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#Yosoypobre

En esta crisis hay una cosa que me irrita por encima de todas: que si la has sufrido, sientas vergüenza.

Vergüenza por no tener empleo, de que no te valoren, de perder tu casa, de estar depresivo, de pedir para comer, vergüenza por no poder mirar a los ojos de tu hijo y darle lo que necesita, por sentirte un don nadie, porque no te elijan para un trabajo, por no tener dinero, por tener que robar para comer o acudir a un banco de alimentos, por no poder pagar las facturas o incluso por no poder hacer un regalo en cumpleaños… Vergüenza por veinte mil cosas que se resumen en una sola: vergüenza por ser pobre. Y si no eres pobre puedes rozar, mes sí y mes no, estar en riesgo de pobreza, aunque trabajes, cuando tus ingresos no llegan ni a 600 euros.

Y, precisamente, leo que TVE no quiere imágenes de una España pobre en un nuevo programa de las tardes. Proponen una emisión con alegrías para el espectador. No estaría mal que sus responsables asuman que en España hay pobres. Que la OCDE advierte que somos es el país con más desigualdad de ingresos entre ricos y pobres.  Que uno de cada tres niños es pobre y que uno de cada diez lo vive de forma crónica. Todo esto mientras la fortuna de los más ricos ha crecido un 18% y los consejeros del Ibex 35 se embolsaron 613.000 euros por cabeza en 2014.

Propongo a TVE que estudien mi humilde propuesta. Tendrían un programón lleno de alegrías (pero de las buenas) si el Gobierno de turno devolviese todo lo que arrebataron de un plumazo. Que tampoco era nada del otro mundo, era lo básico. Que devolvieran al desahuciado su casa o al parado de larga duración su empleo, para empezar. Aunque habría casos que ni se podrían reparar, porque nadie puede devolver la vida a quienes se suicidaron por verse en un callejón sin salida o a quienes dejaron morir sin medicación adecuada por hepatitis C.

Nunca he entendido la obsesión de los medios por evitar esas imágenes. Bueno, sí. Para nadie es rentable patrocinar la pobreza. Y para el poder, en vísperas de elecciones, aún menos. Cuando al inicio de la crisis se publicó un reportaje en New York Times sobre la pobreza en España, recuerdo que hasta personitas normales, de un sueldecito normal, decían que esas imágenes eran exageradas, que la pobreza era para una minoría. Y yo, un poquito harta, respondía que he crecido viendo en los informativos (y hasta en la sopa) modelos de Versace que nunca me pondré, cenas en un restaurante de cinco estrellas que jamás pagaré, viviendas de cinco plantas con jardín y piscina que nunca tendré, y coches de lujo que no conduciré. Y esa riqueza, a la que sólo pertenece una exclusiva minoría, acampa en la tele día sí y día no. Generando incluso momentos de frustración porque con mi cutre sueldo yo misma dudaba si comprarme un abrigo, cenar unos tomates disparados de precio o incluso sacarme el bono del autobús.

Y así, poco a poco, humillación tras humillación, me fueron empequeñeciendo hasta sentirme minúscula y sucia… Sensación que aumentó cuando me despidieron, cuando tuve que vivir con la prestación y cuando a la prestación no le siguió nada más porque se agotó. Y ahí hubo un día que dije: basta, hasta aquí. Lo asumo. Yo soy pobre... Y no me hundí por la red familiar, como otros tantos. Pero no iba a sentir vergüenza (individual) por ser pobre.

“La vergüenza para el que te despide”

Yo no me iba a avergonzar por ser despedida, ni por haber cobrado 450 euros al mes. La vergüenza para el que te despide, el que te esclaviza por tres euros, el que te explota, el que te condena al hambre o sin futuro, el que te quita la casa, el que te vendió las preferentes o las cláusulas, el que te roba en el recibo de la luz, el que te ha matado a un familiar por los recortes de sanidad o el cómplice que apoya este atropello. A todos ellos se les debe caer la cara de vergüenza (si es que la tienen), pero no a nosotros.

Algunos creen que están por encima de todo esto. Pero a veces ocurre que, de  tanto ignorar la pobreza, puede explotar un día en tu propia cara. 

Cada hora en las redes se hacen hashtags efímeros. Algunos banales, otros de denuncia y solidaridad, como aquel “Je suis Charlie”. Tal vez habría que publicar hashtags para los parados, los desahuciados… El mío es #YoSoyPobre. Porque ignorar la pobreza nos hace a nosotros pobres en conciencia.

Y eso no te lo quitarán nunca. Nunca se podrán llevar tu dignidad. Incluso cuando lo pienses porque ni siquiera la sientas, hurga y rasca en ti hasta encontrarla, recuperarla y usarla como coraza. Que, como dice aquella frase de Salvador de Madariaga “en mi hambre mando yo”. Quizás porque es lo único que queda. No bajar nunca la cabeza.

Te quieren sumiso para ser tus dirigentes.

Te quieren gobernar para hacerte pobre.

Te quieren pobre para ser ricos.

El reto está en salir de pobres, en superar la injusticia. Pero entonces llega la desazón porque no los echamos cuando podemos. Si no cambiamos de raíz, ellos saben que siempre vencerán porque nos enfrentan entre nosotros. Nadie mejor que Eduardo Galeano para explicarlo: “Pobres contra pobres, como de costumbre: la pobreza es una manta demasiado corta, y cada cual tira para su lado”.

En esta crisis hay una cosa que me irrita por encima de todas: que si la has sufrido, sientas vergüenza.

Vergüenza por no tener empleo, de que no te valoren, de perder tu casa, de estar depresivo, de pedir para comer, vergüenza por no poder mirar a los ojos de tu hijo y darle lo que necesita, por sentirte un don nadie, porque no te elijan para un trabajo, por no tener dinero, por tener que robar para comer o acudir a un banco de alimentos, por no poder pagar las facturas o incluso por no poder hacer un regalo en cumpleaños… Vergüenza por veinte mil cosas que se resumen en una sola: vergüenza por ser pobre. Y si no eres pobre puedes rozar, mes sí y mes no, estar en riesgo de pobreza, aunque trabajes, cuando tus ingresos no llegan ni a 600 euros.