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Sobre este blog

ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

Citas para los sinsabores y esperanzas

Relato andaluz

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Decía Santa Teresa de Jesús que “somos amigos de contentos más que de cruz”. Claro. ¿Y quién no? Pero visto el rosario de agravios que sostenemos y vamos repasando les andaluces, se podría decir que aquí nos van más las cruces (literales y metafóricas) que los contentos. O eso es lo que nos echan en lo alto y con lo que se supone debemos conformarnos.

Inauguramos año escolar y con él, vuelve esta columna. Un espacio donde nos jactamos de dar voz a un abanico de gargantas que expresan sus inquietudes, pareceres, añoranzas, mosqueos y una ristra larguísima de cosas añadidas. Lo sangrante es que, haciendo repaso de la temporada anterior, lo más abundante es la decepción, la rabia y una extendida y compartida sensación de impotencia ante los vaivenes que sufre Andalucía. Es doloroso releer todo lo aquí escrito, así como en otros medios que le van cogiendo el pulso a la opinión andaluza, y sabernos testigos y víctimas todas del avance de grandes monstruos: el desarraigo, la turistificación, los pozos ilegales, el cambio climático, el machismo, el racismo, la intolerancia y una sarta de cuentas más que conforman el ya mencionado rosario. Da miedo y pena. Y mucha, mucha rabia. Ahí es donde, según cree servidora, está la clave. Porque, como dijo Antonio Gala, “la falta de responsabilidad es atractiva –se descansa en ella–, pero también es una derrota”. El acto de escribir para dar un golpe sobre la mesa y decir que algo no está bien, que no nos gusta y el cómo nos hace sentir, es no sólo liberador y terapéutico, sino también revolucionario. Es precisamente tomar la responsabilidad de decirle al mundo que no nos conformamos, y que esto llegue a una comunidad donde esas palabras-semilla agarren y germinen, moldeando quién sabe qué esperanzas y posibilidades de futuro. Porque, como leí hace tiempo en alguna parte, “en lo cercano está la barricada”.

Esta columna es, o pretende ser, una de esas barricadas. Un refugio y parapeto ante los embistes que la política, el capitalismo o la propia vida nos proporcionan; un lugar desde el cual devolver los golpes a base de consciente y furioso tecleo. Desde aquí lanzamos botellas (cócteles molotov, a veces), porque creemos en lo mismo que Umberto Eco: “lanzar un mensaje en la botella, para que, de alguna forma, aquello en lo que se creía o que nos parecía hermoso, pueda ser creído o parezca hermoso a quienes vengan después”. Tratando de evitar la desesperanza y la indiferencia, buscando combatir y revertir la familiaridad que hemos llegado a alcanzar, como sociedad e individuos, con el horror. Algo que, según Steiner, “constituye una derrota humana radical” Y no estamos para más derrotas.

Mientras tanto, aquí nos fríen a mensajes impuestos de amor por el turismo, que aparentemente es lo único que nos puede dar de comer

Les andaluces cargamos con tópicos prejuiciosos que condicionan nuestro desarrollo personal, económico y político. Bregamos por crear, apuntalar y compartir una cultura que cada vez tiene su desarrollo más difícil, siendo las energías propias y el apoyo institucional progresivamente más escasos cada mes y año que pasa. Intentamos estar ahí para quien lo necesite, haciendo honor a la solidaridad que caracteriza a esta tierra. Una tierra que, con más frecuencia de la que debiera, no pueden contemplar más que en la memoria las miles de personas que deben dejarla para buscarse la vida en pastos más verdes: todo el verde que aquí falta, que por escasez de agua y abundancia de egoísmos (sea en gestiones, sea en ilegalidades), ha pasado a ser más bien color ocre. Lejos, nadando en añoranzas, lo que queda es construir comunidad, teniendo presentes las raíces.

Mientras tanto, aquí nos fríen a mensajes impuestos de amor por el turismo, que aparentemente es lo único que nos puede dar de comer. Servir cerveza fría o llevarle la maleta a quien disfruta como un entretenimiento low cost de lo que hasta hace poco era nuestra cotidianeidad: nuestras calles, nuestros bares, nuestras playas, nuestro arte, nuestras casas… Miramos y rumiamos, nos conformamos y cabreamos, nos empastillamos y confiamos en que todo pasará, en que todo lo que sube debe bajar. Nos falta nada más que juntar y ordenar nuestros pesares. Que ya dijo Marvin Harris que “no se puede hacer una revolución si cada uno hace lo que le da la gana. Para hacer una revolución todos deben hacer la misma cosa”.

Andalucía, con todo lo que contiene, vale la pena. Ustedes que nos leéis, que aquí escribís, valéis la pena. Absoluta e indudablemente

Puede parecer que “revolución” es una palabra muy gorda para lo que manejamos aquí. Que nos pasemos de grandilocuentes, que nos flipemos, hablando en plata, con lo que el ejercicio de la palabra puede provocar. Pero si comulgásemos con estas creencias… ¿para qué escribir? ¿Para qué protestar? ¿Para qué señalar? ¿Para qué compartir? Pues, en opinión de la que firma, para seguir aquí. Para vivir y disfrutar (y sufrir cuando toca, pero esa lección la tenemos ya bien aprendida) del cachito de tierra que ocupamos y que nos vio nacer. Ni más ni menos. Porque creo firmemente, como lo hace Barbeito, que “cuando se pide mucho a la vida, el dolor y el fracaso son inevitables. Pero Andalucía, tú, has sabido que sólo pidiendo mucho a la vida tiene esta sabor, olor, consistencia, realidad en suma. Y termina diciendo el filósofo que si tuviera que encargar un escudo para nuestra tierra, lo decoraría con esta frase: vale la pena”. Andalucía, con todo lo que contiene, vale la pena. Ustedes que nos leéis, que aquí escribís, valéis la pena. Absoluta e indudablemente.

“Que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”, que dijo Simone de Beauvoir. Así que vamos a por ello de nuevo. Que no nos falten en esta travesía vuestros ojos y vuestras voces, las de quienes construyen y sostienen la Andalucía de verdad, la que está a pie de calle. Sea por ustedes y, por supuesto, por Andalucía libre.

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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