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Sobre este blog

En Abierto es un espacio para voces universitarias, políticas, asociativas, ciudadanas, cooperativas... Un espacio para el debate, para la argumentación y para la reflexión. Porque en tiempos de cambios es necesario estar atento y escuchar. Y lo queremos hacer con el “micrófono” en abierto.

Expandamos la imaginación: por una nueva Constitución

El 67% de chilenos a favor de nueva Constitución 101 días antes del plebiscito

Jesús Iglesias Saugar

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Soñar en grande, ampliar los límites de lo posible a lo necesario, ir a por el todo. ¿Quién no desea con fervor ser parte de un proyecto compartido de vida que ilusione y nos dé sentido? Pues bien, de las fauces de la presente calamidad emerge la posibilidad: repensar la Constitución para reflejar nuestra imaginación. “Ojalá vivas en tiempos interesantes”, anhela y advierte una maldición China. Tiempos en los que conviven las dos caras opuestas de la realidad: el peligro y la oportunidad. Tiempos que requieren dar un paso al frente, con valentía colectiva. Tiempos para repensarnos, fijar nuevas prioridades como país, y forjar un nuevo pacto social, una nueva Constitución, mediante participación ciudadana inclusiva, horizontal y vinculante.

Las lecciones de la historia

Vivimos la peor crisis de los últimos 100 años, pero también un instante de los que redefinen las reglas y el tablero de juego. Y quien lo hace gana la partida 9 de cada 10 veces. Ante semejante ocasión muchos jugamos nuestras cartas. Algunos nos quieren hacer retroceder 40 años, como el Gobierno de Trump y su reciente eliminación de protecciones ambientales esenciales. O la Junta de Andalucía con el decretazo-ley 2/2020, aprobado en pleno pico de la pandemia (2 abril), que supone un grave retroceso en el ordenamiento jurídico. Por fortuna, ha habido reacción: 80 colectivos han presentado un recurso de inconstitucionalidad. Es la Doctrina del Shock de Naomie Klein: cuando el foco de la atención social se dirige a una terrible amenaza urgente (real como el Coronavirus, o fabricada como la guerra de Irak de 2003), en la sombra se aprovecha para justificar falazmente cambios normativos impopulares.

Históricamente, las fórmulas mayoritariamente utilizadas para “salir” de las crisis se han alzado sobre una desregulación de la economía, es decir una pérdida de derechos sociales. Basta con remontarnos a la crisis financiera de 2008 por la que aceptamos los recortes de servicios públicos básicos, el rescate multimillonario a bancos en vez de a familias y pequeñas empresas, el freno a las energías renovables, o la vuelta a la especulación inmobiliaria. El resultado es bien conocido: España ha sido el país de la OECDE donde más ha crecido y se ha enquistado la desigualdad, se ha continuado devastando la costa, los hábitats naturales y la biodiversidad, incrementado la pobreza infantil y juvenil, expulsado a miles de residentes por la burbuja inmobiliaria, o alejado de la imprescindible transición ecológica. Aprendamos las lecciones de la historia.

Democracia directa para saltar al futuro

Algunos nos quieren hacer retroceder 40 años. Pues bien, empujemos para avanzar 50. Que no nos acoten falsa e interesadamente el tema de la conversación entre el ahora y el pasado, entre tu bandera y la mía, entre la libertad individual y la salud pública. Expandamos el espacio de la transformación para situarlo entre el presente y el futuro deseado, centrarlo en lo importante (derechos y garantías), y multiplicar la cooperación por lo común.   

La oportunidad es ahora: una reciente encuesta manifiesta que 9 de cada 10 ciudadanos abogan por alcanzar grandes consensos para reconstruir el país. La Constitución Española de 1978 resulta ya insuficiente para afrontar la nueva situación, en el seno de una sociedad distinta. Reformarla urge. Pero la propuesta va más allá, va de retomar las riendas de nuestro propio destino. De evolucionar, aprendiendo por el camino, de una democracia representativa corrompida a una democracia directa para hacer política, aquel arte de gestionar lo común por y para el pueblo. Annie Leonard lo plasmaba con elegancia: “una democracia real es prerequisito necesario para un planeta sano”.

