así como se formó lo que ha venido a conocerse como la jerigonza.

Esto nunca había sucedido en los 40 años de la democracia constituida después de la revolución de abril de 1974. Ni el PS había aceptado jamás un acuerdo con las izquierdas, ni estas lo habían concebido como posible. Así, esta solución política fue una sorpresa, y quizás por ello ha sido seguida con curiosidad en otros países, como ha sido el caso de España. La razón fundamental de este cambio en el modo de hacer política fue la presión popular sobre los partidos, después de la catástrofe social provocada por el programa de austeridad entre 2011 y 2015: la mayoría del pueblo no aceptaba continuar con una regla de sacrificios, de subida de impuestos y de reducción de salarios y pensiones, lo que el primer ministro del momento llegó a llamar la estrategia de “empobrecimiento de Portugal”.

Más aún, el efecto de ese empobrecimiento fue dramático. Entre 2009, cuando se inicia la recesión tras la crisis financiera internacional, y 2014, un tercio de la población entra en algún momento en situación de pobreza (32,6%), y una parte importante lo hace durante un año entero (12,6%), sin contar el cerca del 20% que vive en la pobreza. Así, en 2012, el 24,5% de los pobres lo eran por primera vez en su vida. La escalera social solo funcionó hacia abajo. Durante la vigencia del programa de la troika (FMI, Comisión Europea y BCE), la pobreza se instaló incluso entre las familias con uno o dos sueldos.

En el caso de los jóvenes, los ingresos medios cayeron un tercio; para quienes contaban con un título de enseñanza superior, la pérdida de renta fue del 20%; para el 10% más pobre, la pérdida fue del 25%. La crisis económica se agravó por la política de austeridad y también por las medidas discrecionales contra algunos sectores de trabajadores o de población pobre (el gobierno de las derechas eliminó de la lista de ayudas a 400.000 personas que recibían la Renta Social de Inserción, una prestación para desempleados y mayores en situación de pobreza). El desempleo real superó el 20%. La miseria creció.

Con esa experiencia, cuando las izquierdas y el PS firmaron acuerdos para comprometer al nuevo gobierno a rechazar privatizaciones, a aumentar el salario mínimo en un 20%, a recuperar los salarios y las pensiones, a reducir el impuesto sobre la renta, a garantizar la gratuidad de todos los libros de texto y a bajar el coste de la enseñanza superior, a garantizar contratos estables para los trabajadores precarios o las 35 horas en la Administración, esas medidas fueron vistas como un alivio. Durante los últimos cuatro años, este programa ha supuesto una respuesta a la austeridad con amplio apoyo popular.

Sin embargo, el acuerdo de la jerigonza no incluía ni políticas europeas ni la gestión del sistema financiero y de la banca. Se dieron incluso momentos de fuertes discrepancias entre los socios, cuando el Gobierno decidió la venta de BANIF, un pequeño banco regional, al Santander; o cuando vendió un gran banco, el Novo Banco, al fondo estadounidense Apollo, en ambos casos con pérdidas millonarias para las cuentas públicas. Las discrepancias son importantes, porque manifiestan visiones enfrentadas sobre el lugar que debe tener el sector financiero en la vida económica portuguesa, una cuestión que ha sido ilustrada por sucesivos casos de fraudes y escándalos. Un repaso a la historia de este modelo de poder financiero permite conocer por qué este tema es tan esencial.

 

Señor Millón 

En el cambio al siglo XX, la figura dominante de la banca portuguesa era Henry Burnay, nacido en Lisboa de padres belgas. Hizo carrera en una agencia financiera, se casó con la hija del propietario, hizo fortuna especulando con deuda pública (compró por nada y menos títulos de deuda del pretendiente derrotado en la guerra civil de los años anteriores, D. Miguel, y los cobró por el valor nominal) y con negocios coloniales. Invirtió en transportes y en el Banco Nacional Ultramarino. Desde su palacio de Junqueira dirigió un imperio y, cuando murió, era uno de los hombres más ricos de Europa.

