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María Teresa y mi abuela
Como toda hija de padres trabajadores, de pequeña pasé mucho tiempo en casa de mis abuelos. Después del colegio, llegaba a la casa cuando mi abuela estaba terminando de preparar la deliciosa comida y mi abuelo andaba ajetreado con papeles en el despacho.
Después, en el salón, el mando de la tele era cosa de mi abuelo, pero había un momento del día en que había una excepción, y ese era el de las sobremesas, la hora del programa de María Teresa Campos, que mi abuela no perdonaba ni una sola vez.
Recuerdo como si fueran ayer las tardes en aquel sofá con estampado de flores y borlones. Yo miraba tebeos y el Hola. Me preguntaba por qué las páginas centrales estaban en blanco y negro y quiénes serían los condeses de tal y cual. Mientras, de fondo se me pegaba la cancioncilla que hacía de sintonía del programa. “Pasa la vida, pasa la vida...”, tema de Pata Negra que interpretaba la propia María Teresa, porque todos los que hemos crecido con ella sabemos lo que le gustaba cantar.
Mi abuela no había podido estudiar y esta era una pena que siempre llevaba dentro. Era lectora, amaba la cultura, pero sentía un gran complejo de inferioridad por no tener formación académica. Por eso luchó para que todos sus hijos estudiaran, y por eso también admiraba a las mujeres independientes, con voz propia, porque representaban lo que ella hubiera querido ser.
Frente al modelo de Jesús Hermida, en el que las mujeres tan solo eran “chicas Hermida”, adorables, complacientes y siempre aprendices del gran maestro, la Campos se marcó un auténtico giro de guion en la trama televisiva de principios de los noventa. La “chica Hermida” se rebeló y se convirtió en directora, conductora y protagonista de su propio magazine, y fue la primera en dignificar la programación para las amas de casa. Lejos de considerarlas un público de segunda, creó un modelo que igualmente ofrecía entretenimiento con la crónica rosa que actualidad política.
El programa tenía hasta una sección de debate, 'Apueste por una', donde Cuca García de Vinuesa y la propia directora defendían posturas diferentes ante un tema político o social, una desde una ideología más conservadora y la otra, más progresista. Aquello era antes de que el debate espectáculo de gritos y zascas se popularizara en la televisión española gracias a programas como 'Moros y Cristianos', de Telecinco. En aquellos debates, dos amigas y compañeras confrontaban posturas con argumentos, y qué quieren que les diga, mirándolo con perspectiva, me parece de una tremenda modernidad.
La Campos fue la primera en dignificar la programación para las amas de casa. Lejos de considerarlas un público de segunda, creó un modelo que igualmente ofrecía entretenimiento con la crónica rosa que actualidad política
Cuando otras cadenas comenzaron a incorporar formatos similares, mi abuela decía: “Como mi María Teresa Campos, ninguna”. Porque aquella mujer era la primera con la que había podido identificarse. No era ni muy joven, ni muy guapa, era una mujer normal que también leía el Hola, que cantaba las mismas coplas que ella, que incluso se vestía como ella, pero que al mismo tiempo entrevistaba a políticos de primer nivel sin temblarle la mirada y se los llevaba a su terreno gracias a una personalidad arrolladora, una mujer que defendía sus opiniones y puntos de vista sin ningún temor y que demostraba cada día ejercer un liderazgo en un ámbito laboral ampliamente masculinizado. Y si ella podía, es que se podía, es que había una puerta abierta para aquellas señoras, aquellas a las que tristemente muchos señores se siguen refiriendo como “las que mandan en mi casa”.
Por eso, porque cuando falleció esta semana María Teresa Campos me acordé tantísimo de mi querida abuela Isabel y de su sonrisa sentada en aquel sofá en las tardes de mi infancia, de su admiración y de sus ganas de ser quien la vida no le había dejado ser, quiero despedirla con todo el cariño que se puede tener a quien hizo feliz a una de las personas más importantes de mi vida.
Hasta siempre, María Teresa Campos, gracias por formar parte de nuestra familia.
Como toda hija de padres trabajadores, de pequeña pasé mucho tiempo en casa de mis abuelos. Después del colegio, llegaba a la casa cuando mi abuela estaba terminando de preparar la deliciosa comida y mi abuelo andaba ajetreado con papeles en el despacho.
Después, en el salón, el mando de la tele era cosa de mi abuelo, pero había un momento del día en que había una excepción, y ese era el de las sobremesas, la hora del programa de María Teresa Campos, que mi abuela no perdonaba ni una sola vez.