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En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Carta desde 2030: Innovación social por el clima

La cumbre del clima

Jesús Iglesias Saugar

Málaga —

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7 de octubre de 2030. La alegría nos desborda. Han pasado 12 años desde aquel otoño de 2018 en el que el IPCC de Naciones Unidas publicaba el revelador informe especial “Calentamiento Global de 1,5°C” (SR15). Mirando atrás casi no me lo puedo creer, y sin embargo lo hicimos. En un cambio de rumbo sin precedentes, en una década, hemos alcanzado el hito intermedio clave: una reducción del 45% de las emisiones de carbono globales, de la mejor manera posible, transformando los pilares del pacto social.

En aras de acometer aquellos “cambios inmediatos, radicales y sin precedentes” que  clamaban los científicos, decidimos transformarnos, cambiar nuestras prioridades, valores, cultura y sistema económico. Tomamos el informe como lo que era: una bala de plata al corazón del capitalismo globalizado, y del consumismo e individualismo sobre los que se sustentaba. Resistimos los cantos de sirena del falaz crecimiento verde y su tecno-optimismo peligroso; vencimos al miedo que alimentaba al fascismo y su demencial geoingeniería; y optamos por la vía de la esperanza. La esperanza de un nuevo mundo, naciente ya en aquella época, forjado sobre el bienestar, la democracia real, la equidad, la justicia, la soberanía de las comunidades, y la cooperación por el bien común. Elegimos el cambio social, y ganamos. Aún nos queda la segunda parte del largo camino a la libertad (en 2050 deberemos alcanzar el cero neto de emisiones) pero, como decía Mandela, echemos la vista atrás por un instante para después continuar avanzando.

Diez años antes

10 años antes, en noviembre de 2008, impulsado por la creciente evidencia científica, dejé un doctorado en Astronomía en los EE.UU. e inicié mi propia aventura como emprendedor social por el clima. Mi generación era la primera en sentir los efectos del cambio climático, y la última que podía actuar al respecto. Aceptamos el reto, con valentía e inteligencia. Las semanas siguientes a la publicación del informe SR15 fueron duras. Al devastador verano se le sumaron en el otoño varios estudios sobre la gravedad de la sexta extinción masiva, el calor adicional escondido en los océanos, o el vertiginoso deshielo del “permafrost”. Pero reaccionamos, no dejamos que el miedo nos bloquease, ni tan siquiera ante el resurgir de los regímenes autoritarios de aquellos días. Buscamos esperanza fuera de las luces del escenario principal donde los monstruos rugían; en la oscuridad de los márgenes, donde las revolucionarias invisibles cambiaban el mundo mientras nadie las miraba, como decía Rebecca Solnit (“Hope in the Dark”). E hicimos camino al andar.

Fue precisamente la esperanza radiante de Rebecca la que nos guió entre las tinieblas de la época, definiendo el espacio para la acción efectiva como el amplio margen de incertidumbre, entre el optimismo y pesimismo deterministas. Nos dimos cuenta de que el futuro no estaba escrito, de que podíamos darle forma. El propio informe del IPCC lo corroboraba: el peor escenario (colapso civilizatorio) no era inevitable, aún podíamos aspirar a mejor. De hecho, la urgencia y magnitud del desafío, así como los fallidos “parches” anteriores, nos brindaron la mayor oportunidad de transformación profunda. Y aquí estamos hoy, en un mundo con muchas más oportunidades y muchas menos emisiones, por obra de nuestra visión compartida y esfuerzo colectivo.

En aquellos angustiosos momentos, un importante hallazgo nos permitió tomar la decisión acertada: la fuerte y directa correlación entre el cambio climático y las desigualdades socio-económicas. Por un lado, análisis sociológicos de las catástrofes climáticas (huracanes, incendios, olas de calor) clarificaron cómo sus consecuencias se cebaban sobre los más vulnerables; y por otro, investigaciones como las de Danny Dorling (“The Equality Effect”) nos hicieron comprender cómo las desigualdades se encontraban en la raíz de todos los deteriores ambientales. Ante los irrefutables hechos, aceptamos por fin estar ante un reto de carácter socio-ambiental, cultural de hecho, cuyas soluciones eran políticas y económicas. Decidimos repensarnos y reorganizarnos como sociedad, con la tecnología como medio, pero con el cambio social como fin indudable.

Grandes pensadoras dinamizaron el debate. Comenzando por la propia Rebecca, que nos regaló el placer de (re)buscar el cambio en el pasado, para saber de dónde venimos y cerciorarnos de que es posible. Cambio social, decía, es “la acumulación de los cambios imperceptibles de una transformación gradual”. Ideas y valores periféricos al principio, con el tiempo se normalizan y transforman nuestra concepción de lo importante. Como el casi fatal axioma de que crecimiento era sinónimo de progreso, que mantuvimos desde los 1980 hasta principios de 2019, y que Naomi Klein o Yayo Herrero retrataron como nadie. Por su parte, Todd Stern, ex-jefe de la delegación climática de EE.UU., trajo a colación magníficos ejemplos de evolución de comportamientos sociales: desde el tabaco o el matrimonio homosexual, hasta movimientos como el de los derechos civiles o el feminismo que nos libraron de la segregación racial y la violencia machista. Así hicimos posible el cambio social en 2020, recentrando el progreso en torno al bienestar holístico.     

