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Acreedores de la verdad

El rey Juan Carlos en 1977 en las instalaciones de la División Acorazada Brunete junto a Jaime Milans del Bosch.

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Primero me avisó un familiar, luego un amigo. Están echando en la Sexta un reportaje sobre el 23-F. Vivimos aquello juntos y compartimos miedos y un estado de zozobra especial. Era cuestión de recordar y ver. Pero no vi  nada nuevo. Tan solo un sutil susurro de que el rey estaba detrás de todo, pero más fruto de la espectacularización cebo de este tipo de programas y cadenas que de una afirmación contundente que pueda ir más allá de la efemérides.

Cada uno de los que vivimos aquello tenemos escrito nuestro propio libro, aunque no exista, como dice la familia de Francisco Laína, presidente de facto durante las horas del golpe, que nunca lo hubo suyo; tampoco veremos ni oiremos esas cintas que suponíamos que él debiera custodiar de las que se dice que contienen el todo de las conversaciones de los golpistas visibles y los ocultos. Esas cintas lo podrían aclarar casi todo.

Pudimos recordar el pacto ignominioso del capó, un pacto con golpistas que vistió de irresponsabilidad algunas de las conductas. Recordamos a Jaime Milans del Bosch diciendo una de las pocas verdades que ha dicho en su vida, que nunca se sabrá lo que pasó.

Vimos a Alfonso Armada presentándose en el escenario del crimen, sin aparente apoyo de La Zarzuela que advertía que lo hacía a título personal, con una lista, negada o rechazada por Tejero; la lista contenía los miembros de un gobierno de concentración del que él sería presidente. En ella, Fraga Iribarne, Felipe González y Ramón Tamames. Sí, quizá ahora entendamos que el futuro de aquel pasado, es decir, hoy, no era tan impredecible, resulta más explicable en algunos.  

Armada junto con Milans eran la esencia y crema de la milicia monárquica en vecindad íntima con Juan Carlos, de ahí que algunos, como el periodista Pedro J. Ramírez, deduzcan que algo tendría que ver el rey. Otro periodista, Luis María Ansón, replica por alusión mediático-monárquica que es todo una conspiración para ensuciar el papel del que nos salvó, a saber, el expatriado Juan Carlos.

El juicio fue un simulacro para dar apariencia jurídica a un pacto muy por las alturas. Un juicio con las cartas marcadas y figurantes. Sin cámaras, solo dibujantes y unos acusados desafiantes

A Armada lo vimos pronto en la calle, el primero; después de una primera condena corta, ante la estupefacción inicial, hubo otra más larga acorde con su protagonismo en el golpe pero quizá no es que fuera corta es que se correspondía con otro pacto, con capó o no, que más tarde retomarían con un indulto para solo cumplir lo previsto inicialmente en su primera condena; gracias al gobierno de Felipe González. Por su estado de salud, decía el decreto de indulto: murió a los 93 años cultivando camelias. 

El juicio fue un simulacro para dar apariencia jurídica a un pacto muy por las alturas. Un juicio con las cartas marcadas y figurantes. Sin cámaras, solo dibujantes y unos acusados desafiantes. Cuenta Ramírez, al que echaron del juicio, que detrás de los periodistas había varias filas de público faltón, familiares y afectos. Los mismos que suelen ocupar las primeras filas de los desfiles en donde cada año se pita a los presidentes demócratas.

Entre tanto conmilitón, un civil. Juan García Carrés estaba allí en representación de toda la trama civil oculta que sin duda participó. Un señor gordo con perro y ama de llaves, según el que le abrió la puerta a los que fueron a detenerlo, porque no tenía portero. Un civil falangista con perro, como muchos de nuestros vecinos, única ofrenda sacrificial de la trama civil, económica, judicial, religiosa, esa que lleva rellenando con nombres rimbombantes y apellidos compuestos los BOEs desde que existen las gacetas del Estado y casi siempre por causas innobles. 

Antonio Tejero se comió todo el marrón, dice Ramírez, que en el juicio era el único al que no le abandonó su presencia de guardia civil chusquero. Me llamó la atención que Tejero se declarara leal al golpe, a pesar, dijo, de no ser monárquico. Los militares monárquicos eran los otros, Milans y Armada. Para Tejero, su lealtad era con el ejército porque para ellos, ejército y España es lo mismo. España, esa prosopopeya,  son ellos, habla y se duele a través de ellos, y está por encima de todo, incluida la Constitución, por eso, conocida la afición, el avispado constituyente dejó al rey el mando supremo de las Fuerzas Armadas, a ver si así. Pero la historia nos enseña que ni por esas.  

Tejero no fue indultado a pesar de la actual confusión escrita y radiada. Y ello muy a pesar de que Tribunal Supremo informó favorablemente. Total, qué más da un rebelde con antecedentes, no arrepentido y guardia civil.

La mayor traición del 23-F no fue solo a la Constitución, penalmente establecida, sino, en sus términos, al propio ejército y sus códigos, sean del color que sean

En todas las constituciones monárquicas históricas españolas, el rey o manda o manda y dispone del ejército. Incluso en la actual le corresponde el mando supremo de las Fuerzas Armadas, aunque en verdad los militares están a la orden del Poder Ejecutivo; tal vez una prevención contra los militares, que cuando tienen que golpear golpean incluso contra la Constitución, el Poder Ejecutivo y el rey si es necesario. No sería la primera vez. Tejero no actuó porque fuera leal al rey sino a los suyos y a su ideología militar, la nobleza de sable, por encima de todo, incluso de la monarquía constitucional, con o sin el rey. Para sus colegas era distinto, ellos eran leales al rey, más que al ejército y a sus propios camaradas, de ahí quizá el mutis de complicidad y opacidad; por encima de la Constitución, de ésta, de las anteriores y las que vengan.

En realidad, la mayor traición del 23-F no fue solo a la Constitución, penalmente establecida, sino, en sus términos, al propio ejército y sus códigos, sean del color que sean. Los golpistas militares que dicen llevar el honor como blasón, cuando actúan así son los más miserables de todos los traidores. Doblemente: primero, traicionan  la legalidad vigente, el orden constitucional que juran obedecer; segundo, a sus propios códigos.

Aquel golpe de Estado no fue para mejorar nada, ni para cambiar, la Constitución lo permite a través de sus mecanismos. Una moción de censura era el camino si Armada quería ser presidente. Además, ni Adolfo Suárez ni su partido eran temibles bolivarianos. Fue grave, oscuro e infame pero lo peor, la peor de las infamias e insulto a la democracia, es que no sepamos la verdad. Un golpe sobre el golpe. Mientras que no sepamos la verdad, el golpe del 23-F permanece y cada uno que aguante el palo de su vela. La  democracia española vive en su gran pecado y la ciudadanía sigue siendo acreedora de la verdad. 

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