ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
Lo que más quería, atrás me lo iba dejando
Todas las mañanas, mientras ando faenando en casa, se rompe la quietud de mi calle y suenan los siguientes versos bajo mi balcón:
Tengo que hacer un rosario
Con tus dientes de marfil,
Para que pueda besarlo
Cuando esté lejos de ti,
Sobre sus cuentas divinas,
Hechas con nardos y jazmín,
Rezaré pa que me ampare
Aquella que está en San Gil.
Adiós mi España querida,
Dentro de mi alma
Te llevo metida,
Aunque soy un emigrante,
Jamás en la vida
Yo podré olvidarte
Lo que suena es “El emigrante”, del jiennense Juanito Valderrama. La que lo escucha es una de mis ancianas vecinas, y quien se lo pone es la auxiliar de ayuda a domicilio que la saca a dar su paseo matutino. Mi vecina no canta, apenas puede andar, pero la auxiliar la anima constantemente a que termine los versos. Apela a su memoria, apela a la vida que, trabajosa, discurre entre las callejuelas de un pueblo andaluz de Sierra Morena que cuenta por centenares a sus jóvenes emigrantes y sus casas cerradas. La canción es de 1949 y homenajea a los exiliados -que no emigrantes- del franquismo (ese período que, según algún sinvergüenza, no fue tan malo como se pinta), aunque dicho régimen, como hizo con tantas otras cosas, la tomó como símbolo nacional. A la canción y a la de San Gil.
Cuando salí de mi tierra
Volví la cara llorando,
Porque lo que más quería
Atrás me lo iba dejando,
Llevaba por compañera
A mi virgen de San Gil,
Un recuerdo y una pena,
Y un rosario de marfil
Escribo esto ante una semana convulsa: para empezar, se entrega en Sevilla a la virgen de San Gil, conocida universalmente como La Macarena, la distinguida Rosa de Oro. Sólo un poco después se celebrará en la misma ciudad una Magna Procesión, con motivo del Congreso de Hermandades y Piedad Popular (todo muy en mayúsculas, como no puede ser de otra forma), a la que acudirá en masa gente de toda Andalucía y resto de España. Y ahí en medio, casi pidiendo por favor su hueco, tendrá lugar la conmemoración del 4 de diciembre. Día de la Bandera desde hace pocos años; Día Nacional de Andalucía desde hace unos cuantos más.
¿Qué hemos conseguido exactamente? ¿Aulas de institutos masificadas? ¿Esperas de varias semanas para coger citas telefónicas en el ambulatorio? ¿Universidades concertadas que se comen la financiación de las públicas? ¿Pozos ilegales en parques naturales que siguen siendo siendo usados con impunidad? ¿Liderar las tasas de pobreza y paro una y otra vez? ¿Dirigentes políticos que se montan tramas de corrupción en un tris? ¿Es eso lo que nos tiene que llenar de orgullo?
Para tan señera efeméride (la de la bandera, aclaro), la Junta de Andalucía ha lanzado un anuncio donde, entre blanca nieve y verde campo, blancas fachadas y verdes geranios, se habla del orgullo de ser andaluces. Al menos esta vez el acento de la locución es el que toca, demos gracias. Lo que pasa es que una ve el anuncio y se queda preguntándose que esto de qué va. Ser andaluza es estupendo, sublime y todo eso, lo tenemos aprendido. Pero… ¿por qué es tan chuli? No lo dicen en el anuncio; sólo nos cuentan que por ser de Andalucía hay que sentir orgullo, por lo que somos y hemos conseguido, pero… Concretarlo no lo concretan, mecachis. ¿Qué hemos conseguido exactamente? ¿Aulas de institutos masificadas? ¿Esperas de varias semanas para coger citas telefónicas en el ambulatorio? ¿Universidades concertadas que se comen la financiación de las públicas? ¿Pozos ilegales en parques naturales que siguen siendo siendo usados con impunidad? ¿Liderar las tasas de pobreza y paro una y otra vez? ¿Dirigentes políticos que se montan tramas de corrupción en un tris? ¿Es eso lo que nos tiene que llenar de orgullo?
Afortunadamente, justo después del spot de marras aparece un banner de la nueva campaña de la Junta que esclarece algo la cuestión. Reza: si nace en Andalucía, ya es bueno. El producto andaluz es bueno porque sabor, calidad y valor también lo son. Y su fotito de la aceitera y sus aceitunitas en rama. Eso era. Hay que estar orgullosa de la calidad de los productos andaluces, cultivados en caciquiles latifundios o en hectáreas de pequeños agricultores mal pagados; productos que se comen el agua que no hay y de los que se lucran en otros códigos postales; productos que se van volviendo ridículamente caros para los paladares que los evocan y que son exportados para delicia de quienes los pueden apreciar de verdad. Europeos de bien que no se quiebran la espalda en un mal surco y que no degustan el saborcito a explotación, a sequía, a acoso sexual que destila una flamante fresa onubense o un espléndido calabacín almeriense. Gloria bendita: el éxito andaluz era esto.