El dibujante Bordalo Pinheiro, que plasmó esos tiempos, lo retrató como un ambicioso hombre de negocios, pero el escritor Fialho de Almeida, más atrevido, le llamó “pulgón polimórfico”. La prensa, respetuosa, le puso el mote de Señor Millón. Pero fue Eça de Queiroz, el mayor de los escritores portugueses de comienzos de siglo, quien dejó de él el retrato más completo, como el banquero Jacob Cohen, “un hombre pequeño, esmerado, de hermosos ojos y patillas tan negras y lustrosas que parecían pintadas, sonreía, quitándose los guantes, y contaba que según los ingleses, existía también la gota del pobre. Era esa, naturalmente, la que a él le aguardaba…”. Los Maia, el libro que narra la historia, desvela el negocio del banquero. Aquí se encuentra en una cena de gala:

—Entonces, Cohen, díganos, cuente… El empréstito, ¿se hace o no se hace? 

Y picó la curiosidad de la concurrencia añadiendo que aquello del empréstito era un asunto grave. ¡Una operación tremenda, un auténtico episodio histórico!… Cohen se puso una pulgarada de sal en el borde del plato y respondió, con autoridad, que el empréstito debía hacerse «absolutamente». Los empréstitos, en Portugal, constituían una de las fuentes de ingresos del Estado, tan regular, tan indispensable, tan obvia como los impuestos. Si se le apuraba, la única ocupación de los ministerios era ésa: «Cobrar los impuestos» y «tomar el empréstito». Y así debía seguir siendo.

Carlos no entendía de finanzas, pero le daba la impresión de que por semejante camino el país iba alegremente, bonitamente, a la bancarrota.

—Sí, a un galope discreto pero seguro —dijo Cohen sonriendo—. A ese respeto nadie se hace ilusiones, mi querido amigo. ¡Ni los propios ministros de Hacienda!… La bancarrota es inevitable: como dos y dos son cuatro…

Ega se mostró muy impresionado. ¡Menuda broma! Todos escuchaban a Cohen. Ega, tras llenarle la copa de nuevo, hincó los codos en la mesa para beberle mejor las palabras.

—La bancarrota es tan probable, las cosas están tan a punto para ello — continuaba Cohen— que sería facilísimo para cualquiera, en dos o tres años, hacer que el país quebrara…“.

La novela ilustra un hecho histórico, ya que en la bancarrota de 1890-2 Burnay consiguió su mejor negocio. Como intermediario de una asociación de acreedores que concedió el préstamo a un gobierno sin liquidez, el banquero exigió la contrapartida más rentable, el monopolio sobre el tabaco. Durante 25 años ese monopolio fue su tesoro. Como su retrato en la novela, Burnay sabía cómo se podía hacer quebrar al país en poco tiempo y empleó el chantaje de la deuda. Se hizo rico como Midas. El poder del Señor Millón era inmenso.

La novela es también un retrato de la acumulación del capital que ha conformado la historia de la economía portuguesa. Un siglo más tarde, los contratos del tabaco tienen otra forma: son las privatizaciones de infraestructuras en régimen de monopolio, como el agua, el gas, los combustibles, la electricidad, las ventas de las presas, las concesiones de autovías y muchas otras forma de una economía de rentas. Las nuevas fortunas son amasadas en operaciones que garantizan privilegios respaldados por el Estado.

Un fraude de banqueros

No hace mucho se debatía en Portugal el caso de Joe Berardo, condecorado con la Gran Cruz de la Orden del Infante D. Henrique, y que ha construido su imperio sencillamente acumulando mil millones de euros de deudas a la banca. Con la quiebra del mayor banco privado, Espírito Santo, se descubrió un fraude de miles de millones de euros, rutas hacia paraísos fiscales e ingenierías contables para ocultar las cuentas, para beneficio de algunos banqueros. En otros casos, es una casta que se organiza para ejecutar las deudas o las transferencias de beneficios: en un estudio realizado con algunos compañeros sobre las carreras profesionales de todos los gobernantes desde 1975, constaté que uno de cada tres ministros o secretarios de Estado o bien había entrado en el gobierno procedente de un banco o de una empresa financiera, o bien terminó en el consejo de una de esas empresas tras finalizar su mandato.

Con estas puertas giratorias, la conexión entre el poder y el sector financiero se ha ido estrechando. Este es el fantasma dentro del armario portugués; y es la razón por la que los primeros pasos en la lucha contra la austeridad exigen una política comprometida con la eliminación de las rentas de los señores millones.

Traducción: Eduardo López-Jamar

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