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Nada es como parece

Rotativa de la prensa en papel

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Hemos aceptado la media verdad como animal de compañía. Y eso en el mejor de los casos que, en los peores, unos la niegan al pleno y otros compran lo que les dicen como si fuera una verdad absoluta.

No me estoy refiriendo siquiera a García Ferreras, pillado con el carrito de los helados, pues en ese caso no estamos en el ámbito de las medias verdades, sino en de las mentiras enteras. Me refiero a los mensajes del poder económico y político que, en connivencia con supuestos periodistas que no ejercen de tales sino de mediadores, prodigan, sin cuestionarlo, el discurso que interesa a los de arriba. La democracia no puede permitirse el periodismo de cortapega de las notas y dosieres que los gabinetes preparan a la prensa. Tales textos son media verdad; no porque sean mentira, sino porque su razón de ser es hacer una construcción informativa de la realidad puesta a favor de los intereses de quien la propaga. Divulgarlos y ya está no es periodismo.

Ojalá que en la Facultad continúen enseñando lo que a mí me enseñaron: que cualquier poder o aspirante al mismo, en aquellos sistemas que necesitan el respaldo de la opinión pública, siempre tendrá un doble discurso: el oficial, bonito y simplón, y un subtexto donde habitan los verdaderos motivos inconfesados. Burke llamó a la prensa cuarto poder. Contrapoder, preferiría llamarla yo. Y mal vamos si no cuestionamos lo que nos relatan administraciones, partidos, líderes religiosos, lobbies, grandes corporaciones…, sino que cortapegamos sus argumentarios y solo propagamos, sin mirar detrás de la tramoya, el impresionante espectáculo que ofrecen.

Todo se resuelve, desde la profesión periodística, con otra profesión: la de la poca fe

Todo se resuelve, desde la profesión periodística, con otra profesión: la de la poca fe. La de contrastar fuentes, la de comparar lo que se dice con lo que pasa. El negacionismo es una reacción ante la falsedad de la supuesta realidad; una reacción tan poco valiosa como la de creerse la verdad oficial, pues el negacionismo no solo niega –lo cual sería un alivio- sino que propone una realidad paralela y generalmente poco fundada. El afirmacionismo, es decir, creer a pies juntillas la versión de los poderes, es lo mismo que el negacionismo, pero en dirección contraria.

Nada es lo que parece. Ante esta evidencia, la profesión periodística, y cada uno de nosotros como parte de la opinión pública, tenemos una tarea pendiente: la de cuestionar y cuestionarnos. Aquí me atrevo a brindar algunas claves para ello.

Primera. Quizá sería buena cosa confrontar lo que dicen los políticos y lo que hacen. Pongo por caso pintoresco de los últimos días a Juanma Moreno, que es tan moderado que acaba de ceder generosamente a la ultraderecha una vicepresidencia en la Mesa del Parlamento Andaluz. Como diría mi abuela, “tanta amabilidad me confunde”. La portavoz del grupo parlamentario de Vox en Andalucía, Macarena Olona, se ha apresurado a decir que detrás de esa cesión “no hay ningún tipo de mercadeo indigno” y que “no significa que Vox vaya a dar nada a cambio”, de modo que desarrollará una “oposición leal, que no rendida”. Pedazo de accusatio manifesta. Creo que no es necesario que les haga la traducción de las palabras de Olona, estoy segura de que ustedes saben interpretarla perfectamente.

Segundo. Hacer un ejercicio de deducción de lo que nos quieren decir y no nos dicen, es lo siguiente que recomiendo. Para ello, conviene no entrar demasiado en el terreno de la especulación, sino sencillamente en el de la desconfianza. Pongo otro ejemplo, esta vez por el lado izquierdo: cuando Sánchez, en el Debate sobre el Estado de la Nación, anuncia sus medidas para hacer frente a los tiempos duros que están por venir, la bancada progresista aplaude. Toda menos Yolanda Díaz. Ya saben que los gestos cuentan casi más que las palabras. El gesto –el no-gesto, en este caso- quiere ser un acertijo para que los tertulianos y politólogos se ganen el sueldo. Pero no me negarán que las lógicas de la política de salón son un soberano coñazo y, sobre todo, nos conmina a un terreno que nada tiene que ver con la claridad que, a falta de pan, es ya casi lo único que necesitamos.

Tercero. Conviene recordar que, para un mismo partido, la situación es buena o mala según esté en el poder o no. Pongo otro ejemplo: hace unos días, en el acto de presentación del Anuario del Grupo Joly, escuché con estas orejitas a Moreno decir públicamente que, a pesar de las dificultades económicas que aparecen en el horizonte, no llegaremos a atravesar una recesión, y nos narró unas excelentes previsiones de crecimiento de 11 puntos del turismo con respecto a 2019, el año que marcó un récord histórico en Andalucía. Ese mismo día, casi de forma sincrónica, Núñez Feijóo afirmó: “nos dirigimos a una profundísima crisis económica”. Esto me pasa por escuchar demasiado, ahora no sé con qué versión del Partido Popular quedarme.

Cuarto. Remitirnos a los hechos. Por mucho que nos juren que hace calor, recomiendo bajar a la calle a comprobarlo. Cuántas veces nos niegan lo que estamos viendo con nuestros propios ojos. En este punto hay un peligro, y es el de pensar que nuestra calle es un resumen a escala de lo que pasa en el mundo. Si elDiario.es dice que hay muchas personas que pasan necesidades y quien lo lee vive en un barrio exclusivo, quizá se precipite a afirmar que lo que acaba de leer es falso. Nada que no se resuelva con interés por lo real: “Imagina que quieres escribir sobre una mujer que entreteje el pelo de otra mujer” –proponía Adrianne Rich-. “Mejor sería que supieras el grosor, la largura del modelo, por qué decide trenzarse el pelo, cómo se lo hacen, en qué país sucede. Tienes que saber estas cosas”. Vivir y leer con apertura y curiosidad ayuda a estar en contacto con lo real tanto como a mitigar el ombligocentrismo.

Quinto. A veces siento que hemos confundido el derecho a opinar con una obligación. Si muere un escritor, no podemos resistir la tentación de subir a Facebook una foto nuestra en una firma de libros con el finado –antes de doblar el ala, claro está-; si hay un conflicto y no nos posicionamos precipitadamente, nos da un chungo. “Si algo pasa está la SER”, dice el eslogan de la popular emisora. “Si algo pasa, está mi opinión pétrea e instantánea atravesada en medio”. Es imposible tener opiniones fundadas de todo a todas horas en tiempo real. Sin embargo, ese ejercicio egoico y tantas veces indocumentado, más producto de la entelequia que del criterio, inunda las redes de falacias. Y una buena falacia es más mortífera que una mala mentira.

Sexto y final. Lo real no suele ser espectacular. Por tanto, pasará desapercibido en la Sociedad del Espectáculo. Búsquenla donde pocos miran. 

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