Según el catedrático Alejandro del Valle, entre los reinos de España y Marruecos se ha generado en las últimas décadas un “colchón de intereses” que amortigua los conflictos latentes existentes entre ambos países. Una expresión que, a mi modo de ver, da sentido al conjunto de políticas que se desarrollan en la frontera Sur. Tiene interés repasar la historia común para entenderlo de forma adecuada.
La condición de zona estratégica fronteriza del Mediterráneo Occidental se hace visible a lo largo de todo el siglo XIX cuando Marruecos sufre las consecuencias de la confrontación entre las potencias coloniales y sus intereses. En lo que respecta a España, las plazas de soberanía de Ceuta y Melilla viven durante siglos a espaldas de su entorno africano siendo reivindicadas permanentemente por la población circundante y ocasionalmente por el sultán de Marruecos. Entre 1859 y 1860 se produce la que aquí se denominó Primera Guerra de África, que levantó olas de lamentable patriotismo colonial. No es ocioso llamar la atención del uso del enfrentamiento y el racismo contra “los moros” en los momentos de inestabilidad interna.
La primera mitad del siglo XX está dominada por el afán colonialista del reino de España. Merece que se recuerde la vergonzosa guerra del Rif, de consecuencias tan tremendas para los dos pueblos y en la que está documentado un sinnúmero de atrocidades cometidas por el ejército español, o el protectorado que se impuso por la fuerza a la población rifeña o la participación de las llamadas “tropas moras” en la guerra civil española.
Son hechos que fueron utilizados para reforzar un imaginario negativo de Marruecos y sus gentes, lleno de prejuicios y estereotipos en buena parte de la sociedad española. Un imaginario que resulta tan conveniente para las ideas ultranacionalistas aún hoy en día y que, como podemos constatar, había venido alimentándose a lo largo de los siglos precedentes.
La independencia de Marruecos se produce en 1956, en los primeros momentos de la ola de ruptura colonial en todo el Tercer Mundo, con un fuerte componente de reivindicación nacionalista. Hasta bien entrada la década de los 80, entre ambos países prima todavía la desconfianza mutua y los conflictos.
Aquellos años fueron los de la persistente reivindicación de Ceuta y Melilla por parte del recién creado reino de Marruecos, la retrocesión de Tarfaya en 1958 y la de Ifni en 1969 (tras un conflicto armado entre 1957 y 1958), o la Marcha Verde en 1975, que terminó con la vergonzosa cesión del Sahara a Marruecos por parte de España.
La entrada de España en la UE va a provocar, sin embargo, una reformulación drástica en las relaciones entre España y Marruecos. La pertenencia a la UE consolida la creación de lo que hemos denominado “colchón de intereses” entre las clases dominantes de ambos países, que logra filtrar y atemperar las cuestiones conflictivas y facilitar los acuerdos.
En primer lugar, porque la pertenencia a la UE aleja muchos de los ámbitos de decisión que afectan a ambos países, permitiendo unas relaciones menos crispadas. Pero, en segundo lugar, porque, al contrario que la imagen negativa existente en la sociedad española, los estamentos oficiales, élites intelectuales y sectores económicos, tienen intereses que cuidar, por lo que procuran atemperar las zonas de conflicto, lo que no descarta que puedan ser activados o desactivados siempre para mejor posicionarse en la búsqueda del beneficio propio.
Ello se hace evidente cuando analizamos el papel económico que juega Marruecos para España y viceversa. Ambas economías se han vuelto más interdependientes, complementarias y beneficiosas para las élites de los dos territorios. En 2018, el conjunto de las exportaciones e inversiones entre España y Marruecos supusieron ya el 15% del PIB marroquí. Marruecos es un mercado prioritario para determinado sector empresarial español, siendo su primer socio comercial de las regiones de África del Norte (el 56% de las exportaciones totales españolas a la región fueron a Marruecos).
Este nuevo marco de relaciones se afianza en 1991 con la firma del Tratado de Amistad, Buena Voluntad y Cooperación. En 2008 se firma el Estatuto de Asociación Avanzado entre la Unión Europea y Marruecos, lo que significa que este país pasa a disfrutar de un marco privilegiado de relaciones políticas, económicas y sociales con la Unión, y tendrá acceso a determinados programas comunitarios. Sus principales valedores ante la UE, como se puede imaginar, son España y Francia.
