Francisco Conesa: el investigador de las terapias del futuro
El Centro de Transfusión, Tejidos y Célulasde Málaga es mucho más que un centro de transfusiones. En su interior, la unidad de Expansión y Terapia Celular trabaja en la traslación de terapias celulares bajo normativa GMP (por las siglas en inglés de Buenas Prácticas de Fabricación). En esta instalación homologada, conocida en la jerga como “sala blanca”, trabaja Francisco Miguel Conesa, un bioquímico especializado en biomedicina de 30 años. Desde febrero, Conesa tiene un contrato con la Fundación Progreso y Salud (de la Junta de Andalucía) para estudiar cómo se comportan y qué funciones tienen las células mesenquimales, gracias a una de las ayudas de contratos posdoctorales que concede la Consejería de Transformación Económica, Industria, Conocimiento y Universidades de la Junta de Andalucía.
Esta investigación servirá para conocer mejor las capacidades antiinflamatorias, moduladoras y regenerativas de este tipo de células madre y, con el tiempo, para desarrollar fármacos y terapias con aplicaciones potenciales contra enfermedades autoinmunes, artríticas o, incluso, el cáncer. La investigación se realiza en un laboratorio GMP de la Red Andaluza de Diseño y Traslación de Terapias Avanzadas, una apuesta estratégica por situar a la comunidad a la vanguardia de la Terapia Celular y la Medicina Regenerativa, la Genética Clínica y la Medicina Genómica y la Nanomedicina.
La misión de estos laboratorios GMP es trasladar al uso clínico la investigación preclínica. Dicho de otro modo: son productores de medicamentos de terapias avanzadas para el Servicio Andaluz de Salud. Para esta tarea es necesario incorporar personal capacitado. Conesa se acaba de incorporar como responsable de producción de las células mesenquimales y del desarrollo de exosomas, unas microvesículas generadas por las primeras.
“Caracterizando” las células mesenquimales
“El proyecto está enfocado a la caracterización y aislamiento de células madre mesenquimales aisladas de cordón umbilical”, explica el investigador. Las células madre mesenquimales pueden aislarse de muchos tejidos: médula ósea, adiposo, pulpa dental, endometrio o cordón umbilical. Tienen una gran capacidad inmunomoduladora: “Son capaces de evadir la respuesta inmune del huésped y no van a desencadenar una respuesta inmunitaria de rechazo. De esta forma, evitamos que se produzca respuesta inflamatoria”. Pero las de cordón umbilical tienen la particularidad de que son células jóvenes, en las que no se han producido demasiados cambios epigenéticos.
El trabajo de Conesa es “caracterizar” las células: observar cómo se comportan, analizar sus características y determinar lo que pueden liberar al medio. Y, en concreto, estudiar cómo se comportan los “exosomas”, que son unas microvesículas con un tamaño minúsculo (de 30 a 100 nanómetros) liberadas por las células. Estas microvesículas están involucradas en la comunicación intercelular. Se sabe que transportan material genético, proteínas o micro-RNA, pero ¿qué hacen exactamente? ¿Cómo influyen en las demás células? ¿Cómo se puede usar esa influencia para regenerar tejidos o ralentizar una enfermedad?
Para responder a esas preguntas, antes hay que “caracterizar” las mesenquimales y sus exosomas. “Cultivamos las células, vemos qué transmiten al medio, caracterizamos y aislamos esos exosomas mediante centrifugación o por separación de componentes”, ilustra el experto. Luego, se estudia su composición, qué micro RNA, material genético o proteínas contiene, y entonces sí, aparece la meta: es posible saber si puede tener una utilidad terapéutica.
Actualmente, se investiga si el uso de exosomas como medicamento reporta ventajas adicionales al uso directo de células mesenquimales. Este centro ha sido capaz de desarrollar un medicamento de uso consolidado con condrocitos, utilizado para pacientes con daño articular o en el cartílago. Ese es el final del camino: lograr un medicamento con aplicación clínica que mejore la salud o la calidad de vida de un paciente.
Veinte minutos para avanzar unos metros
Llegar a las células es un trabajo en sí mismo. Para acceder al interior de la sala del laboratorio y poder manipular las células dentro de una campana de flujo laminar, Conesa debe pasar por varias salas previas, y cambiarse en cada una de ellas. Cada una marca el grado de esterilización, de A a D. Entra con un pijama de quirófano tras enjabonarse con un biocida, y acaba cubierto por un equipo de protección completo.
Las “buenas prácticas de fabricación” para terapia avanzada recogen un protocolo milimétrico para la correcta vestimenta y manipulación, pensado para garantizar la máxima seguridad de las células. Todo está diseñado para garantizar la esterilidad de la estancia. Tarda casi veinte minutos solo en avanzar unos metros. Si tiene que introducir materiales, es media hora antes de empezar a trabajar.
Una vez dentro, Conesa analiza al nanómetro (esto es: una milmillonésima de metro) cómo se reproducen y se desenvuelven las células. Cada día, Conesa trabaja con millones de células. En el propio argot técnico, las “siembra”, las “cultiva”, las traslada de “flask” en flask, las criopreserva y, sobre todo, las observa. Como un voyeur molecular, comprueba cómo se reproducen, cómo se mueven, qué hacen.
La dificultad de investigar en España
Conesa estudió Bioquímica. Siempre quiso ser científico, pero no de cualquier tipo. Quería trabajar en ciencia, pero también comprobar que sus investigaciones servían: “Siempre me llamó la atención el ámbito sanitario, porque es la ciencia aplicada al paciente”.
Desde que terminó la carrera, ha ido encadenando contratos en centros hospitalarios y de investigación que le permitieron completar su tesis centrada en las rutas de señalización de las células óseas. De paso, ha recorrido el país: de Murcia a Vigo, pasando por la Fundación Jiménez Díaz, en Madrid. Muchos de sus compañeros han tenido que emigrar a Francia, Estados Unidos o Alemania. “En España es muy difícil conseguir financiación para investigar”, cuenta: “Hay mucha competencia, la gente está muy bien formada, y lo que faltan son oportunidades”. Ahora, podrá centrarse tres años en una investigación. “Es una suerte conseguirlo, porque al menos son tres años para continuar la formación posdoctoral”, señala.
Para el centro, también es una ayuda, porque hay una carencia estructural de este tipo de personal en la plantilla. “Tenemos una limitación muy grande: conseguir estabilizar al personal en los sitios”, comenta Cristina Antúnez, directora técnica de la unidad. “Este trabajo, de investigación aplicada, requiere un nivel de formación en el personal implicado alto, pero el SAS no contempla esos perfiles en su estructura. Es un pasito que falta”. Por eso, pide estabilidad posterior para investigadores como Conesa. Entre tanto, el joven seguirá observando qué son, qué hacen y para qué sirven esas pequeñas células que son el oro en paño de las terapias del futuro.
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