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Justicia “a lo John Wayne” en la era Obama

Medio centenar de heridos en los atentados de Boston siguen hospitalizados

María Iglesias

El ritmo frenético con que pasan los días, la constante lluvia de (malas) noticias, la preocupación por peligros concretos y cercanos como el paro que afecta a más de seis millones de entre nosotros o la nueva ley sobre aborto que quiere impedir a las mujeres incluso protegerse de gestaciones peligrosas para ellas y los gestados... Eso hace que vaya quedando atrás y demos por sentado que ante un vil atentado como el que el 15 de abril cercenó la vida de tres personas e hirió a quinientas en la maratón de Boston es lícito, legítimo, ¿lo normal? “cazar” a los sospechosos.

Uso el verbo “cazar” pues ha sido utilizado en titulares de la prensa nacional para referirse a la busca y captura de los supuestos autores, los hermanos Tamerlán y Dzhokhar Tsarneav. El primero asesinado por la policía, mientras el segundo responde con gestos y suspiros a los interrogatorios pues tiene la garganta destrozada por un disparo -sigue sin aclararse si propio o no. En El País, por ejemplo, el tema de portada se completaba con un editorial titulado: “Lecciones de Boston. El brutal atentado en EEUU ha recibido la mejor respuesta: coraje, prudencia y eficacia”.

Ya Carlos Elordi, en eldiario.es alertó de cómo los medios españoles “no se han cubierto precisamente de gloria con su seguimiento de las informaciones” tanto por la desproporción de la cobertura -frente a atentados con más víctimas, por ejemplo, en Irak o Afganistán; o accidentes criminales como el de Bangladesh- como por hacerla siguiendo el criterio de espectacularidad. Los propios medios estadounidenses cuestionaban cómo dos sospechosos de extremismo habían escapado al control del FBI y CIA o cómo las heridas del superviviente harían difícil saber la verdad mientras aquí, según Elordi, “Nuestros medios más potentes han contado una película que termina bien”.

Pero ahí voy: ¿termina bien? ¿En qué momento de la historia reciente (estoy segura de que en la etapa post 11-S) hemos decidido que la “caza”, la ejecución extrajudicial es un buen final? ¿Cuándo el Imperio ha logrado, tras años de aleccionadores relatos audiovisuales -películas, series de “buenos” y “malos asesinados”- meter en nuestras cabezas de ciudadanos de países y continentes sin pena de muerte que los agentes de la ley y el orden pueden hacer uso del gatillo y ahorrarnos el engorro y los gastos de un procedimiento legal con su abogado, su fiscal, su juez, sus interrogatorios, etc. No sé cuál fue el instante exacto pero al repasar mi memoria destaca el oscuro exterminio de Bin Laden, aplaudido por el Presidente Obama, que al tiempo en que se erigía con sus discursos en la gran esperanza del progresismo internacional mantenía y mantiene abierto el centro de detención ilegal de Guantánamo y es incapaz de lograr el control de armas en un país donde mueren 10.000 personas al año por arma de fuego, ¡10.000, sin necesidad de terrorismo internacional!

¿Qué justifica “la caza”? Dejemos aparte que a este lado de las televisiones, que me enseñen a los dos hermanos con gafas de sol, gorras y mochilas entre el público de la maratón no me demuestra culpa. Dejemos a un lado que mientras más imágenes del primogénito practicando lucha libre emiten, más me cabrea el intento de manipulación, pues la lucha libre no sólo no es prueba de delito, sino deporte olímpico, de cuya especialidad España tiene además una campeona, Maider Unda. Saltémonos lo que a estas alturas está quedando como superficial etiqueta: “la presunción de inocencia”. Aunque en nuestro país, hoy, ante cualquier escándalo político -por más papeles escritos de puño y letra de Bárcenas, por más emails enviados por Urdangarín- se clama, se reclama, se exige el respeto a los “supuestos” y se recuerda que lo que hay que probar es la culpabilidad.

Imaginemos que existe certeza total de la comisión del delito. Que los Tsarnaev fueron vistos detonando las bombas con sus móviles y existen imágenes de eso. Bien, yo ya he vivido, en Sevilla, un caso así. Era 16 de octubre de 2000. Trabajaba en un diario local, con sede en pleno centro, cuando atronaron las sirenas de la policía. A pocas calles, dos miembros de ETA acababan de asesinar al doctor Cariñanos. Entraron en su consulta, le dispararon y huyeron. Los ciudadanos dieron entonces, ellos sí, ejemplo de una admirable reacción cívica. Su colaboración permitió la detención de los etarras. Sí, han leído bien, “detención”. No “linchamiento”, no “caza”. (Iragi Gurrutxaga fue herido en un hombro, huyó y luego se entregó, con lágrimas, brazos en alto y pidiendo “¡No disparéis, no disparéis!”. No dispararon). Las palabras no son inocuas, tienen su carga. Y en un Estado de derecho, en una democracia que respeta los derechos humanos no se caza a los sospechosos, ni siquiera a los culpables evidentes o confesos.

¿Creemos o no creemos en esto? ¿Pregunto a los ciudadanos y a los colegas periodistas? ¿Consideramos que la guerra sucia del GAL fue una vergüenza, una ignominia, una forma indigna -además de ilegal- de afrontar el terrorismo etarra? ¿Pensamos que la victoria moral frente a los nazis fue no gasearlos como ellos hicieron con seis millones de judíos, sino sentarlos ante el Tribunal de Nuremberg? ¿O de repente nos hemos convencido de que la mejor justicia es la del gatillo fácil, en caliente, sin juicios ni melindres?

No son preguntas retóricas. Como tampoco alimentan un debate teórico las palabras de la pionera jurista y feminista Concepción Arenal (1820-1893): “Odia el delito, compadece al delincuente”, o la fórmula Blackstone (1785): “Es preferible que cien culpables puedan escapar a que un sólo inocente sufra”. Ya ha habido víctimas, “daños colaterales” de esta política de “primero disparar, luego indagar”. ¿Se acuerda alguien de Jean Charles de Menezes, el brasileño de 27 años asesinado por agentes de las fuerzas de seguridad británica, de cinco tiros, a quemarropa, en el metro de Londres, “confundido” con un terrorista que atentó en esa ciudad el 21 de julio de 2005?

Condeno y aborrezco todo atentado. Pero también repudio a quienes los aprovechan para construir un mundo en el que, subrepticiamente, el Estado de derecho muta en estado de excepción comandado por una banda de John Waynes, pistoleros. Tenemos que pararlos.

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