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Lo que no se nombra no existe
Un error en el que solemos caer las sociedades democráticas es pensar que la historia es lineal, que los derechos y avances conquistados están lo suficientemente afianzados como para perdurar para siempre y que en adelante, la cosa solo podrá progresar.
En el último mes, el mes del Orgullo, hemos asistido a la retirada de banderas LGTBI de numerosos ayuntamientos gobernados por PP y Vox. Esta retirada ha llegado incluso a los pactos de gobierno. En Náquera, Valencia, el acuerdo firmado por ambos partidos incluye la prohibición de colocar banderas LGTBI en balcones de edificios municipales y de concentraciones contra la violencia machista.
Hemos visto cómo el señor Feijóo justificaba este hecho diciendo que la violencia machista es una obviedad y que por lo tanto no necesita ser nombrada. Lo hemos oído también calificar de “divorcio duro” la condena por violencia machista a Carlos Fuentes, dirigente de Vox en Valencia. Hemos vuelto a escuchar una y otra vez la vergonzosa negación de la existencia de la violencia machista, calificándola simplemente de “violencia” o “violencia intrafamiliar”. He visto a Esperanza Aguirre en el programa de Risto volver a poner en cuestión la ley contra la violencia de género (ley que su propio partido apoyó) diciendo que elimina la presunción de inocencia de los hombres, bulo más que superado y desmentido, o eso parecía.
Lo que me preocupa es otra cosa, lo que me preocupa realmente es el blanqueamiento de estos actos, de estas declaraciones, cómo van introduciéndose de forma sibilina en la consciencia colectiva.
Podría seguir enumerándoles actos similares del último mes, pero ya los conocen, y lo que me preocupa es otra cosa, lo que me preocupa realmente es el blanqueamiento de estos actos, de estas declaraciones, cómo van introduciéndose de forma sibilina en la consciencia colectiva. “Solo es una bandera, no es tan grave”. “Qué más da cómo se llame”. “Solo es un trozo de tela, solo es un nombre, es una obviedad, no es necesario...”
Y así, poco a poco, se va invisibilizando la violencia, se va restando importancia al odio, se niegan nuestros símbolos, nuestra historia, nuestra voz, dejamos de existir. Porque lo que no se nombra, no existe.
Les recordaré algo a los negacionistas y a los de “no es para tanto”, todas las leyes de protección a colectivos vulnerables, a las personas que han sufrido violencia, discriminación, racismo, etc, han sido posibles gracias a la verbalización de un problema, gracias a ponerle nombre.
Esos nombres nos posibilitaron poder identificar como violencia aquellas cosas que ni siquiera sabíamos que lo eran. Cuando en el programa “Rocío, contar la verdad para seguir viva”, Ana Bernal pronunció la expresión “violencia vicaria”, muchísimas víctimas de este tipo de maltrato supieron que lo eran y pudieron denunciar. La bandera LGTBI y las celebraciones del orgullo hicieron que miles de personas pudieran dejar de vivir su sexualidad o su identidad como un estigma, como una vergüenza. El activismo del movimiento, su visibilización, hizo que hasta los sectores más conservadores abrazaran la diversidad e incluso ejercieran los derechos conquistados por el mismo. Los nombres, los símbolos, salvaron vidas. Siguen salvándolas, y meterlos en los armarios es un retroceso que no nos podemos permitir. No se equivoquen, no son gestos sin importancia.
Nombremos las cosas como son, saquemos nuestros símbolos, nuestras banderas, sigamos haciendo visible lo que se quiere invisible, ahora más que nunca.
Las cosas hay que citarlas por su nombre para que asuman una identidad plena, para que sean visibles. Y esto, que se entiende perfectamente cuando nos referimos al lenguaje más cotidiano (¿de que otra manera podríamos designar cosas como la amistad, la paternidad, el hambre, la alegría o el sueño sin nombrarlas?) asume una importancia mucho mayor cuando hablamos sobre cuestiones que causan muertes en este país y en todo el mundo.
En los tiempos difíciles yo creo en la palabra. Contra el silencio, la palabra. Contra la negación, la palabra. Nombremos las cosas como son, saquemos nuestros símbolos, nuestras banderas, sigamos haciendo visible lo que se quiere invisible, ahora más que nunca. Quienes queremos una sociedad sin violencia, sin discriminación, sin odio, quienes creemos en la igualdad, en los valores democráticos, estamos aquí, existimos. Sabemos que los monstruos nunca muestran su verdadero rostro de primeras, vienen disfrazados de “no es para tanto”, de “solo es un nombre”, de bromas, de “hija, como te pones”, de “que más dará, habrá cosas más importantes”, vienen disfrazados de tertulianos en programas de televisión con tono humorístico que cuestionan derechos conquistados. Lo sabemos. Por eso, como dijo Blas de Otero, nos queda la palabra.
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