Pero qué es el turismo sino un gigante con pies de barro que va a mantener parado 9, 10 u 11 meses el 12 o el 14% del PIB. Todos los que viven de esto van a tener que endeudarse para sobrevivir, empresarios y trabajadores. Los que no, transformarán los ERTEs en ERES y cerraran la persiana y el coste de esto será del dinero de todos.
A estas alturas de la película queda claro que el turismo no era la solución a todos los problemas del mundo. Frente e a la industria, no es tan resiliente a las crisis, no genera riqueza ni da tanto trabajo. Eso sí, a nivel político y empresarial, te llevas tu dinero y tus votos sin meterte en problemas de reconversiones, industrias obsoletas, modernizaciones, I+D, mano de obra cualificada, sindicatos, huelgas y derechos laborales… El turismo vende patria y te permite fomentar la cultura del pelotazo constructivo, y además multiplica por 1000 el redito político cortoplacista que da proveer trabajos malos a gente que los necesita frente al industrial. Para qué dar un Ingreso mínimo vital, si los puedes explotar por el mismo dinero y te van a dar las gracias igual.
Todo esto, quién nos lo iba a decir, ha acabado provocando una dramática precarización del tejido económico nacional y una “drogodependencia” del turismo. Porque el turismo ha acabado por convertirse en un factor transversal en nuestra forma de entender las ciudades, los alquileres, los precios del ocio, los negocios e incluso define de hace tiempo la propia imagen de los territorios y quienes los habitan. De hecho, el principal problema que enfrentamos ahora es cómo volver a la “nueva normalidad” encajando la drogadicción al turismo en el nuevo puzzle que se montará después de la COVID-19.
Sin materia prima. No turistas internacionales en 2020. El motor parado, el sector arrasado hasta sus cimientos. La imagen del país… sacrebleu! En estas condiciones, ¿quién no rescataría a este pobre moribundo, para convertirlo en el alegre y fuerte jovenzuelo lleno de vigor que era antes?
Las consecuencias de la crisis repitiendo el modelo actual
No se le escapa a nadie que esto es una crisis sin precedentes que provocará un síndrome de abstinencia duro. Los que están en contra de la “paguita”, en tres días estarán pidiendo rescates para proteger los beneficios de sus empresas, y es un error que no nos podemos permitir. También estará bien preguntarles, cuando llegue el momento, qué han hecho con los beneficios multimillonarios que han recogido hasta ahora.
Dirán que lo hacen para salvar puestos de trabajo (sus beneficios), que sin turismo todos seremos más pobres (ellos), que la imagen de España caerá en picado (la de sus cuentas corrientes) y los políticos estarán MUY tentados de salvarles para que la creación de empleo (del malo) les permita salir en la foto.
A nivel ciudades, el impuesto por pernoctación es una batalla perdida, porque sin turistas no se recaudará nada, y ni los propios empresarios turísticos pasan por alto que un aumento de los precios en los recintos hoteleros debido al aumento de costes y al descenso de plazas, hará que cuando abran las fronteras dentro de un año vengan a las viviendas particulares en forma de Airbnb, con todo lo que implica a nivel sanitario, especulativo y gentrificador. No retiene talento, y fomenta que los jóvenes sin oportunidades tengan que emigrar. El turismo, de nuevo, como un depredador que destruye nuestra forma de vivir, nuestra manera de generar riqueza, y nuestro futuro.
Todo aderezado con las lascivas ganas que tienen los que les gusta especular con viviendas con seguir viviendo de las rentas sin dar un palo al agua. Una falta acuciante de interlocutores institucionales en este sector, que aunque trasversal, necesita medidas particulares.
Reconstruir en lugar de rescatar
Sin embargo, una enfermedad mayor como es la COVID-19 da una segunda oportunidad al drogadicto de enmendarse y darse cuenta de que no puede seguir por este camino. Que es hora, y se dan las condiciones, para incentivar a los políticos a hacer las cosas bien. El decrecimiento turístico ya era necesario antes, pero ahora es una prioridad absoluta. Sin lugar a dudas, es un momento inteligente para poner este asunto sobre la mesa. Sin esta transformación no habrá ni Green new deal, ni Smart cities, ni sostenibilidad, ni leche “migá” y sí muchos pobres más. De esto es consciente hoy en día hasta el propio sector turístico, que ya habla con la boca pequeña de una necesaria evolución. Algunas medidas para la reconstrucción de la zona 0 turística para el bien común:
- Vincular ayudas a la sostenibilidad: Lo primero y más necesario es que las seguras ayudas e inyecciones de dinero público no vayan -como siempre- a proteger el beneficio ilimitado de las corporaciones sino que sería perentorio que estas ayudas fueran vinculadas a la necesidad de aportar estabilidad y resiliencia al sector, a sus trabajadores, y por ende al país. Trabajadores, que son con sus rentas los que de verdad aportan riqueza al territorio, y no los beneficios millonarios de empresas que no pagan sus impuestos en el país. Pero eso es para otro capítulo.
- Aprovechar el momento para regular y proteger el acceso a las viviendas y los alquileres. Los pisos compartidos serán otra fuente de contagios, y todos sabemos en las condiciones que viven millones de personas en este país. De igual manera, para proteger los beneficios del sector hotelero, habría que restringir el uso de viviendas residenciales al alquiler turístico. Por esto, y por proteger los barrios ya muy castigados, es necesaria la limitación de plazas prohibiendo Airbnb, que habilite el parque de viviendas del mercado residencial, y punto. Desincentivando así otra de las grandes lacras de este país que es la especulación inmobiliaria.
- No caer en la tentación del ladrillo. Hay 4 millones de casas vacías y un millón disponibles en plataformas como Airbnb o booking. Esto solo favorecería la especulación y la evasión de capitales. Para proteger sus propios negocios, sería bueno limitar la construcción de hoteles por la ausencia de materia prima turística en los próximos 10-12 meses.
- Evitar el modelo de explotación del extranjero de tapa y sangría, de chanclas y calcetines, y redireccionar la promoción turística hacia el turismo de proximidad. El único que estará disponible, con suerte, de aquí a aproximadamente un año.
- Sensibilidad para la reconstrucción: Sin ninguna duda, habría que aprender de lecciones del pasado y proponer medidas de una manera didáctica y pedagógica para evitar que las consecuencias de esta reconstrucción recaigan en la mano de obra poco cualificada, que además de tener una más difícil adaptación a otros sectores, es la que menos recursos tiene.
En definitiva, y temiendo repetirme, sería bueno aprovechar la triste oportunidad que la COVID-19 nos ha dado para transformar al turismo en una fuente de estabilidad y no como hasta ahora permitir un rescate que ahonde en el turismo como elemento destructor las formas de vida locales, precarizador y empobrecedor. No se pueden tener una ciudades prosperas, sostenible, modernas y resilientes si volvemos al modelo anterior. Hay que dejar morir al sector turístico como lo conocemos para reconstruirlo de una manera mejor. El sector turístico lo sabe, usted lo sabe. Que en esta crisis no salvemos a los de siempre, que después vienen los “si te he visto no me acuerdo”.
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