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La Mezquita, el botín
Qué gran verdad que la historia la escriben los vencedores. Y qué ancestral. Y vigente, hasta el día que la contradigamos. Igual que antaño monumentos musulmanes se cimentaron sobre restos de civilizaciones previas, hoy templos del catolicismo hegemónico fagocitan en Andalucía joyas como la Mezquita en Córdoba o la Giralda en Sevilla.
La jerarquía católica no sólo ha tenido habilidad para hacer de edificios de otra confesión símbolo propio, de riqueza, belleza y poderío; no sólo les saca partido cobrando entrada a los visitantes y compradores de souvenirs turísticos, sino que ha llegado a dar pasos para hacerse dueña legal del botín.
Sobre la mezquita, el viernes daba detallada información la compañera Carmen Reina: en 2006 la Iglesia por “30 euros y gracias a dos artículos de la Ley Hipotecaria franquista” inscribió a su nombre el edificio de 22.000 m2 en el registro de la propiedad.
No será obra del Altísimo revertirlo. Caso que exista, se le acumulan asuntos prioritarios: ayudar a nuestros hermanos ucranianos que luchan y caen en la calle por dejar de ser piezas de la partida de ajedrez entre Rusia y la Unión Europea, con Estados Unidos de supuesto juez imparcial. O a los hermanos venezolanos, cuyas diferencias políticas han derivado ya en cruentos enfrentamientos con muertos.
O de esos otros hermanos africanos, víctimas nuestras, de nuestras cuchillas con que sembramos nuestra alambradas y de nuestros guardias civiles que los ven llegar a nado y les disparan pelotas de gomas nuestras -que suenan como nuestras balas. Nuestro todo porque también ahí van a parar nuestros impuestos, no sólo -y de hecho cada vez menos- a hospitales, colegios, juzgados, asuntos sociales. Sino también a metros de vallas con concertinas, material antidisturbios para usar contra inmigrantes y ciudadanos manifestantes por sus derechos y contra los abusos en las calles.
Y jornadas laborales de funcionarios encargados de crear leyes a la carta para estos gobernantes que quieren blindarse de nosotros y nuestras legítimas exigencias y justificar a toro pasado barbaridades como las expulsiones ilegales de inmigrantes cambiando la ley a su conveniencia. A esos abogados del Estado y asesores legales del Ministerio del Interior o Justicia que se quiebran la cabeza en contra de nuestros derechos e intereses también les reserva una partida de nuestra aportación fiscal, el Ministerio de Hacienda.
Somos nosotros, los habitantes en un país aún democrático, los que tenemos que impedir que a base de cambios legislativos ad hoc y reaccionarios España deje de serlo (riesgo cierto). Y quienes debemos evitar que la Iglesia Católica se apropie de monumentos que no es que sean musulmanes, ¡es que son nuestros!
El patrimonio, la historia de Andalucía es de los andaluces. Los moros, judíos y cristianos que fuimos, lo seguimos siendo en la mezcla que nos constituye, nietos de tantos abuelos. Y el despojo que otrora se hizo de los que perdieron a mano de esos reyes mesiánicos que no dejaron de serlo Isabel y Fernando por más que la recreación televisiva despierte la empatía, ya debería haber terminado hace muchos años.
Hoy que el Gobierno de España inicia el proceso de devolución de la nacionalidad a los judíos descendientes de sefardíes -lo que, como bien apunta el colega columnista Agustín Martínez Morales establece un agravio con los descendientes de expulsados musulmanes- no tiene sentido permitir la injusta apropiación de templos de una confesión por otra, la vencedora. Que no contenta con el expolio, borra la palabra “mezquita” de carteles y folletos.
Los Papas que he conocido -Juan Pablo, Palpatine el Dimisionario y este Francisco- han pregonado el valor de la cooperación ecuménica entre las tres confesiones mayoritarias y hasta las menores -así consideradas según el criterio de cantidad que se ve que es lo que cuenta en materia celestial. Pero llegado el momento, la pela es la pela, ¡qué apego a lo material, qué sentido de la propiedad! Como si no hubieran leído a Machado -de cuya vergonzosa muerte, consecuencia de nuestra fratricida guerra- se cumplieron el sábado 75 años y así no supieran que a la parca conviene subir sin carga. Prefiriendo el presente de pájaro en mano (¡y muchos edificios registrados!) a la vida eterna, ciento volando.
Los obispos han sido los encargados de mancharse las manos con esto mundano de inscribir casas de cura, cementerios, ermitas, parroquias y hasta la Mezquita de Córdoba. Pero, a final del 2013, se ha articulado un movimiento de oposición ciudadana: la Plataforma Mezquita-Catedral de Córdoba: patrimonio de todos. Una iniciativa dirigida a la Junta de Andalucía y la UNESCO (que hace 30 años declaró la Mezquita patrimonio de la Humanidad) para restablecer el nombre Mezquita-catedral e instaurar la titularidad ciudadana y una gestión pública y clara con el modelo del Patronato de la Alhambra.
El impulso de la Plataforma, que se ha concretado en 80.000 firmas en http://www.change.org/mezquitacatedraldetodos, logró el viernes que la Junta anunciara que ha encargado un informe jurídico sobre su competencia para reclamar la titularidad pública del monumento. Algo que extraña que aún no hubiera hecho.
Frente a esta sorpresa -que raya en la indignación- hay que aplaudir que la reacción ciudadana (que incluye nombres de la cultura como Antonio Gala, José Manuel Caballero Bonald, Federico Mayor Zaragoza, Eduardo Galeano, Benito Zambrano o Manolo Sanlúcar) haya forzado la reacción política.
Aunque, como sabemos por experiencia, no podemos confiarnos. Las autoridades públicas han de sentir nuestro aliento tras ellos, para esforzarse al hacer sus exámenes. De ahí que sea imprescindible que sigamos atentos a la evolución del caso y que nos sumemos y difundamos la firma de la iniciativa.
Sea cual sea el credo que profesemos, en caso de ser alguno. Pues, sobra decirlo, el vínculo de lo espiritual con el registro de la propiedad es igual que el del celibato: ninguno.