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Berlín, el mundo y las cooperativas de vivienda
Es increíble la cantidad de experiencias de economía solidaria que se llevan a cabo en muchos países del mundo, que han surgido desde lo pequeño y que han permitido que la gente salga adelante.
Hace poco tuve la suerte de asistir al Congreso Internacional de Economía Solidaria que se llevó a cabo en Berlín, y me dejó un muy dulce sabor de boca: no está todo perdido. Podemos seguir avanzando, observando, analizando y creando alternativas para salir adelante, como lo han hecho muchas otras personas en otros momentos de la historia y en otros lugares del planeta.
Lo que más me llamó la atención del Congreso fue cómo se han ido consiguiendo en el mundo modos cooperativos de vivienda de muy diversa índole.
La vivienda es básica. El techo, el espacio donde se vive, es el refugio, el primer eslabón de una vida digna, donde se relacionan todos los demás aspectos de la vida. Y por eso el tema ocupó un lugar central dentro del Congreso.
Entre las experiencias interesantes estaba, por ejemplo, la del Sindicato Mietshäusersyndikat de Berlín. Muchos años atrás, jóvenes sin acceso a una hipoteca (o que no disponen del 20% del precio que piden los bancos para dar un crédito) se juntaron y comenzaron a pedir dinero prestado a sus primos, amigos, hermanos y toda la gente que estaba alrededor para lograr formar una cooperativa y acceder a una vivienda. Esa experiencia, que comenzó como algo muy informal, hoy es la base de un completo movimiento, que ha permitido el crecimiento exponencial de cooperativas de vivienda de cesión de uso (la dueña siempre es la cooperativa, los socios solo alquilan eternamente). Más de 10.000 personas viven actualmente en cooperativas de viviendas creadas con el método del Sindicato.
Por supuesto, y ante posibles estafas (que han surgido, generando desconfianza), se han sofisticado y legalizado. Es decir, tienen formatos legales y una estructura suficientemente robusta que permite el desarrollo seguro de las inversiones.
Lo importante de esto es que se ve una luz al final del túnel. Hay salidas para las miles de personas que no tienen actualmente acceso a la vivienda. O que piensan en que cuando les llegue la edad de jubilación, lo más probable es que no puedan pagar el techo con lo poco que les quede de pensión.
Cada cooperativa de viviendas apoyada por el sindicato se organiza como quiera dentro de su estructura, siempre bajo la premisa de que luego esas viviendas no puedan transformarse nunca en objeto de especulación; es decir, que quedan fuera del sistema de mercado tradicional y sirven para defender el derecho al techo. Hay cooperativas que se han organizado de tal manera que han conseguido financiar todas las viviendas, no solo el 20% que no da el banco, bajo este sistema: pidiendo préstamos alrededor de las personas que la conforman. ¿Y cómo lo han conseguido?
La fórmula es sencilla. Los cooperativistas suelen dar un 2% de interés anual a sus prestatarios. Cualquiera que tenga ahorros conseguirá un interés mayor si invierte en la cooperativa, por ejemplo, 1.000 euros (el banco le daría alrededor de un 0,30%). Y para la cooperativa es mucho mejor que un crédito hipotecario tradicional, porque el interés que paga a los inversores es menor que el que tendría que pagar al banco.
Por supuesto, luego hay una serie de medidas legales concretas, muy estudiadas y a tomar en cuenta, para que se pueda devolver el dinero. La cooperativa va devolviendo poco a poco los préstamos, por ejemplo, a diez años. Y sigue pidiendo préstamos cortos (cada vez menos cantidad de préstamos) hasta haber financiado toda la inversión. De esta manera, los costos y los riesgos se hacen menores y se financia la liquidez necesaria por si surgen imprevistos o alguien pide el dinero devuelto todo de una vez (los montos por persona son pocos, y no se devuelve toda la suma de golpe).
Lo interesante de esto es que hay un tipo de financiación desde abajo. Cualquier grupo que quiera formar una cooperativa de vivienda podría utilizar el sistema. Ellos se organizan con algo tan sencillo como que cada cooperativa crea su propia página web (en plataformas gratuitas, nada del otro mundo) para dar a conocer y sacar adelante su idea.
La experiencia del sindicato fue una de las tantas presentadas en el congreso. Por supuesto, hubo muchísimas otras historias de las que aprender.
Otro de los proyectos interesantes, en lo que a acceso a la vivienda se refiere, tiene que ver con lo que llaman Community Land Trust. La idea, llevada a cabo inicialmente en Estados Unidos y en Inglaterra, es sacar las tierras del mercado de la construcción tradicional para evitar la especulación y promover el derecho al techo. Sus fundadores intentan promoverlo en otros lugares.
Los Community Land Trust son terrenos que básicamente no se pueden vender ni alquilar. La cooperativa y sus usuarios compran la vivienda en sí. Lo que se puede vender es la vivienda, es decir, lo que ha costado construir. Pero no se puede vender la tierra, y por lo tanto el inmueble queda totalmente fuera del mercado.
Hay cientos de experiencias que demuestran que hacer esto, sacar las tierras del mercado inmobiliario, permite una calidad de vida muchísimo mejor para quienes allí habitan. Y por supuesto, lo que han demostrado las cooperativas de vivienda, con cesión de uso en muchos lugares del mundo, es que se puede vivir mejor allí que en las viviendas tradicionales.
Un ejemplo de esto lo contó John Restakis, canadiense, experto en cooperativas. Las cooperativas de vivienda canadienses tienen largas lista de espera de gente que quiere entrar. Sus creadores han conseguido que las viviendas sean mucho mejores que otras, por un precio mucho más reducido. Ademá, suelen dar muchos más servicios a su colectivo. No solo piensan en la vivienda, sino que también se coordinan para abaratar costes de alimentación, guarderías, transporte, y otras tantas cosas. Es evidentemente atractivo.
El problema para comenzar a crear cooperativas de este tipo, según Restakis, reside en que muchas de ellas, la mayoría, han recibido inicialmente el apoyo –con tierras, por ejemplo- de algún ayuntamiento para llevarlo a cabo. Es un tema difícil, sobre todo en aquellos ayuntamientos que no tienen intención de generar proyectos cooperativos, colaborativos, para la ciudadanía; incluso hay algunos ayuntamientos que han querido sacar partido de la burbuja inmobiliaria, especulando con su propio parque de viviendas, y que se ven ahora sumidos en un horrible espiral de deudas.
Hay alternativas, sí. Muchas. Pero es importante que la política esté de parte de la gente, y no de parte del mercado.
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Es increíble la cantidad de experiencias de economía solidaria que se llevan a cabo en muchos países del mundo, que han surgido desde lo pequeño y que han permitido que la gente salga adelante.
Hace poco tuve la suerte de asistir al Congreso Internacional de Economía Solidaria que se llevó a cabo en Berlín, y me dejó un muy dulce sabor de boca: no está todo perdido. Podemos seguir avanzando, observando, analizando y creando alternativas para salir adelante, como lo han hecho muchas otras personas en otros momentos de la historia y en otros lugares del planeta.