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El país de la alegría

9 de mayo de 2021 20:30 h

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Es triste pensar que las elecciones se han ganado en Madrid en nombre de la libertad cervecera pero me reconozco derrotado cuando leo que la gente ha votado también porque ha sido la campaña de la alegría. Saquen ustedes sus propias conclusiones.

Me voy al país de la alegría: Andalucía. Al menos, eso dicen los tópicos; los andaluces ya somos alegres, los más, a pesar de las peteneras, por eso los campañistas no nos tendrán que meter en sus estrategias las aspiraciones de alegría de allende Despeñaperros. De cerveza, ni hablamos.Todo un alivio.

Tendrán que buscar mejores argumentos. Pedro Sánchez ya está en modo andaluz. En Oporto se le han transparentado sus preocupaciones andaluzas y su voluntad de dirigir sus designios políticos en Andalucía. Mientras, restaña, preocupado por que se note, sus heridas madrileñas, sin reconocer que, tal vez, su intervencionismo, no solo en la campaña, sino desde tiempo atrás, está en el meollo de sus malos resultados.

Por ahí empezarían sus errores, tutelar Andalucía desde Madrid no es una buena idea; de esto huye escaldado el candidato Juan Espadas. Tampoco es que ahora se esté haciendo mejor, ni antes de los últimos comicios; ciertamente, las Casas del Pueblo quizá estén llenas de militantes y pocos dirigentes pero me da que hace ya mucho que no conectan con los votantes. Desde luego en sede parlamentaria, donde se construye una buena oposición y una buena candidatura de regreso al poder –véase la Asamblea de Madrid– apenas se han notado.

Pero, en fin, habrá primarias, algo saludable en política aunque no sea practicado de manera generalizada ni mucho menos compartido entre los más machotes de antaño que tendrían ya candidato sin tanto papeleo.

Susana Díaz se presenta, la ganadora pero perdedora de los últimos comicios andaluces, la perdedora-perdedora del poder casi eterno del socialismo en Andalucía desde que existimos como comunidad autónoma. Y se presenta Juan Espadas, un hombre curtido en mil moderaciones y algunas procesiones que tendrá, si es que es la fórmula, que conocer las numerosas y marchitas Casas del Pueblo. Además, ya hay otro candidato y, como en los mejores tiempos, quizá aparezca un alcalde de Jun. Es la liturgia primaria.

Pedro Sánchez no está de andaluz porque lo sea, como en las guerras romanas entre Julio César y Pompeyo, intuye que su futuro, otra vez, se libra en la Bética. La memoria juega lo suyo, Sánchez recuerda que su peor pesadilla, su insomnio, vino de Andalucía, que fue capaz de concitar la fuerza –entonces derrotada pero hoy no eliminada– de lo más granado del inmovilismo y carcunda del PSOE en una batalla de poder pero también ideológica que aún no ha concluido. Pero debería ser fino: lo que le ha ocurrido en Madrid se le podría repetir. Andalucía, que no necesita libertad ni alegría porque ya las tiene, tiene, sin embargo, una personalidad e idiosincrasia creciente, trágicamente podría descubrir que ya en Andalucía se esté en condiciones de votar también “diferente”.

En Andalucía se la juega el socialismo sanchista pero también el modelo de partido; Sánchez y los suyos se equivocarían si optaran por un modelo centralista.

Algo de eso va sabiendo Moreno Bonilla, que cada día se hace más autonomista –se cree andalucista– y así confronta con Pablo Casado, que lo va notando. Moreno Bonilla acaricia la victoria; sabe que solo no puede pero no piensa en la reunificación aznarista de las derechas sino en la absorción de Ciudadanos pero, de momento, no sabe cómo.

A la izquierda del socialismo no corren buenos vientos y más tras el vendaval del Guadarrama. En el PSOE están en un vilo porque saben que sus mayorías absolutas y su arrogancia con la izquierda en Andalucía han terminado. Unidas Podemos trata de curarse de su fogosidad juvenil y los de Adelante y otras primaveras tratan de recomponer un proyecto que quieren que sea autóctono después de casi cuarenta años de haberlo negado desde los mentideros de la izquierda más pura, purificadora y jacobina. A esta disolvencia de las izquierdas se une el partido de Íñigo Errejón venido arriba en Madrid y queriendo abrir sucursales y crecer tras una conversión paulina al andalucismo.

En Andalucía siempre nos ha cabido de pero lo que no va a colar es que el andalucismo venga de Despeñaperros p’arriba.

Es triste pensar que las elecciones se han ganado en Madrid en nombre de la libertad cervecera pero me reconozco derrotado cuando leo que la gente ha votado también porque ha sido la campaña de la alegría. Saquen ustedes sus propias conclusiones.

Me voy al país de la alegría: Andalucía. Al menos, eso dicen los tópicos; los andaluces ya somos alegres, los más, a pesar de las peteneras, por eso los campañistas no nos tendrán que meter en sus estrategias las aspiraciones de alegría de allende Despeñaperros. De cerveza, ni hablamos.Todo un alivio.