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El partido de las madres
Es lo que tiene el lenguaje politiqués, que necesitas un traductor para que los pobres mortales podamos entender qué pueden significar palabras como transversalidad, espectacularización, empoderamiento o feminización. Es lo que le sucedió a Pablo Iglesias, que se metió en un maizal al intentar explicar lo beneficioso que sería que la política se feminice o que las féminas se politicen, no sabría yo decirles.
Lo peor fue que para poner un verbigracia, el Líder nos mentó a las madres, que ellas sí que sabían cuidar, y eso es lo que hay que hacer, no poner las mujeres a trabajar y a mandar, que también, sino aprender a cuidarnos los unos a los otros como las madres nos cuidaban a todos. O algo así.
Aunque el insigne hombre aclaró a continuación que no había dicho eso y que los periodistas le habíamos manipulado, sí está claro que se le ve la patita peluda por debajo de la puerta. Como a todos los varones de este país, sobre todo a los mayores, que fuimos educados por padres y madres machistas, curas y monjas aun más machistas e incluso por aquella televisión en blanco y negro, que era cosa de hombres. En descargo de muchos -y de muchas- añadiré que hay quienes nos esforzamos día a día en superarlo, a lo que nos ha ayudado sobremanera hacer la cola del Mercadona o llevar a los niños a los cumpleaños en el Burger King, que eso sí que tiene mérito.
Lo del señor Iglesias es desde luego un pecadillo de nada, comparado con lo regurgitado por el tal David Pérez del PP, que con dos pares de alcorcones, aseguró que las feministas son “a veces mujeres frustradas, amargadas, rabiosas y fracasadas”, aunque la cosa no quedó ahí, ya que añadió que “el aborto convierte el cuerpo de la mujer en una sala de ejecución de cientos de miles de niños -y niñas, que también hay que decirlo- que son eliminados de forma violenta”. Ante la avalancha de críticas, el macho alfa de Alcorcón negó que fuera machista y se disculpó por si acaso hubiera ofendido a alguien, que es la forma más trapacera de pedir perdón. En su descargo añadió que la culpa la teníamos los periodistas, extremo en el coincide con Iglesias, que también piensa que los plumillas somos intrínsecamente perversos. Los extremos se tocan, como ven.
Aunque a las tontadas no hay que darles más importancia de la que tienen, sí son preocupantes las reacciones habidas, sobre todo en los susodichos extremos. Mientras en el PP se reafirman en que al poder deben llegar sólo los más adecuados, sean hombres o mujeres, huyendo de las cuotas, en la izquierda hay voces que predican que la política regida por mujeres sería más humana y que hay cualidades femeninas más apropiadas según para qué cosas. Y no digo yo que no, aunque todos ellos se olvidan de la simple base en la que se sustenta el tinglado: todas las personas tienen los mismos derechos y deben ser iguales ante la ley.
Contra las brechas
Y como no es fácil conseguirlo, aunque algo llevamos adelantado, es preciso todavía aplicar políticas de género e implantar cuotas en la política, en la empresa y hasta en la Iglesia Católica, si es que hubiera lo que hay que tener. Además, hay que seguir luchando contra la brecha salarial, que buena parte de los problemas, como el divorcio y el aborto, a veces sólo son cuestión de independencia económica. También hay que empeñarse contra la brecha propiamente dicha, que lo del maltrato puede aliviarse, y también con dinero, poniendo más jueces, más policías, más cárceles y más casas refugio para quien lo necesite.
Desde luego, el camino será largo y todo será necesario para acortarlo, como las leyes sobre Igualdad y Violencia de Género que dictó Zapatero, y la incipiente ley de dependencia, para liberar a las mujeres del cuidado de sus hijos, de sus hermanos, de sus padres y hasta de sus suegros enfermos, para que puedan ponerse a trabajar fuera de casa, si es que les place. Sin olvidar las guarderías públicas y gratuitas y las actividades extraescolares y veraniegas para los niños.
Y si además el Gobierno de la nación es paritario, como lo fue el de Zapatero o los últimos gobiernos andaluces, mejor que mejor, que una cosa es predicar y otra dar trigo, como le pasó al grupo de IU en el parlamento andaluz hace unos años, en el que todos sus componentes se vestían por los pies. O la cúpula de Podemos de ahora, en la que el primero, el segundo, el tercero, el cuarto y hasta Monedero son hombres.
En cualquier caso no desprecio la reflexión que aporta Pablo Iglesias sobre la capacidad de las mujeres para cuidarnos como debe ser. Debería formarse el PM (Partido de las Madres), que muy bien podría llevar a una de ellas a Gobierno. El problema catalán quedaría inmediatamente solucionado cuando Puigdemont acudiera a la Moncloa a protestar. Lo cogería de la oreja al grito de “ni independencia ni independencio”, mientras se sacaba la zapatilla y le ponía el culo como un tomàquet.
Es lo que tiene el lenguaje politiqués, que necesitas un traductor para que los pobres mortales podamos entender qué pueden significar palabras como transversalidad, espectacularización, empoderamiento o feminización. Es lo que le sucedió a Pablo Iglesias, que se metió en un maizal al intentar explicar lo beneficioso que sería que la política se feminice o que las féminas se politicen, no sabría yo decirles.
Lo peor fue que para poner un verbigracia, el Líder nos mentó a las madres, que ellas sí que sabían cuidar, y eso es lo que hay que hacer, no poner las mujeres a trabajar y a mandar, que también, sino aprender a cuidarnos los unos a los otros como las madres nos cuidaban a todos. O algo así.