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Un viaje al Alto Atlas en la búsqueda del país de los bereberes

Senderistas pasan junto a los cultivos de una aldea bereber en el Valle de los Ait Bouguemez, uno de los más remotos del Atlas marroquí. Pascal Blachier

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Desde la ciudad de Marrakech, la cordillera resplandece al sur de la medina a modo de muro dentado. Si vas antes de mediados de mayo es probable que aún queden rastros de la nieve que suele cubrir sus alturas durante los meses del invierno. Manchas blancas que demuestran que las alturas pueden más que la cercanía de un desierto que, de manera oficial, comienza justo detrás. La Cordillera alcanza al sur de la ciudad rosa sus mayores cotas con el mítico Jbel Toubkal (4.167) como macho alfa de un rebaño de cimas que supera con mucho la barrera de los 3.000 metros. La sierra alcanza su cenit al poco de emerger del Océano Atlántico para ir muriendo, de a poco, por otros 2.000 kilómetros que acaban en el Mediterráneo (tras atravesar el norte de Argelia y Túnez).

2.400 kilómetros dan para mucho. Sólo en la porción marroquí, el Atlas es un verdadero laberinto de valles y picos repletos de cascadas, manchas de bosques milenarios y aldeas de barro en los que aún florece la orgullosa cultura bereber, una de las más fascinantes y ricas del norte de África. Recorrer todo este pequeño universo requeriría de meses de concienzuda expedición; casi un viaje a la antigua (ojalá se pudiera) con largas travesías a pie o a lomos de mulas saltando de valle en valle por sufridos puertos de montaña. Sólo para aceptar las invitaciones de sus gentes amables y hospitalarias al extremo se necesitarían muchas semanas. Por eso hay que limitar el viaje. Una buena opción es pasar dos o tres días en Marrakech y otros tantos visitando algunos de los valles más importantes y cercanos. Esto hicimos nosotros ya hace algunos años buenos aprovechando que nos íbamos a subir el Toubkal. La mayoría de los turistas hacen una excursión desde la ciudad para ver los valles de Ourika, Asni y Oukaimeden; son lugares muy bonitos que resumen muy bien lo que puede ofrecer esta maravillosa región. Pero hay mucho más; sólo hay que salirse de las rutas de las agencias para descubrir un verdadero país que nada tiene que ver con el resto de Marruecos.

LOS TRES VALLES.- La entrada al Valle de Ourika se encuentra a apenas 58 kilómetros de la plaza de Jemaa El Fna, corazón de Marrakech. Es el lugar más cercano para encontrarse con esa realidad imponente que es el Atlas. En esta zona, como decíamos anteriormente, la cordillera norteafricana alcanza sus mayores alturas y las nevadas son frecuentes hasta bien entrada la primavera. El agua fluye por los valles durante la mayor parte del año creando auténticos vergeles que se prevén ya muchos kilómetros antes de que las primeras colinas avancen la cercanía de las montañas. Las huertas dan paso a los bosques y un poco más allá el Río Ourika se enclaustra entre paredes rocosas y asciende rápidamente hasta superar los mil metros de altitud. Aquí, el paisaje cambia. La aridez de las montañas contrasta con el verdor de los estrechos valles. Pequeñas aldeas de casas de adobe y cientos de terrazas de cultivo se extienden hasta alturas considerables gracias a las acequias. Nos recuerda mucho a la Alpujarra.

La aldea de Setti Fatma es el destino recurrente de los viajeros que llegan a diario desde Marrakech. Pese a las aglomeraciones, la ruta que sube hasta las ocho cascadas del Río Ourika merece la pena. Pero la mayoría no pasa de aquí. Lo ideal es recorrer esta parte de la cordillera con un coche de alquiler que te permita ir más allá. Por ejemplo, y sin salir de este valle, recorrer la carretera P-2017 hasta que ya no se puede ir más allá. El asfalto se termina en Douar Anfli, apenas un par de casas de adobe junto al cauce de un riachuelo exiguo. Para seguir adelante hay que ser muy ducho en la conducción del 4x4 o echar pie a tierra y andar. El premio es un rosario de pequeñas aldeas rodeadas de huertos que culminan en el espectacular Valle de Timichi, un verdadero paraíso al que apenas llegan turistas. Aquí sólo llegan los viajeros y viajeras.

El segundo de los tres valles más accesibles del Alto Atlas es el de Oukaimeden. Si vienes en ruta a pie o con un buen 4x4 desde Ourika, hay un sendero que parte desde Timichi y que te deja en la cabecera. Si vas en coche normal deberás dar un rodeo de unos 50 kilómetros desde Setti Fatma. Este es el menos transitado de los valles pero, para nosotros, el más interesante y auténtico de los tres. También es uno de los lugares dónde se preserva de manera más notable la cultura bereber de la zona. Se repiten los paisajes agrestes salpicados de pueblos de adobe y terrazas de cultivo que contrastan con la aridez del terreno. Otro de los atractivos del valle (que sube por encima de los 2.000 metros sobre el nivel del mar –hay hasta una estación de esquí-) es la abundancia de grabados rupestres. Las partes más altas de Oukaimeden están ocupadas por grandes colinas que, tras el deshielo, se convierten en prados verdes que aguantan buena parte de verano. Hasta aquí siguen subiendo los pastores como hace más de mil años.