En 2012 se ratifica el acuerdo de cooperación policial transfronteriza (el cual permite comisarías conjuntas en Algeciras y Tánger), que supone un alto grado de confianza y cooperación recíproca.
Pese a ello, aunque sean conscientemente autolimitados y controlados, los temas de conflicto no han desaparecido. ¿Cuáles son esos temas de conflicto que persisten desde la independencia o se modulan en estas décadas?
En primer lugar, la cuestión de los territorios de España en África (Ceuta, Melilla, Islas Chafarinas y Peñones). Más allá de la agitación de soberanía utilizada ocasionalmente para desviar conflictos y reivindicaciones internas, lo cierto es que las fronteras de Ceuta y Melilla han acabado convirtiéndose en un foco de enorme tensión e inestabilidad, cada vez de más compleja gestión.
La cuestión del Sáhara Occidental sigue siendo un tema de tensión y desencuentro, no tanto por la postura de los Gobiernos españoles de todos los signos, sino porque frente a ellos, la sociedad española mantiene un alto compromiso y simpatía con la población saharaui.
Es también motivo de conflicto no resuelto y de no poca importancia la delimitación de espacios marítimos, tanto en la costa atlántica como en el Estrecho; la existencia de los peñones de soberanía y de las ciudades de Ceuta y Melilla hace muy complejo y difícil un acuerdo. Otros temas de roce se refieren a una serie de aspectos relacionados con temas comerciales, de explotación de recursos y extractivismo; aunque estos se encuentran bajo competencia de la UE.
Finalmente, las migraciones, particularmente el control de Marruecos de la inmigración irregular, que en realidad sólo aparece como “problema” en las relaciones entre los dos países a partir de la adhesión de España al Acuerdo de Schengen en 1991. Hasta entonces hay poca inmigración y la que hay es fundamentalmente marroquí. Incluso en 1964 se había firmado un Acuerdo entre los Gobiernos de España y Marruecos sobre supresión de visados -hoy impensable- para los “súbditos” de ambos países.
Antes de Schengen, no era infrecuente el viaje de ida y vuelta para buscar trabajo y, si no se encontraba, volver a casa sin lesiones, violencia y atropello a los derechos humanos.
Pero a partir del Acuerdo de Schengen se ponen las bases de la que conocemos como Europa Fortaleza, se empieza a construir el mito de la emigración como amenaza y el Mediterráneo frontera es convertido en una enorme fosa común.
Comenzarán así las presiones para que Marruecos ejerza su papel en las políticas de externalización (vecindaje) diseñadas desde la UE. Pionero fue el ‘Acuerdo entre el Reino de España y el Reino de Marruecos relativo a la circulación de personas, el tránsito y la readmisión de extranjeros entrados ilegalmente’ firmado en 1992, como se sabe de aplicación incierta y esporádica. La Conferencia Euroafricana de julio de 2006 en Rabat es un punto de inflexión en ese camino.
Se trata de un proceso que progresivamente corresponsabiliza a Marruecos del control de los flujos migratorios y de ello se hará depender la ayuda al desarrollo y los acuerdos de colaboración.
La gestión de fondos multimillonarios destinados por la UE y España al control migratorio ha venido así a engrosar ese “colchón de intereses” que amortigua la caída de la responsabilidad de garantizar los derechos humanos a base de beneficios económicos. Las empresas y voluntades concitadas son poderosas; ya no se trata tan sólo del control migratorio, sino el negocio montado en torno al mismo. Por ello, no es de extrañar que Marruecos haya ido dando muestras suficientes a lo largo de los últimos años de su opción estratégica de aproximación a Europa, haciéndose valer como país fiable, sólido y estable en el contexto de gran inestabilidad que atraviesa en conjunto del Magreb.
Con este panorama, solo podemos afirmar que sin derechos humanos no habrá colchón sobre el que puedan dormir quienes llevan en la conciencia la responsabilidad de la muerte de miles de personas en nuestra frontera Sur.
Rafael Lara, coordinador área de Solidaridad Internacional APDHA