¿Élites o ciudadanos? Elige tu propia aventura
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Opción A: Una revuelta espontánea
Opción A: Una revuelta espontánea9 de julio de 2010. 7:20 AM. La mayoría de catalanes se levanta y entra a la ducha. Bajo el agua fresca, para combatir el calor pegajoso del julio mediterráneo, van repasando mentalmente lo que tienen que hacer durante el día. Los que tienen hijos en edad escolar, tratan de encajar el puzle cotidiano de las vacaciones escolares. Los que aún conservan su empleo, intentan prever el panorama que se encontrarán esta mañana cuando lleguen a su puesto de trabajo. Y los que lo han perdido, afrontan un nuevo día tratando de mantener las pocas esperanzas que les quedan ante un panorama económico cada vez más sombrío. De fondo, escuchan en la radio los detalles de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Una legión de tertulianos batalla por hacer el comentario más ocurrente del día. De repente, a las 7:36, bajo la ducha, decenas de miles de catalanes tienen una revelación. Nadie les ha dicho nada al respecto, pero ahora han visto la luz: la solución a todos, todos sus males es la independencia. Es una suerte de revelación divina. Algunos la procesan de inmediato y bajan al bazar chino más cercano a buscar una bandera estelada para colgarla en su balcón. Otros escuchan la voz en su interior pero aún no le hacen caso. Deberán pasar semanas, o unos meses, hasta que la revelación se materialice. Pero caerán: les ha salido de dentro y no lo pueden reprimir. Espontáneamente más de un tercio de la sociedad catalana ha decidido unirse a los que hace años que venían reclamando la independencia: votarán en las consultas municipales, se inscribirán a la ANC y vestirán camisetas llenas de estelades.
Opción B: la manipulación de las élites
Opción B: la manipulación de las élites9 de julio de 2010. 7:20 AM. Sótano secreto de la casa dels canonges, edifico anexo al Palau de la Generalitat. La flor y nata de las élites políticas, económicas, académicas, mediáticas y culturales catalanas se halla reunida en pleno para el gran momento. El plan que llevan décadas labrando hoy se va a materializar. Tras años y años de lluvia fina en las escuelas y la televisión, tras mucha inmersión lingüística, mucho Club Súper 3, mucho Barça y mucha telenovela de sobremesa llena de mensajes subliminales, ha llegado el momento de dar el paso definitivo. La población catalana, que nunca se ha interesado por su autogobierno, será definitivamente inoculada del virus del separatismo. Un equipo de científicos catalanes lleva años trabajando en un lugar secreto del desierto de Israel en un proyecto que lo cambiará todo: se trata de un humo imperceptible al ojo humano que, dispersado desde todos los repetidores de TV3, será respirado por la población civil y conseguirá el efecto deseado sin que se note el cuidado. Los científicos aprovechan una rara condición genética que sólo tienen determinados grupos humanos, cómo los norcoreanos o los alemanes, y que permite su manipulación a gran escala. El jefe secreto del plan, el ex presidente de la Generalitat, que acaba de volver de pasar unos días en Andorra, dará la orden definitiva para esparcir el humo, entre el regocijo general de políticos, banqueros y grandes empresarios. La tradición de la burguesía catalana es contraria a la ostentación y el exceso, pero en esta ocasión el champán caro y los habanos circulan con alegría. Y es que, con este humo en circulación, ya nadie husmeará más en sus negocios.
Si te satisface alguna de las anteriores explicaciones, o una versión algo menos exagerada de las mismas, no hace falta que sigas leyendo. En lo que sigue, trato de argumentar que ninguna respuesta maniquea se ajusta a lo que ha pasado recientemente en Catalunya. Pero también defiendo la postura que, a pesar del interés académico que tiene el debate sobre el orígen y motor del cambio en la opinión pública catalana, políticamente sólo es relevante por las implicaciones que algunos, interesadamente, derivan de una u otra postura.
