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En realidad, no estamos hablando de la Semana Santa
Cuando era pequeña, en la ventana de mi habitación compartida con mis hermanas, había pegadas un montón de pegatinas (hay pocas cosas que me gustasen más de niña que unas pegatinas y un sitio donde colocarlas). Muchas eran de partidos políticos que, imagino, porque la memoria infantil no me alcanza tanto, habían echado el resto en las elecciones. Por las fechas de las que hablo, podríamos estar hablando de las primeras elecciones democráticas y las citas siguientes, porque las pegatinas se eternizaban en aquella ventana. No podría enumerar los partidos representados en ese collage acristalado, pero hubiera jurado que había muchos si no todos. Eran aquellos años en los que España aprendía democracia.
Me he acordado de esa ventana, y de los primeros pasos de un nuevo país, con la polémica de la recién nombrada consejera de Igualdad y Asuntos Sociales, Rocío Ruiz, sobre una columna que escribió criticando la Semana Santa. Los guardianes de las esencias, en este caso Vox, se han tirado a su cuello porque han encontrado en tal crítica un motivo por el que no puede ejercer su cargo.
Que digo yo que si la hubieran nombrado delegada de fiestas mayores, la pega tendría un sentido, pero no creo que las tareas para las que ha sido nombrada incidan en el buen curso de las procesiones, ni en Sevilla ni en el resto de Andalucía.
Lo preocupante en este asunto, que no deja de ser una anécdota, no es que la mención de la Semana Santa y la crítica desagrade a las personas cofrades. Eso entra dentro de la normalidad: en general, no nos gustan que se metan con lo que nos gusta.
Lo preocupante es esa sensación de que la expresión de una opinión al respecto pueda llegar a costar un cargo público; en este ocasión, han logrado una rectificación y una disculpa extemporánea; y que un partido con representación en el Parlamento andaluz exija dimisiones por estas opiniones y logre que sus reclamaciones tengan una respuesta inmediata del Gobierno recién constituido. ¿Será así siempre?
Es verdad que la ley mordaza ha dado alas a los ofendidos, así, en general. Pero la libertad de expresión es esencial en democracia. Por eso no podemos permitirnos asumir determinados discursos como naturales y menos en boca de quienes exigen que sus postulados se respeten (a ellos sí) aunque usen datos falsos (sí, hablo de Vox).
No todas las críticas son afinadas ni acertadas. Pero son legítimas cuando de lo que estamos hablando es de opiniones (no de mentiras). Y el sistema legal y democrático se encarga de dirimir cuándo esa libertad de expresión invade otros derechos y libertades.
¿Y qué tiene esto que ver con mi ventana? Pues que quizás tengamos que volver al principio y aprender y enseñar lo que dábamos por hecho: la participación ciudadana, cómo funcionan los órganos representativos, la importancia del voto, para qué sirve un impuesto o la libertad de expresión y su ejercicio. Quizás tengamos que volver a esa ventana colorida donde todas las pegatinas de todos los partidos se mezclaban bien avenidas y donde, a través del cristal, se auguraban días mejores.
Cuando era pequeña, en la ventana de mi habitación compartida con mis hermanas, había pegadas un montón de pegatinas (hay pocas cosas que me gustasen más de niña que unas pegatinas y un sitio donde colocarlas). Muchas eran de partidos políticos que, imagino, porque la memoria infantil no me alcanza tanto, habían echado el resto en las elecciones. Por las fechas de las que hablo, podríamos estar hablando de las primeras elecciones democráticas y las citas siguientes, porque las pegatinas se eternizaban en aquella ventana. No podría enumerar los partidos representados en ese collage acristalado, pero hubiera jurado que había muchos si no todos. Eran aquellos años en los que España aprendía democracia.
Me he acordado de esa ventana, y de los primeros pasos de un nuevo país, con la polémica de la recién nombrada consejera de Igualdad y Asuntos Sociales, Rocío Ruiz, sobre una columna que escribió criticando la Semana Santa. Los guardianes de las esencias, en este caso Vox, se han tirado a su cuello porque han encontrado en tal crítica un motivo por el que no puede ejercer su cargo.