Dignidad frente a lógica económica
Dice el prestigioso sociólogo Alain Touraine que el discurso político dominante ha codificado la crisis en términos económicos. En esas, comprobamos que Rajoy señala el éxito de la implementación de sus políticas con palabras como prima de riesgo, crecimiento económico o déficit público. Sin embargo, cuando la gente sale a la calle habla de dignidad.
Lo que en este artículo se quiere poner de manifiesto es que describir la realidad desde una estricta representación económica, puede contribuir a oscurecer otras problemáticas o a no tener una visión global de los fenómenos. Tales problemáticas tienen que ver con prácticas cotidianas insertas en normas, formas de organización y reglas institucionales que no se cuestionan desde ese pensamiento económico, pero que han contribuido a incrementar ciertas injusticias por las que la gente se moviliza y que es preciso visibilizar en el debate público. Hablamos de la carencia de poder.
¿Por qué las cifras no reflejan esta carencia de poder? ¿Por qué a veces no dan cuenta de lo que la gente está luchando por conseguir? Dice Judith Butler que aunque podamos saber contar o confiar en la fiabilidad de ciertas organizaciones para hacer recuentos que hablan de pobreza, por ejemplo, esto no es lo mismo que discernir sobre si las vidas humanas cuentan, o de qué modo cuentan. Aunque conocemos a ciencia cierta por ejemplo, el número de mujeres que han muerto a manos de hombres por violencia de género en lo que llevamos de año, si estas muertes se producen en un contexto de silencio institucional, de ausencia de discurso institucional que las condene, puede resultar alarmante comprobar el nulo poder que tienen las cifras. Del mismo modo, cuando hablamos de 80.000 inmigrantes dispuestos a saltar la valla que custodia nuestras fronteras, hay un momento en el que contar esa vida ya no cuenta, porque ser contado implica que te conviertes en una estadística, y por tanto dejas de ser considerado como sujeto político para formar parte de la masa de una avalancha masiva. Y entonces pasas a alimentar eso que S.Sassen denomina como la iconografía de las migraciones masivas.
¿Bajo qué condiciones cuentan los números? ¿Para quién o para qué? ¿Por qué a veces no cuentan para nada? No cuentan el número de participantes que convocaron las marchas por la dignidad, pero sí lo hacen el número de policías que resultaron heridos por un grupo de violentos. La forma de mostrar todo esto es importante porque después formará a pasar parte de lo que se admite como realidad.
Hoy sabemos que las últimas previsiones del Banco de España pronostican un crecimiento del 1,2 % para la economía de nuestro país este año, pero que existe un alto porcentaje de gente expulsada de la participación útil en la sociedad. Sabemos que las privaciones materiales han aumentado, pero que la gente desea también tener voz, tener una voz sobre su vida política y sus opciones morales. Sabemos que una nación puede crecer bien sin tener garantizada una distribución adecuada para desarrollar y ejercer capacidades, para expresar sus necesidades, sus pensamientos y sus sentimientos. Sabemos que una agencia de calificación puede dar una alta evaluación a un país que no está distribuyendo adecuadamente oportunidades educativas, o asistencia sanitaria, o integridad corporal básica, como muestra nuestro lamentable historial de violencia de género, por ejemplo.
Todos estos fenómenos producen una situación de carencia de poder en la mayoría de la gente de nuestras sociedades porque están dentro de un modelo institucional en el que no se construye colectivamente. Un modelo que se sigue pensando y representando para tener o no tener bienes, pero no para hacer cosas, para tener una voz sobre nuestro propio destino, para tener autonomía, creatividad, autoridad, autoestima. Y aunque los bienes materiales son imprescindibles para desarrollar todas estas capacidades que tienen que ver con un empoderamiento efectivo de la gente, una economía restringida solo al crecimiento económico puede olvidar algo muy obvio; que la unidad básica de desarrollo de un país no debe ser el PIB, sino las propias personas.
Partir del problema de la carencia de poder entendida en estos términos implica defender un un modelo que se pregunte, como sostiene Martha Nussbaum, qué son realmente capaces de ser y de hacer las personas. Qué oportunidades tienen verdaderamente a su disposición para hacer o ser lo que quieran. Supone reflexionar de qué hablamos cuando decimos “desarrollo”, pensar en cómo se designan los bienes, o qué significado se les otorga. Esto en definitiva es una cuestión de poder, porque nos permite decidir por ejemplo, que tener algún bien social como el dinero, no sea imprescindible para acceder a otros bienes sociales, como la sanidad.
Si es verdad, como decía Soledad Gallego, que la cuestión social no debe caer en manos de economistas, también lo es que la economía no debe pensarse solo desde la disciplina económica. “Democratizar la economía”, como sostenía J. M. Martín puede significar hacerla sensible a las personas. Tomar conciencia de que la economía también es una disciplina normativa que debe conversar con la filosofía y las humanidades.
Esto ayudaría a reparar en el hecho de que cuando la gente sale a la calle no lucha por la renta nacional, sino por su dignidad. Por una vida que tenga sentido para sí mismos, prolongada, saludable y creativa. Con acceso a libros, a obras de creatividad, a servicios básicos, a una salud física y emocional, a una comprensión efectiva de sus problemas, de cuáles son sus privaciones, a una autonomía para decidir sobre ellos, a sentirse útiles para la sociedad, reconocidos y valorados. ¿Pueden citarme un solo ministro o ministra que hable sobre todo esto? Pues estos son los problemas reales de la gente real.