1. El debate académico
1. El debate académicoPero la realidad es más compleja. La investigación en ciencia política está básicamente de acuerdo en que, en general, los mensajes de las élites son fundamentales para que los ciudadanos se formen sus opiniones sobre los temas políticos relevantes. Algunos de los modelos más influyentes al respecto son el de Converse (1962) o el más reciente de John Zaller (1992). Según Zaller en general la opinión pública no tiene actitudes consistentes, y las forma en buena medida a partir de la influencia de las elites. Pero dicha influencia requiere que los ciudadanos a) reciban los mensajes y b) los acepten. La recepción está condicionada por la exposición a información política, y la aceptación depende de la congruencia o incongruencia de los mensajes con las creencias previas de los ciudadanos. El factor clave es la sofisticación política, o los niveles de conocimiento político de los ciudadanos: los ciudadanos muy sofisticados reciben muchos mensajes, pero son más selectivos en la aceptación de los mismos. Los ciudadanos con menos conocimientos sobre política reciben menos mensajes políticos, porque no prestan atención, pero tienen menos elementos para seleccionar los que aceptan y los que no. En niveles medios de conocimiento político, pues, deberíamos esperar la mayor influencia de las elites.
Las elites deben entenderse en este contexto en un sentido amplio, como los emisores de mensajes ‘partidistas’ en un sentido u otro. Movimientos sociales, líderes de opinión y, obviamente, partidos políticos lanzan constantemente mensajes a la arena pública. La identificación, o simpatía que tengan los ciudadanos con dichos emisores de mensajes, así como la claridad y homogeneidad de los mensajes y la polarización entre ellos aumenta la influencia que pueden ejercer. Y, en cualquier caso, los ciudadanos no son meros receptores pasivos que, cual zombis, se alinean tras los mensajes de sus elites. Como ha subrayado Zaller recientemente, sus creencias propias son un filtro fundamental para decidir qué importa, y aceptar o no los mensajes recibidos y ajustar sus actitudes acorde a los mismos. Establecer la intensidad y mecanismos de influencia de las elites sobre sus seguidores (y viceversa) en cada caso concreto es un reto metodológico que requiere de diseños de investigación mucho más complejos de los que hemos visto entre los que defienden una u otra postura en el caso catalán.
2. El caso catalán
2. El caso catalánNo hay razones evidentes para pensar que el caso del soberanismo catalán sea una excepción a los modelos generales de formación de la opinión pública. No se dan en Catalunya unas condiciones excepcionalmente propensas a la manipulación a gran escala de la opinión, al estilo Pyongyang. Pero tampoco la ciudadanía catalana está especialmente informada cómo para resistir a las influencias de las elites y tener una opinión completamente independiente de los mensajes que lanzan sus líderes políticos, mediáticos y de movimientos sociales.
Aunque no disponemos de datos apropiados para testar ambas hipótesis, si nos fijamos en la secuencia de los hechos podemos observar varias cosas. La primera es que el crecimiento del apoyo a la independencia es sostenido desde, almenos, 2006. Se acelera entre 2010 y 2011 en un momento en que sólo los partidos tradicionalmente independentistas defendían esta opción. Coincide con la sentencia del Tribunal Constitucional, y con un período de intensa actividad movilizadora protagonizada fundamentalmente por el independentismo tradicional frente a la que el entorno de CiU mantenía una postura calculadamente ambígua.
Gráfico 1: Preferencia por un estado independiente, por simpatía de partido
Cuando, en 2012, tras la manifestación del 11S y de la negativa de Rajoy a negociar el pacto fiscal, Mas y CDC hacen explícito su giro soberanista se produce también un aumento significativo del apoyo social a la independencia. Es razonable pensar que buena parte del mismo se deba al efecto de las elites políticas, máxime cuando dicho aumento fue especialmente intenso entre los simpatizantes de CiU. Esto se puede observar en el gráfico 1, que muestra la evolución de la preferencia por un estado independiente entre los simpatizantes de las formaciones partidarias de la consulta, o con una posición ambígua al respecto. No se trata de la intención de voto en la consulta, sino de la opción preferida en una pregunta multiopción.
