ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
“Cómo voy a estar cansá. Si estuviera fregando… Pero aquí sentá…”
“¡Xiquetita, pega un sarto!” Son las ocho de la mañana. Mercedes está sentada en la esquina de la cama. El zumo de naranja en mano. La ropa sobre la silla y el desayuno preparado. Migas de pan con aceite. “Corre, bébete er sumo que se le ban lah bitaminah”. Es invierno. La bufanda nos cubre nariz y boca. “Xiquetita, abrígate que bah a coheh frío”. Cierra la puerta y salimos calle arriba. En su llavero lleva una figurita de una perdiz y la bandera de Andalucía. Hace poco que lo tiene. Sonríe discretamente. En silencio. Seguimos caminando.
Mercedes no fue una de esas brujas que no pudisteis quemar, como vemos en muchos carteles en las manifestaciones feministas, que en estas fechas llenan las calles. Mercedes fue una de esas mujeres que eran vistas sin ser vistas, invisibles. De las que habitaban los barrios de la periferia de las ciudades, de las que migraron y resistieron en la batalla de los cuidados. Era una de esas mujeres andaluzas y pobres que, tras los fogones, los pisos mal acondicionados y los patios de luces, construyeron vida junto a muchas paisanas en los barrios periféricos de la ciudad de Barcelona.
Entre sentires y silencios.
Mercedes se llevó Andalucía a cuestas y a regañadientes.
Todos los días Mercedes se agarraba 'er borso' y salía a faenar y a comprar, mientras corría la voz, hablaban las calles, los bares y los telediarios. Andalucía, la graciosa y la dormilona
Dejó la servidumbre de las aceitunas y los señoritos andaluces y castellanos pintados de verde y blanco por la casa en Gran Via o en Roselló. Les fregaba los platos, llevaba a los niños al colegio y así planchaba, así, así. Cuando el cuerpo no daba pa’ más dejó de ser minyona pa’ casarse y seguir fregando otros platos. Olor a lejía en las manos.
De enviar giros postales al pueblo con el dinero de la jornada a recorrerse las calles de Barcelona de arriba abajo con el delantal a rayas y las pesetas justas para una barra de pan. Dame una de cuarto.
En un piso en el Besòs con cocina de butano y 8 en casa, o en Via Hulia y Yummayoh con toas las paisanas al girar la esquina y los coches preparados el 1 de agosto, en aquel descampado en frente de las viviendas hacinadas, para salir corriendo al pueblo y atravesar una vez más esa sensación de no ser ni de aquí ni de allá. Un irse y no irse. Algo tan invisible como irse, a medias, por trabajo y volver, a medias, por afectos.
Todos los días Mercedes se agarraba er borso y salía a faenar y a comprar, mientras corría la voz, hablaban las calles, los bares y los telediarios. Andalucía, la graciosa y la dormilona. It’s siesta time! Welcome to your Paradise! Rent an Airbnb that used to be Manuela’s house!
Suena la televisión, los obreros se manifiestan, todos ellos al grito de “¡Andaluces levantaos!”. Pues qué quieres que te diga… Después de estar 'tor' día faenando, yo me quiero ir a sentar
Mercedes encendía el fogón y ponía a hervir el potaje de lentejas. “¿Ya has comío?” Recogía la mesa, lavaba los platos, ponía a secar la ropa de la lavadora, barría la cocina y después de todo el día de pie, sosteniendo los cuidados, se sentaba en el sofá, se ponía las gafas de cerca y hacía sus sopas de letras.
Suena la televisión, los obreros se manifiestan, todos ellos al grito de “¡Andaluces levantaos!”. Pues qué quieres que te diga… Después de estar tor día faenando, yo me quiero ir a sentar.
Con el tiempo dejó de aflorar el acento; las enritaciones, de tanto corregirlas, pasaron a ser irritaciones; y Mercedes, desde lo invisible y periférico, siguió haciendo crecer geranios en los patios de luces y balcones, y llamando a las paisanas cada miércoles después del café de las cuatro de la tarde.
Y hoy las bibliotecas, las esferas políticas, los centros educativos o los medios de comunicación, hablan, escriben y exponen sus libros de las 100 mujeres clave en la historia, mujeres que cambiaron el mundo o las señoras pudientes que descubrieron e investigaron, pero en ninguno de ellos saldrá el nombre de tu yaya, de tu agüela, de la vecina de enfrente. Son historias que quedarán en los barrios, en las escaleras de vecinas, en calles y plazas y que florecerán a través de nuestras voces, relatos y cánticos.
Esto no es solo un escrito sobre Mercedes, también es sobre Isabel, Pepa, Manuela, Dolores, María, Paca y toas ellas, que nos enseñaron y tejieron feminismos desde la base y desde lo más esencial, como es tener un sostén y una red de comadres, vecinas y paisanas. Pa las penas, las alegrías y to lo que haga farta.
“¡Xiquetita, pega un sarto!” Son las ocho de la mañana. Mercedes está sentada en la esquina de la cama. El zumo de naranja en mano. La ropa sobre la silla y el desayuno preparado. Migas de pan con aceite. “Corre, bébete er sumo que se le ban lah bitaminah”. Es invierno. La bufanda nos cubre nariz y boca. “Xiquetita, abrígate que bah a coheh frío”. Cierra la puerta y salimos calle arriba. En su llavero lleva una figurita de una perdiz y la bandera de Andalucía. Hace poco que lo tiene. Sonríe discretamente. En silencio. Seguimos caminando.
Mercedes no fue una de esas brujas que no pudisteis quemar, como vemos en muchos carteles en las manifestaciones feministas, que en estas fechas llenan las calles. Mercedes fue una de esas mujeres que eran vistas sin ser vistas, invisibles. De las que habitaban los barrios de la periferia de las ciudades, de las que migraron y resistieron en la batalla de los cuidados. Era una de esas mujeres andaluzas y pobres que, tras los fogones, los pisos mal acondicionados y los patios de luces, construyeron vida junto a muchas paisanas en los barrios periféricos de la ciudad de Barcelona.