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Código 304

El jugador Lamine Yamal hace el gesto del distrito de su barrio

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Bajo el asfalto no está la playa, sino los viejos solares agrícolas donde fueron creciendo cajas de zapatos en la España de los años 60: viviendas pobres para inmigrantes pobres, gente murciana o de Almería, extremeños de centeno, aragoneses de casta; si entremezclamos la geografía humana de Miguel Hernández con la de Joan Manuel Serrat, el noi del Poble Sec. El mejor gol que ha metido Lamine Yamal en la Eurocopa 2024 ha sido el de poner al barrio de Rocafonda en el mapa del mundo conocido: el código postal 304 se ha convertido, de la noche a la mañana, en la contraseña de todos los suburbios vencidos por el urbanismo y las clases sociales convertidas en castas de las que a menudo no resulta fácil salir.

Ya saben, una de esas barriadas de Mataró o de cualquier ciudad de la Península que, en este caso limita al sur por el Palau de l´Escorxador, al norte por Vista Alegre, al oeste por el Exiample y al este por el polígono Mata, los puntos cardinales del olvido, que durante sesenta años han ido dando cobijo a lo que antiguamente llamaron clase trabajadora en su lenta deriva hacia convertirse en los nadie.

Por allí pasean las sombras de mi familia: aquellas lágrimas oscuras de los andaluces que cogieron un día el transmiseriano que cruzaba la autarquía franquista para mandar postales de la fuente luminosa de Montjuic mientras buscaban un empleo bajo la piel quemada de los albañiles, en el mono tiznado de la Seat, en el cinturón industrial que se fue desindustrializando, cuando la farinera del Fargue se convertía en centro cultural y el viejo seny empezó a virar a la mensajería xenófoba de la Aliança Catalana, de Junts o de Vox, o de cualquiera que sueñe todavía con una raza pura en la que no quepan, venga de donde vengan, los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega.

En un regate corto, Lamine Yamal ha llenado de orgullo a sus convencinos del 08304 y ha vestido con su camiseta la esperanza de los suyos. Sobre todo, de ese gentío joven que ahora sueña con ser como él, como antes él mismo soñaba con ser como Messi, aquel sudaca que se vino a vivir a Can Barça y con el que coincidió en una epifanía de su infancia. Hay muchas Rocafondas desperdigadas por el globo terráqueo: favelas brasileñas donde ansían el mesías de un nuevo Ronaldo, banlieux franceses donde la utopía se llama Mbappé. Aunque en otro de sus barrios, Adou, el niño que llegó a Ceuta dentro de una maleta, ya ha aprendido que no todo el mundo puede ser Pichichi. 

Antes de que los abuelos de Lamine Yamal llegaran a Rocafonda para que su padre terminara escribiendo "Arriba España" en sus redes sociales, sus familiares cruzaron de una manera u otra, desde Marruecos o desde Guinea, todos los estrechos del peligro, como los miles de migrantes que siguen muriendo cada año

A la revolución la derogó la fortaleza del capitalismo y la torpeza de los revolucionarios. Así que, allí, donde las ciudades pierden su honesto nombre, sus habitantes en edad de soñar se limitan a rezar por un milagro: polígonos sur donde cada guitarra suena a Pata Negra, entre riñas de perros y bisnés de doñablanca; bajadillas algecireñas donde Paco de Lucía sigue siendo una consigna contra el abandono oficial; arrabales de Palma del Río cuyo legendario festival de teatro no logra vencer al mito de Manuel Benítez, que dejó de ser maletilla para convertirse en triunfador de los ruedos, a fuerza de recibir a portagayola a los pitones de la miseria.

Antes de que los abuelos de Lamine Yamal llegaran a Rocafonda para que su padre terminara escribiendo “Arriba España” en sus redes sociales, sus familiares cruzaron de una manera u otra, desde Marruecos o desde Guinea, todos los estrechos del peligro, como los miles de migrantes que siguen muriendo cada año, desde la ruta canaria a la del norte de Marruecos. Estos no jugarán siquiera la liga de los olvidados, que José Luis Tirado rodó hace años en Lucena, cuando la industria de la madera atraía al correoso equipo de las migraciones.

Por ello, sería necesario que, para celebrar definitivamente la victoria de La Roja en Berlín, y rendirle el mejor homenaje posible a Lamine Yamal y a Nico Williams, este país pudiera sacar a flote una nueva Ley de Extranjería que fuera, al menos, tan sensata y práctica como el juego desplegado por el once de Luis de Lafuente, que gane por goleada a la burocracia y a la demagogia para conseguir que puedan saltar al terreno de juego de la legalidad miles de inmigrantes que siguen sin papeles, sin posibilidad siquiera de calentar por la banda para entrar al terreno de juego de un mercado laboral que les necesita, iguales en derechos y en deberes, sin depender de las expulsiones o de los servicios sociales. Sobre todo, para anotar otra victoria posible en el marcador de la vida cotidiana, la del pan nuestro y suyo de cada día, sin contratos malinches ni un puñado de euros en negro en los estadios de los invernaderos. Lo que quizá les permitiría cotizar a la Seguridad Social para alcanzar entre todos el mejor trofeo, el del mantenimiento de nuestro sistema de pensiones que, de fracasar, sentaría a todas las jóvenes generaciones que nunca serán estrellas de fútbol en el banquillo de la incertidumbre, con la tarjeta roja de la desesperación.

 

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