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Los microplásticos en la placenta de bebés humanos: una verdad incómoda
Esta semana leí, por casualidad, el primer artículo científico donde se demostraba por primera vez la existencia de microplásticos en la placenta de bebés humanos, publicado en 2021 (Plasticenta: First evidence of microplastics in human placenta - ScienceDirect). Su lectura me hizo comprender que la negación de una parte de sociedad de que la actividad humana estaba dañando la vida no tenía sentido alguno. Me recordó por momentos la fábula de “la verdad y la mentira” de Jean-Léon Gerôme. La verdad y la mentira se fueron a bañar juntas a un lago, pero la mentira salió antes del agua y se puso la ropa de la verdad. La verdad, incapaz de ponerse la ropa de la mentira, salió desnuda así que, a su paso, la gente se escandalizaba.
En la sociedad actual, la mentira disfrazada con los ropajes de la verdad causa menos problemas que la verdad desnuda. En el siglo de la posverdad y las fakenews, tomarse el tiempo de encontrar y aceptar la verdad desnuda es tarea incómoda. Es cierto que previamente había leído muchos informes sobre los problemas medioambientales que estaba acarreando la actividad humana, sin embargo, la información sobre los microplásticos me hizo tomar conciencia de hasta qué punto la contaminación es un problema que nos afecta a todos y cada uno de nosotros, a nuestros hijos y a las generaciones futuras.
Los microplásticos son fragmentos de menos de 5 milímetros de diámetro que provienen de la degradación de objetos de plástico más grandes o de su uso intencionado o accidental. Debido precisamente a su tamaño, se acumulan en el agua y en la tierra, y después se incorporan a los alimentos, llegando finalmente al cuerpo humano. La mayoría de los plásticos son visibles, pero sólo el 9% se recicla, por tanto, el 91% restante son desechos que en su mayoría van al mar, y se incorporan al filete de atún que nos ponen en un restaurante, o en el agua que riega los tomates…. Y ya tenemos el microplástico en la ensalada de tomates con melva que nos comemos en el chiringuito de la playa.
Es una señal inequívoca de que estamos haciendo las cosas un “poco” regular. La cuestión es que para buscar soluciones debemos empezar por las causas que se producen en diferentes niveles, comenzando por los hábitos de consumo, siguiendo por los procesos de la producción y distribución y terminando con el papel de las administraciones públicas. Yo tengo 54 años, queridos lectores, no soy en absoluto una niña, pero recuerdo, en especial los momentos de verano en casa de mis abuelos. Me mandaban a hacer pequeños recados con una bolsa de rafia, más grande que yo, pero que a mí me hacía sentir orgullosa porque confiaban en mi para llevar dinero y comprar el pan. Lo que especialmente recuerdo, por el olor y los colores, era la compra de productos en el mercado con mi madre, donde los productos te los envolvían en papel. Es decir, teníamos un comportamiento sostenible, porque los plásticos no eran una opción. Así de sencillo y en este momento …. qué difícil.
La reflexión sobre cómo cada uno podemos reducir el consumo de plásticos en nuestra vida cotidiana y cómo podemos tener incidencia en asociaciones, empresas, y administraciones para cambiar el sistema es una cuestión de justicia. Y es urgente, si queremos que nuestros bebés dejen de comer plásticos
La reducción en el uso de los plásticos debe ser también una tarea de las empresas, y aquí juegan un papel fundamental las administraciones públicas, como facilitadoras de los cambios, mediante concienciación y normativa. No sé si recordarán la legislación que prohibió fumar en los bares: la opinión pública dividida, el sector hostelero temiendo una crisis sin igual… y ahora nos parece inconcebible un bar lleno de humo. Sin embargo, no es sólo una cuestión de aplicar limitaciones. A ello habría que sumar incentivos para la modificación de los procesos y financiación de la investigación para encontrar soluciones aplicables a nuestro tejido productivo, entre otras muchas medidas.
Junto a la reducción, otra vía de solución es el reciclaje. Sin duda, es la gran asignatura pendiente, por dos motivos. El primero de ellos es que el reciclaje exige a todos los usuarios, productores, distribuidores y consumidores “molestarse” en la separación de residuos y su transporte al punto de recogida. Por tanto, la creación de las infraestructuras adecuadas es necesario para que el reciclaje no se convierta en una carrera de obstáculos. El otro escollo que está dañando los esfuerzos por una economía verdaderamente circular es la labor de Ecoembes, que es el monopolio por concesión administrativa responsable de la gestión de envases domésticos. Según un informe de 2022 de Greenpeace. Su tasa de reciclado estaba por en el 45,2%, frente al 76,6% que la empresa afirmaba reciclar, según los datos de 2022. Es un contraste que esta organización, que es sin ánimo de lucro, supere los 500 millones de beneficios anuales… obtenidos porque no recicla lo que dice que recicla.
En estos tiempos de prisa, pararse a coger una bolsa de plástico ya usada o de tela, es un triunfo, un motivo para sentirse orgulloso. El “pararse” es un acto de amor a nosotros mismos y a los demás. La reflexión sobre cómo cada uno podemos reducir el consumo de plásticos en nuestra vida cotidiana y cómo podemos tener incidencia en asociaciones, empresas, y administraciones para cambiar el sistema es una cuestión de justicia. Y es urgente, si queremos que nuestros bebés dejen de comer plásticos.
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