La construcción política de la identidad española: ¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático?
¿Hasta qué punto el nacionalcatolicismo franquista ha sido sustituido por un patriotismo democrático español? ¿Cuáles son las bases sociales e ideológicas de la identidad nacional española contemporánea? ¿Qué ha cambiado en relación a la identidad española desde el final de la dictadura? Éstas son las cuestiones que abordo en el libro La construcción política de la identidad española: ¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático?
El punto de partida del análisis es el nacionalismo franquista. El franquismo fue un régimen monopolista con respecto a la identidad nacional: impuso un marco en el cual sólo cabía una interpretación de la identidad española, y quien no la compartía era estigmatizado como antiespañol o ‘enemigo de la patria’. No es una excepción española: la ‘monopolización del patriotismo’ es habitual en las dictaduras y también entre algunos movimientos nacionalistas en contextos democráticos (véase el caso del BJP en India o de la derecha israelí, por ejemplo). Sin embargo, bajo dichas condiciones, a la caída del régimen se produce un cierto vacío, que puede llevar a una profunda depresión de la identidad nacional (véase Alemania en la postguerra) o a la reconstrucción, sobre nuevas bases, de la identidad nacional.
En el caso español observamos, tras la caída del régimen, en los discursos de las élites, un proceso de cambio desde el nacionalcatolicismo franquista hacia un nuevo nacionalismo español más consensual. Existen, como es lógico, profundas diferencias entre el nacionalismo de la izquierda y de la derecha españolas, aunque contrariamente a lo que podría parecer superficialmente, ambos comparten una serie de elementos que constituyen el núcleo de un nuevo nacionalismo español: se trata de un amplio campo común, derivado sustancialmente de la adhesión la Constitución de 1978 y a los principios consagrados en ésta. Los elementos de consenso son, básicamente, el reconocimiento de la pluralidad interna sin cuestionar el carácter indivisible y unitario de la nación española; la consideración de la nación como una realidad preexistente al marco institucional actual; el papel de la transición y de la Constitución como el más relevante de los “mitos nacionales”; y el status del castellano como idioma común de los españoles, sin perjuicio de la tolerancia hacia los otros idiomas en sus propios territorios.
Más allá del estudio de los discursos de las élites políticas e intelectuales al respecto, el libro se interesa por las actitudes de los ciudadanos. Concretamente, analizamos hasta qué punto este ‘nuevo’ nacionalismo español ha sido capaz de superar, en la opinión pública, las fuertes divisiones –ideológicas, religiosas y territoriales- que suscitaba el nacionalcatolicismo franquista. Para responder a esta cuestión, analizamos la evolución del peso que la ideología, la religión y la CCAA de residencia tienen en los niveles de orgullo español entre 1981 y el año 2000, usando una serie de encuestas del World Values Survey.
Como vemos en el gráfico 1 (que se refiere al período 1981-2000), al principio del período había grandes diferencias entre católicos y no católicos, y entre izquierda y derecha, en los niveles de orgullo nacional. Las diferencias religiosas se habrían ido difuminando y, aunque no han desaparecido, sí son hoy mucho más débiles que en los primeros años de democracia. Las diferencias ideológicas, sin embargo, presentan un patrón más complejo y ligado a elementos del contexto político: mientras que durante los gobiernos socialistas de 1982-1996 se debilitaron hasta casi desparecer, los debates suscitados a partir de los gobiernos Aznar tuvieron, aparentemente, un efecto divisor y volvieron a emerger diferencias significativas entre los ciudadanos de izquierdas y de derechas en sus niveles de orgullo español, que se mantienen aún hoy.
Pero más allá de este análisis a través del tiempo, el libro explora con más detalle los contenidos actuales de la identidad española. A partir de un análisis de entrevistas en profundidad, se desarrolla y testa un modelo de medida de la identidad española que nos permite distinguir dos dimensiones, o tipos de identidad: las denominamos identidad española constitucional e identidad española tradicional. La primera se basa en elementos cómo el idioma español, la historia de España, el orgullo en la constitución de 1978 y una justificación igualitarista de la unidad de España. Por su parte, la identidad tradicional se fundamentaría en la identificación emocional con los símbolos nacionales (bandera e himno), una lectura tradicionalista del pasado y un papel destacado del catolicismo como fundamento de la identidad española.
Aunque pudiese parecer lo contrario, no se trata de dos identidades necesariamente confrontadas sino que, para una buena parte de la sociedad son perfectamente compatibles. Así, según el análisis de la encuesta CIS2667 (diseñada para medir precisamente esta cuestión), la sociedad española estaría conformada, a grandes rasgos, por un 40% con una fuerte identidad constitucional pero no tradicional, otro 40% con una identidad española fuerte tanto tradicional como constitucional y un 20% con una débil identificación nacional española. El segmento de población que comparte la identidad tradicional y rechaza la constitucional es residual.
Como podríamos esperar, la identidad tradicional está mucho más sesgada hacia la derecha, mientras que la constitucional, a pesar de ser algo más fuerte entre los ciudadanos ubicados más a la derecha, presenta menos diferencias. Como muestra el gráfico 2, existe una concepción de la identidad española relativamente transversal ideológicamente que coexiste con otra muy vinculada a la derecha política. Un patrón similar emerge con respecto a la edad: apenas si hay diferencias entre generaciones en la identidad constitucional, mientras que la tradicional es mucho más intensa entre los segmentos de más edad, especialmente entre las generaciones que llegaron a la edad adulta antes de los años del tardofranquismo.
Observamos, pues, la emergencia y consolidación de una concepción de la identidad española ampliamente compartida a derecha e izquierda, en la cual la Constitución de 1978 juega un papel determinante como nuevo mito nacional. No se trata de una identidad estrictamente ‘política’ o ‘cívica’, puesto que se fundamenta también en elementos culturales cómo el idioma español o historicistas. La nueva identidad ‘constitucional’ ha tenido éxito en ser asumida por la mayor parte de la sociedad española y emerge como una identidad cuasi neutral ideológica y generacionalmente. Sin embargo, dicho ‘éxito’ tiene dos límites evidentes: por una parte, la pervivencia de una fuerte identidad tradicional en una parte importante de la población española que, si bien no niega la nueva, sí la ‘complementa’ con elementos mucho menos neutrales y que a menudo suscitan conflicto. Y por otra, lógicamente, la falta de integración de amplios segmentos de la población de determinados territorios (especialmente el País Vasco y Catalunya), para los que ni la vieja ni la nueva concepción de la identidad española ha resultado atractiva.