El tercero de los valles cercanos a Marrakerch y frecuentado por los viajeros es el de Asni. Esta grieta verde es de gran importancia ya que culmina en el sendero que lleva hasta la cima del Jbel Toubkal, la altura más importante de la Cordillera y, también, uno de los mitos del montañismo mundial (pese a que no es difícil ni se requiere de grandes conocimientos técnicos para hacer cumbre). Lugares como Agadir Boukdir, una pequeña fortificación que sirve de antecedente de las grandes kasbahs que nos encontraremos en la vertiente sur de la cordillera, o Ismil, un pueblo bereber de adobe enclavado en un verdadero vergel, son, pese a las aglomeraciones, lugares dignos de una visita. Desde Asni se puede acceder a un pequeño valle apenas transitado por el turismo donde hay verdaderas joyas como Tamgaist y Tacheddirt.

SUBIR EL TOUBKAL.- Hacer el ascenso hasta el Monte Toubkal es la guinda del pastel. Los 4.167 metros del pico más alto de la cordillera no son poca cosa, pero el camino hasta la cima no requiere de conocimientos técnicos especiales aunque sí de una forma física adecuada. Hay dos rutas de ascenso aunque la más habitual es la que parte de Imlil y sube hasta la cima aprovechando el cauce de una torrentera de deshielo. El camino tiene 14,8 kilómetros de longitud y salva un desnivel de 2.427 metros (nada despreciable). La conexión con Marrakech es buena (apenas 67 kilómetros) y hay muy buenas infraestructuras para los viajeros. La otra opción es la vertiente sur: el Sendero del Lago d’Ifni. Es un camino más duro y técnico aunque impresionante. El problema es llegar hasta la aldea de Ihilene (sólo se puede ir en taxi desde Marrakech). Una opción es hacer la ruta en tres días y aprovechar la segunda jornada para ir hasta el Lago d’Ifni desde el Refugio de Les Mouflons (ver guía de ascenso al Jbel Toubkal).

EL VALLE DE AIT BOUGUEMEZ.- No está cerca y se puede decir que es un destino en sí mismo. Pero es uno de los lugares más auténticos de Marruecos y, también, un microcosmos particular donde la cultura bereber se muestra aún vigorosa más allá de las atracciones turísticas. Porque aquí, el turismo apenas llega. Sólo pequeños grupos de viajeros llegan hasta aquí desde Marrakech o Fez (haciendo una ruta que recorre toda la cordillera). El aislamiento del valle ha conservado la cultura ancestral amazigh (bereber) que se manifiesta desde la arquitectura de los pueblos, la pervivencia de los grandes graneros colectivos (como los de Canarias) hasta en el propio orden social que, por ejemplo, da a la mujer un rol de protagonismo que no existe en el resto del país.

El Granero de Sidi Moussa, en las pequeñas aldeas de Aguerd N’Ouzrou y Timmit, es uno de los mejor conservados de todo el Atlas. Los ighrems (graneros) son estructuras complejas de almacenamiento de granos en las que cada familia tiene un espacio propio para guardar el grano. Ait Bouguemez es conocido en la zona por la cantidad y espectacularidad de estos edificios comunales que son una muestra de la compleja organización social de los pueblos bereberes. El ighrem de Sidi Moussa está situado en lo alto de una montaña cónica de fuertes pendientes, algo que facilitaba la defensa en los periodos de inestabilidad (algo común en las sociedades bereberes). Desde lo alto, el valle es un manchón de color verde que contrasta con la aridez de las montañas que lo cierran.

Otros puntos de interés en esta zona de la cordillera es la pista de tierra que llega hasta la aldea de Tirsal, una de las más auténticas y aisladas de la zona. La carretera de tierra parte de la imponente Ighir n'Tissent, un pueblo precioso con estructura de fortaleza, y pasa junto al paraje de Tizi N' Tighist, famoso en toda África del Norte por sus grabados rupestres (forman parte del catálogo de Patrimonio Mundial de la UNESCO). Si eres amante de la arqueología (como nosotros) este es un lugar que no debes dejar pasar por alto. Como sucede en Oukaimeden, estas estaciones de grabados están vinculados a rutas ganaderas trashumantes que están en uso desde hace milenios.

LAS DOS GARGANTAS Y EL PAÍS DE LAS KASBAHS.- La Ruta 9 atraviesa el impresionante Bosque de Toufliht antes de picar para arriba buscando el paso de montaña de Tizi N’Aguelmos. Aquí empieza el país de las kasbahs y, más allá de la mítica Ouarzazate, los viejos caminos que, aprovechando los escasos cauces de agua que horadan un paisaje cada vez más árido, llevan a las puertas del desierto. A los pocos kilómetros de iniciar la bajada, la ruta ya nos deja cerca de dos de las mejores fortalezas de barro: la Kashbah de Telouet –un auténtico recinto palaciego- y la impresionante Kasbah Ait Ben Haddou‌ Kasbah Ait Ben Haddou‌. Poco antes de llegar al pueblo de Aguelmous la carretera P-1506 se dirige al Valle de Ounila pasando por Telouet y la preciosa Tighza. El rodeo merece la pena. Y aunque el Ksar (castillo) de los Ait Ben Haddou es el premio gordo del paseo, recorrer esta profunda garganta es una auténtica pasada en la que se suceden las pequeñas aldeas de barro y algunas kasbahs de menor importancia.

La base de operaciones de esta parte de la cordillera es Ouarzazate, la ciudad que suele servir de campo base para explorar el sur del país. Nosotros no saldremos de la influencia del las alturas del Atlas. Desde aquí se accede con facilidad a las gargantas del Dadés y la del Todra, dos desfiladeros brutales excavados por el agua que hay que visitar sí o sí (Ver guía de la Ruta de las Kasbahs).

Fotos bajo Licencia CC: Dirk-Heine Hofstede; simonsimages; Tadd and Debbie Ottman; Pascal Blachier; Doug Knuth ; Xiquinho Silva; Jean-Marc Astesana; Ninara; Johannes Schwanbeck

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