La cultura andaluza está espléndidamente y es magnánima, conque ¿cómo no va a entregar de forma excepcional y desinteresada cantidades exorbitantes de dinero público a eventos que sí lo necesiten? Por ejemplo, una magna procesión orquestada por entes privados.
Menos mal que nos lo han explicado, porque ya estaba yo erróneamente pensando que el motivo de orgullo eran nuestra historia y cultura. Una cultura tan plena y rebosante que, en su vertiente institucional, puede permitirse dejar sin gastar partidas de cientos de miles de euros. La cultura andaluza no necesita inversión, porque el patrimonio andaluz, sólo por ser andaluz, ya es y está perfecto. Por grietas, humedades, hacinamientos, falta de personal, pérdidas estructurales o masificación que sufra. No le hace falta nada, igual que a las librerías, que cierran porque quieren; o como las compañías de teatro, cuyos integrantes no comen lo que otros mortales porque se alimentan del aire (aire andaluz, por supuesto, qué duda cabe). La cultura andaluza está espléndidamente y es magnánima, conque ¿cómo no va a entregar de forma excepcional y desinteresada cantidades exorbitantes de dinero público a eventos que sí lo necesiten? Por ejemplo, una magna procesión orquestada por entes privados. No en vano, en todo el mundo se nos conoce especial y singularmente por este concretísimo aspecto de nuestra cultura que es la religiosidad popular. ¿O acaso no hemos dicho ya que el mundo entero sabe quién es La Macarena? Pues que no le falte ni gloria a las calles ensilladas y valladas que surcarán las grandes devociones durante la Magna. Que se gasten el Ayuntamiento y el Consejo esos dineros, claro que sí. Porque al final lo que queremos, Andalusian Crush mediante, es que toda la cultura andaluza (y a ser posible, de España entera) se reduzca a esto, ¿verdad?
Yo soy un pobre emigrante
Y traigo a esta tierra extraña,
En mi pecho un estandarte,
Con la alegría de España,
Con mi patria y con mi novia
Y mi Virgen de San Gil,
Y mi rosario de cuentas,
Yo me quisiera morir.
Y así se comprende que no nos haga falta nada. Ya todo lo tenemos: el gozo de vivir en nuestra tierra si así lo hacemos, o la dicha de atesorarla en la memoria si hay que emigrar. No hace falta más cultura que un rosario y el recuerdo de una bella dolorosa. Sólo queda una parte, que juzgo la más complicada: créerselo. No porque el imaginario religioso-cofrade no sea parte fundamental de lo andaluz (precisamente seré la última persona del mundo en ponerlo en duda), sino porque aceptar esto supone aceptar también que nada más importa ni se precisa ni se debe demandar. Ni derecho a la vivienda, ni al trabajo digno y bien remunerado, ni al alimento nutritivo y asequible, ni al acceso a la cultura más allá de la que nos ocupa, ni mucho menos a su conservación, promoción, o difusión. Alegría, que Andalucía no es pa’ sufrirla, sino siempre y ante todo, pa’ presumirla.
Así que, por lo que puedo sacar en claro de todo esto, en el Día de la Bandera se debe asumir que basta con colgar una del balcón y llenarse la boca diciendo que Andalucía es lo mejor el mundo. Nada de rememorar ese 4 de diciembre de 1977 donde toda Andalucía se echó a la calle, a ese Caparrós pa’siempre mártir, a ese Carlos Cano cantando la verde, blanca y verde, a esa Ana Orantes demostrando que ella no era ningún bulto, a esa M.ª Luisa Cobos que por defender a sus vecinas se vio desterrada, a ese Blas Infante gritándole a la muerte a la cara que Andalucía libre viviría, a esa Angustias García guardando en su cómoda la tela alba y omeya que se convertiría en el símbolo de todo un pueblo, a esa Josefina Manresa que nos hizo llegar las cartas del amor, las de la muerte y las de la vida… Nada de evocar esta Andalucía que, suponía yo, tocaba traer a nuestros corazones y memorias cada 4 de diciembre. Nada de exigir una Andalucía de luz, paz, cobijo y estómago y mente llenas. Al parecer, supuse mal.
Todas las mañanas, mientras ando faenando en casa, se rompe la quietud de mi calle y suenan los siguientes versos bajo mi balcón:
Tengo que hacer un rosario