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¡Bendita ilusión!

Joaquín Mayordomo

21 de diciembre de 2021 12:48 h

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He ido a caminar al parque de María Luisa a la puesta del sol –por allí andábamos cuatro gatos– y, a la vuelta, curioso y con ganas de recibir algo de calor humano, he decidido mezclarme con mis semejantes después de varios días encerrado en mi cueva. Y he descubierto que, digan lo que digan por la radio, la TV o los periódicos, a la gente le da igual lo del bicho y la manoseada pandemia. Vamos, que el asunto se la refanfinfla. ¡Qué riada de gente...! Como en las tardes de feria en el Real o como cuando se cruzan cien pasos en los momentos más álgidos de la Semana Santa. ¡No cabíamos...! Gente caminando hacia todos los lados, alegre y confiada, por el paseo de la Constitución de Sevilla, como si fuera un día de playa en Benidorm ¡Qué gentío, mamma mía!

Y según observaba a tanto humano en su gloria, comprando y comprando, pueblo feliz disfrutando, pensé que el hecho de que Pablo Casado y el Gobierno hayan andado a la greña todo este tiempo, con la Covid 19 por medio, ha conseguido que los avispados españoles que somos lo que somos (¡únicos e inmejorables!) nos hayamos creído dos cosas: una, que la vacuna nos libra de la muerte per séculam seculórum y dos, que los jóvenes, aunque se infecten no mueren y pasan la enfermedad más o menos bien. 

Con estos dos “dogmas”, ¿qué importa si el bicho anda suelto y vuelve a cebarse con nosotros? 

Y así resulta que las masas se echan a la calle como he visto esta tarde como si todo lo que se cuenta por ahí fuera un invento de Pedro. Ya saben, aquel que gritó tantas veces “que viene el lobo, que viene el lobo...”, y que, cuando vino de verdad, no le hicieron caso.

En fin.

Pero yo no quería hablarles de esto, sino de que cuando llegué a la altura de la catedral descubrí una cola kilométrica, a la que no pude atribuirle iglesia ni belén que mirar. ¿Para qué será?, me pregunté. Y doscientos metros más adelante hallé el cuerpo del delito: allí estaban los pacientes ciudadanos esperando para coger una ilusión escondida detrás de un mostrador en una administración de lotería.

Anda que ya pueden desgañitarse matemáticos y científicos explicando de todas las formas posibles que las posibilidades de que te toque el Gordo son las mismas si compras el número en la Puerta del Sol de Madrid, en la archifamosa doña Manolita, en la Bruja Coruja de Tremp o a la lotera de tu barrio. Es más, una de esas mujeres matemáticas, Clara Grima, profesora de la Universidad de Sevilla (y a la que da gusto escuchar) explicaba estos días que es necesario tirar de sentido común a la hora de comprar lotería, y dejarse de meigas y supersticiones. Clara decía: “la única lotería que siempre toca de verdad es la que compras en tu barrio, porque aunque a ti no toque, al lotero y al barrio algo le tocará”. ¡Qué gran idea, verdad! Pues ¡hala! a dejar de hacer colas inútiles y a utilizar el magín. ¡Y no perdáis el tiempo! Qué, como dice el ex presidente uruguayo, Múgica, “el tiempo es lo único que tenemos, que sabemos que se acaba y, sin embargo, cuan estúpidamente se gasta”.

He ido a caminar al parque de María Luisa a la puesta del sol –por allí andábamos cuatro gatos– y, a la vuelta, curioso y con ganas de recibir algo de calor humano, he decidido mezclarme con mis semejantes después de varios días encerrado en mi cueva. Y he descubierto que, digan lo que digan por la radio, la TV o los periódicos, a la gente le da igual lo del bicho y la manoseada pandemia. Vamos, que el asunto se la refanfinfla. ¡Qué riada de gente...! Como en las tardes de feria en el Real o como cuando se cruzan cien pasos en los momentos más álgidos de la Semana Santa. ¡No cabíamos...! Gente caminando hacia todos los lados, alegre y confiada, por el paseo de la Constitución de Sevilla, como si fuera un día de playa en Benidorm ¡Qué gentío, mamma mía!

Y según observaba a tanto humano en su gloria, comprando y comprando, pueblo feliz disfrutando, pensé que el hecho de que Pablo Casado y el Gobierno hayan andado a la greña todo este tiempo, con la Covid 19 por medio, ha conseguido que los avispados españoles que somos lo que somos (¡únicos e inmejorables!) nos hayamos creído dos cosas: una, que la vacuna nos libra de la muerte per séculam seculórum y dos, que los jóvenes, aunque se infecten no mueren y pasan la enfermedad más o menos bien.