El cambio, no obstante, pocas veces es directo, pudiendo llegar a ser tan complejo como la Teoría del Caos, y emergiendo en muchas ocasiones de hondas raíces. Tal y como sucedió con el 15M en 2011, inspirado en la Primavera Árabe, y ésta a su vez, de Martin Luther King. Y Martin de Gandhi, y Mahatma de Tolstoi y de las sufragistas británicas. Todo está conectado, en el tiempo y en el espacio. La interdependencia nos atraviesa, y constituye el tejido por el que viaja el impacto.

El periodista e investigador Anand Giridharadas, a raíz de un estudio sobre las barreras encontradas por los “changemakers”, nos proporcionó tres sencillas máximas a seguir en este viaje:

Uno: el cambio necesario es sistémico y radical, actuando sobre las causas de fondo comunes a los grandes retos

Dos: no se puede cambiar el sistema sin cambiar los corazones de las personas

Y tres: debemos actuar desde lo local, enraizándonos en nuestras comunidades para conectar con nuestras vecinas y entorno.

Con la práctica, añadimos una cuarta: el liderazgo verdaderamente disruptivo es el colectivo.

Volviendo al origen, dos activistas y humanistas en la génesis del 15M, pusieron las herramientas del libre pensamiento y la inteligencia colectiva sobre la mesa de la historia. Javier Toret, uno de los primeros “tecnopolíticos” y compañero de auto-gestión ciudadana en la Casa Invisible de Málaga, nos hizo creernos la “potencia de las multitudes conectadas”, la emergencia de aquel nuevo poder social, descentralizado, autónomo, liberado de categorías establecidas y paradigmas viejos. El reconocimiento de la capacidad de las redes sociales, y no de las virtuales sino de las de personas, para democratizar la producción de la realidad, para construir estados emocionales y cognitivos, e intervenir penetrando todas las capas sociales; llenó nuestras reservas de confianza y expandió los horizontes de lo posible. En última instancia, Amador Fernández-Savater, compañero del grupo de pensamiento del 15M en Madrid SOL(ución), prendió definitivamente la mecha, transportándonos con naturalidad a ese futuro ideal, hoy presente, partiendo de lo que se tenía (brotes verdes) en aquel entonces. El puente entre ambos, susurraba, debía de ser atractivo para que mucha gente quisiera cruzarlo. Con Amador, Rebecca, Javier, Naomi, Todd, Yayo y con todas las invisibles, comenzamos la Revolución definitiva, la del Deseo.

Fueron estas ideas, a la luz de los hechos, las que nos propulsaron. Es así que, en esta carta a nuestros alter egos del pasado, extraemos la esencia de las exitosas transformaciones acontecidas, para (re)definir la innovación social: aquella solución radical, transgresora y disruptiva, orientada a la acción, que partiendo de lo existente, desde un enfoque de cambio sistémico y global pero con un fuerte enraizamiento local, aprovechando oportunidades generadas por la incertidumbre de un mundo complejo, bajo un liderazgo colectivo, una estructura en redes de personas, unos mecanismos de democracia horizontal efectivos, unas herramientas tecnológicas a su servicio, y en confluencia con colectivos diversos atravesados por movimientos sociales amplios, contribuyen a construir equidad y soberanías en lo local, compartiendo hacia lo translocal, para aportar vías de salida a unos determinados retos socio-ambientales a los que se enfrenta una comunidad concreta. Cuando estos retos son causa (mitigación) o efecto (adaptación y resiliencia) de la crisis climática, entonces hablamos de innovación social por el clima. A partir de ella, añadiendo la importante dimensión económica, llegamos al emprendimiento social: toda aquella innovación social que, apoyada en modelos de generación de recursos inclusivos, cooperativos y sostenibles, permite escalar la magnitud o el impacto del cambio social, desde la regeneración interna de la economía.

Debo confesaros que hoy en día (2030) les estamos quitando el apellido: innovadoras, emprendedores y economías son todas sociales ya. El fin era el medio. Lo social era lo ambiental. Lo entendimos a tiempo. En la próxima carta os contaremos cómo lo hicimos, con el foco en lo más cercano, pues el nuevo mundo lo construimos a trozos, muchas personas pequeñas, en muchos pequeños lugares. Os contaremos cómo hicimos la Revolución en mi Málaga: desde el barrio de Lagunillas, la Red Málaga por el Clima, o la legendaria Casa Invisible y sus increíbles Superheroínas.

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