Pero la historia parece algo más compleja: en el mismo periodo hubo un crecimiento del apoyo a la independencia también en otros grupos de la sociedad cuyos líderes no cambiaron de posición en aquel momento, bien porque ya eran claramente independentistas (ERC), bien porque siguen sin serlo (ICV). Quizás respondían al estímulo de la movilización del 11S, o quizás era también un efecto de las elites, pero en negativo. Es plausible pensar que el tono y contenido de los mensajes de la elite política española hayan generado un efecto de reacción capaz de modificar las actitudes políticas de una parte de la población catalana. Pero, de nuevo, es una hipótesis que requeriría, para ser contrastada, otro tipo de diseño empírico.
Es, como digo, evidencia fragmentaria e insuficiente para establecer con claridad la dirección de la influencia. El gráfico, de hecho, muestra una sucesión de encuestas pero no a las mismas personas, por lo que no puede leerse simplemente como la evolución de la posición de unos grupos más o menos constantes. Los que, en cada momento, declaran simpatía por un partido van cambiando. En cualquier caso, parece plausible suponer que nos encontramos ante una situación de influencias cruzadas y multicausalidad que difícilmente admite respuestas sencillas.
3.Las implicaciones políticas
3.Las implicaciones políticasSe trata, sin duda, de un apasionante debate académico. Pero ¿por qué debería ser relevante políticamente en el caso que nos ocupa? ¿Qué más da si el origen del giro soberanista proviene de un cambio de postura de determinadas élites políticas, o fueron los partidos los que respondieron a un cambio previo de la opinión pública? Quienes argumentan vehementemente que el independentismo proviene de una manipulación a gran escala de las elites políticas, lo hacen con dos objetivos. El primero es sugerir que no se dan, en Catalunya, las condiciones objetivas para un debate plural y democrático. El segundo es argumentar que esto es un suflé, y que tal y cómo ha llegado, esta cuestión desaparecerá de la opinión pública porque no es una cuestión que realmente importe a los catalanes.
El primer argumento no merece mayor atención, puesto que forma parte de la propaganda más burda. Pero el segundo sí es más interesante, porque de hecho ha sido tan influyente que ha guiado la inacción del gobierno español hasta el momento. La evidencia por ahora va en contra de esta hipótesis, y la movilización y el debate social no han hecho más que intensificarse. Lejos de ser una ficción televisiva, el debate está muy presente en las calles de Catalunya. En las de Barcelona y las de Tarragona. En los balcones y las redes sociales. Hasta en los blogs de análisis político de uno u otro signo.
El hecho es que, independientemente de las consideraciones o prejuicios que tenga cada cuál sobre su origen, existe hoy en Catalunya un problema político de primer orden. La consulta del 9N es una propuesta de resolución del mismo. Es, seguramente, imperfecta porque es fruto del consenso de una parte del arco parlamentario catalán, y no de todo. Es una parte muy mayoritaria, eso sí, pero aún incompleta. Seguro que con el concurso de los sectores contrarios a la independencia se podría mejorar el diseño de la consulta y acordar un procedimiento, una pregunta y un calendario que satisfagan a todas las partes. Sería un grave error si el soberanismo no estuviese dispuesto a revisarlo todo a cambio de un referéndum pactado.
Pero por desgracia, de momento, desde la otra parte no hay ningún planteamiento de este tipo. El rechazo a la posibilidad misma de la consulta ha generado una situación de bloqueo que sólo puede tener consecuencias negativas. Parece razonable intentar buscar los caminos para romper el bloqueo y acercarnos a una solución democrática a la situación. Una solución a la escocesa. Mientras tanto, lo más parecido que hay sobre la mesa es el 9N.