Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
No se enteran
Lo ocurrido en el Parlamento andaluz con la subida en secreto de las dietas de los diputados nos ha enseñado que para ser verdaderamente transparentes no basta con abrir las ventanas y dejarse ver, sino que también hay que asomarse para aprender a mirar. Porque lo cierto es que nuestros políticos siguen sin enterarse. Los pesados cortinajes del poder tras los que se ocultan no sólo no permiten a los ciudadanos conocer lo que hacen y cómo lo hacen: también les aíslan y les impiden ver la realidad que hay aquí fuera. Y aquí fuera las cosas no están para bromas.
Da igual que la subida aprobada fuera mínima, o que afectara a muy pocos diputados –sólo los portavoces adjuntos-. Da igual que, con cifras en la mano, se pueda demostrar que nuestros políticos no cobran precisamente millonadas. En estos tiempos inclementes toca no sólo tener una especial sensibilidad, sino también un poquito más de vista. No se puede esperar la comprensión de unos ciudadanos -sin ir más lejos, los mismos periodistas a los que les toca informar de este bochornoso episodio- que cargan a sus espaldas años de escabechinas en sus salarios, pérdida de derechos y despidos masivos.
No, aquí nadie se entera de nada. Si en marzo los grupos aprobaron la medida por unanimidad -todos a una, como en Fuenteovejuna-, cuando la historia ha salido a la luz el guión ha sufrido un brusco giro. Ahora los dirigentes de PP, PSOE e IU son El hombre que nunca estuvo allí. Nadie vio nada, nadie supo nada.El hombre que nunca estuvo allí. Ni siquiera los que -¿estará grabado?- dieron personalmente su voto a la subida. El portavoz del PP, Carlos Rojas, pone cara de póker y dice que su grupo está de acuerdo con dar marcha atrás, olvidando que fueron precisamente ellos los que propusieron el incremento. Zoido no dice ni palabra. Bueno, sí. El jueves, día en que saltó el escándalo, declaró solemne: “Estoy orgulloso del Corpus”.
En el PSOE, el Presidente Griñán conoció el acuerdo por la prensa y, según el relato oficial, ordenó de inmediato que se anulara. Mientras, varios diputados socialistas se han apresurado a aclarar en sus cuentas de Twitter que nadie les contó nada, y que por supuesto no han visto un duro. O como diría Rubalcaba, nunca se han tomado un gin-tonic.
La justificación de IU es que no se enteraron bien de lo que estaban votando, como si fueran ingenuos jubilados contratando preferentes y no políticos hechos y derechos. La propia Alba Doblas, portavoz adjunta y beneficiaria de la subida, ha declarado que no supo del asunto hasta que le llegó la nómina.
Y si a lo ocurrido en Andalucía le sumamos las noticias que llegan de la cafetería del Congreso, de los sobresueldos ilegales de la cúpula del PP o del sueldazo perfectamente legal de la presidenta del PP de Cataluña, no sorprende que, con razón o sin razón, la ira de los ciudadanos hacia los políticos sea cada vez más explosiva. A ellos les corresponde hacer algo para arreglarlo. Se les acaba el tiempo. Porque si no se enteran, se van a enterar.
Lo ocurrido en el Parlamento andaluz con la subida en secreto de las dietas de los diputados nos ha enseñado que para ser verdaderamente transparentes no basta con abrir las ventanas y dejarse ver, sino que también hay que asomarse para aprender a mirar. Porque lo cierto es que nuestros políticos siguen sin enterarse. Los pesados cortinajes del poder tras los que se ocultan no sólo no permiten a los ciudadanos conocer lo que hacen y cómo lo hacen: también les aíslan y les impiden ver la realidad que hay aquí fuera. Y aquí fuera las cosas no están para bromas.
Da igual que la subida aprobada fuera mínima, o que afectara a muy pocos diputados –sólo los portavoces adjuntos-. Da igual que, con cifras en la mano, se pueda demostrar que nuestros políticos no cobran precisamente millonadas. En estos tiempos inclementes toca no sólo tener una especial sensibilidad, sino también un poquito más de vista. No se puede esperar la comprensión de unos ciudadanos -sin ir más lejos, los mismos periodistas a los que les toca informar de este bochornoso episodio- que cargan a sus espaldas años de escabechinas en sus salarios, pérdida de derechos y despidos masivos.