ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Las cosas claras y el chocolate espeso

Escribo esto en una de esas esperas complicadas que la vida te impone: la de saber qué pasa con la salud de un familiar. Mi abuelo, concretamente, que ahora mismo está ingresado en un hospital público. Este dato es importante, porque sé de sobra que, de tratarse de uno privado, le habrían echado para atrás diciendo que lo que tiene son cosas de la edad (a pesar de lo mucho que le importaban los mayores a nuestro presidente cuando estaba en la oposición). En cambio, en este hospital público le han tomado en serio desde primera hora, le han hecho pruebas, operación (y las que vendrán), pautado tratamiento, tratado con consideración y, no menos importante, le han dado bien de comer. Porque esto es lo que hace la Sanidad Pública cuando se le deja. Cuando no, cuando se decide desguazarla y llevar a sus profesionales a la extenuación, cuando se opta por considerar a las personas como carne de sala y lista de espera, todo se viene abajo. Tan abajo que, de no ser por esta relación de acontecimientos con que he empezado el artículo, hoy estaría escribiendo desde un tanatorio. Y esa es la realidad de muchísimas personas en Andalucía a día de hoy.
Las noticias sobre el deterioro de la Sanidad y del resto de servicios públicos andaluces son, por desgracia, el pan nuestro de cada día. Nos hemos acostumbrado a ver a cualquier miembro del gobierno andaluz salir a un atril y decirle al micrófono que su consejería, la que sea, ha invertido muchísimo dinero en lo público, sin explicar cuánto más han derivado a lo privado. Hemos visto al mismísimo presidente andaluz decirle a una madre, desesperada por la realidad de una Educación pública que margina a su hijo (con la ostentosa sinvergonzonería del consejero en cuestión mediante), que su gobierno ha puesto mucho dinero en Educación y que él poco más puede hacer. La condescendencia y la mentira como moneda de cambio ante la necesidad y desesperación del pueblo. Ese es el sello de quien ahora es conocido no ya como “el moderado”, sino como “el educado”. Ese es el sello de las derechas andaluzas.
Pareciera que, efectivamente, poco se puede hacer, más allá de intentar protestar hasta que te callen con un número y un “ea,ea”. Es el trato que nos dan cuando intentamos dar una voz más alta que otra, hasta que acabamos por normalizarlo. Y aprendemos a guardarnos las cosas, a aguantar, puede que hasta a confiar. Conciliamos, en la medida de lo posible, para no enfrentar. Así hasta que salta la siguiente noticia, el siguiente agravio que nos araña un poquito más ese escudo de derechos que, cándidamente, creíamos blindado. Porque subestimamos lo que el afán de poder, de dinero, puede conseguir. Subestimamos a quienes tienen la sartén por el mango y las tripas llenas de malos sentimientos.
A la gente con mala leche no hay que subestimarla. Pero a la que está desesperada tampoco.
Hay que apaciguar y no darle munición al enemigo, me dijeron hace poco. Porque de lo más inocente se puede sacar punta: una punta afilada que clavarnos en el ojo. Pero, digo yo, tampoco hay que dejar pasar cosas que coquetean veladamente (o no) con cualquier ideología que cuestione un solo derecho humano. Tampoco vale ya con hacer memes. El humor es necesario, es punto de cohesión y de fuga, de asimilación y hasta de resistencia, PERO.
Hoy no quiero, no puedo, no me sale reírme (por mucho que aprecie el esfuerzo y la ocurrencia de turno) de, por ejemplo, un meme hecho a partir de un saludo nazi o fascista. No me sale hacer bromas con situaciones cotidianas que quiebran a tantas personas a mi alrededor, ya hablemos de sanidad, de vivienda, de trabajo o de economía.
Puedo hacer por comprender y analizar, incluso discutir lo que se tercie, pero la manga ancha se vuelve automáticamente estrecha cuando se busca justificar cualquier tipo de odio, cualquier tipo de menoscabo a la dignidad y la necesidad
Todos los días nos bombardean y saturan con fake news y discusiones estériles sobre temas insulsos, dramas, cotilleos y alevosías varias. Se nos va la vida en dejarle claro al mundo por qué x cuestión es horrorosa de fea, de mala, de chunga. Ojo que la capacidad de opinar y debatir es maravillosa y necesaria, porque, se supone, fomenta el entendimiento y el discurrir. Pero eso ya pocas veces funciona así. Y nos acabamos echando las manos a la cabeza por una estampita que sale en la tele, sin que lleguemos a nada. Cuando lo que hay que resaltar es el hecho de que esa estampita me sienta mejor o peor (que por supuesto lo podemos hablar), pero no pone en duda mi derecho a existir. Un brazo en alto con la mano extendida sí lo hace.
Ahí, en ese brazo (sea real o metafórico) es cuando acaba la discusión y se le retira la palabra al tonto-malo, se le dice que piense en lo que ha hecho y se le deja solo en un cuarto a puerta cerrada y sin conexión a internet. A ver cuánto le dura el brazo en alto cuando nadie le mire.
¿Dónde, entonces, están la línea del humor y del aguante? Creo que en este ámbito las pasamos hace mucho y que la doble línea (la de final del pentagrama) ha llegado. Ya está. No hay calderón ni dos puntos ni da capo ni nada. Finito. Porque este devenir de los acontecimientos es lo verdaderamente ofensivo, no para unos pocos o para según qué ideas, sino para todo ser humano. Quien aún no lo vea debería plantearse ciertas cosas, aun a riesgo de quedarse solo. Las cosas claras y el chocolate espeso. Aquí no hay caridad cristiana ni empatía que valga. Puedo hacer por comprender y analizar, incluso discutir lo que se tercie, pero la manga ancha se vuelve automáticamente estrecha cuando se busca justificar cualquier tipo de odio, cualquier tipo de menoscabo a la dignidad y la necesidad. No tengo tiempo ni ganas de aguantar tanta indecencia. No permito que me quieran colar que la degradación de lo público y de los derechos humanos son cosas normales, razonables o deseables; y afirmo que nadie con dos dedos de frente o que pretenda tenerlos debe hacerlo. Porque la indecencia, en estos casos, se contagia. Y pronto no quedarán hospitales públicos donde nos curen de ella.
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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
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