La regeneración debe empezar por la raíz: solo con más y mejor democracia refundaremos la democracia. Un proceso re-Constituyente (elaboración de una nueva Constitución para reconstituirnos como sociedad) materializado vía participación ciudadana inclusiva, horizontal y vinculante es sin duda el mejor garante de un futuro justo, digno y verde.

Claro que es posible, ya está sucediendo

“Era imposible hasta que alguien lo hizo”, susurraba Mandela. Que se lo digan a él, Madiba, que de 30 años preso pasó a Presidente y terminó con el inquebrantable Apartheid. Sí, la historia está repleta de cambios previamente impensables e impredecibles. ¿Quién le iba a decir a los alemanes en 1989 que el 9 de noviembre caería el Muro de Berlín? ¿O a la comunidad científica de principios del siglo XX que Einstein formularía la Teoría de la Relatividad en 1.905? ¿O a una chica de 15 años sola en huelga escolar por el clima en el verano de 2018, que meses después inspiraría un movimiento de millones de jóvenes en pie por su futuro?

Incluso si nos dicen hace 6 semanas que las íbamos a pasar en confinamiento, con la economía global parada, desde luego nos hubiera parecido una locura. Como consecuencia, por ejemplo, la contaminación del aire ha disminuido a la mitad en los 80 municipios más poblados de España, un factor detrás de 10.000 muertes anuales en nuestro país, y 8,8 millones en el mundo según la OMS. Tenemos derecho a respirar aire limpio, y es posible como vemos, pero requiere medidas estructurales.

Y qué decir de su hermana, la crisis climática: estos 4 meses de disrupción económica mundial se estima que ya han hecho caer las emisiones de carbono en un 5%. El IPCC de Naciones Unidas fija en un 7,6% anual, durante esta década, la caída necesaria para limitar el calentamiento global por debajo de límites “seguros”. Algunos empezaban a decir que se trataba de una utopía ... quizás la utopía sea el crecimiento económico infinito en un planeta finito. 

En el imaginario de la cultura del consumo es más fácil concebir el fin del mundo que el del capitalismo. Pero hay más culturas, más pasados y más futuribles. Recordemos siempre las cosas tan inimaginables que han sucedido, porque ni tan siquiera ellas nos dan una medida de las que vendrán. El lado del que caerán depende de nuestra implicación. Si el pasado es una pequeña antorcha en las oscuras cuevas de Altamira, el deseo y el esfuerzo colectivo son nuestra senda de salida.  

Que no nos digan que no podemos cambiar la Constitución, cuando ya se reformó por la vía exprés y sin consulta ciudadana en 2011 (el famoso artículo 135), a petición de los mercados que no de la ciudadanía, para priorizar la devolución de la deuda pública a grandes agentes económicos frente a las inversiones sociales.

Que no nos digan que las asambleas ciudadanas no funcionan, pues ya lo han hecho. En países como Suecia, Francia, Reino Unido e Irlanda, se ha debatido y decidido sobre temas que van desde el clima al aborto. Incluso un “Gran Debate” consultivo sobre las prioridades nacionales se ha mantenido recientemente en Francia a raíz de las demandas de la sociedad civil organizada. En EE.UU., 526 personas diversas participaron en septiembre pasado en “America in one Room”, un fin de semana para tratar los principales asuntos políticos del país: desde las migraciones, al cambio climático y la sanidad. Uno de los logros más destacables de semejante experimento de “democracia deliberativa” fue el aumento de la confianza en el propio proceso democrático, que se dobló del 30 al 60%. En términos más específicos sirva de ejemplo el caso de Islandia que tras la crisis de 2008, puso en marcha un procedimiento abierto para desarrollar precisamente una constitución colaborativa, con sus aspectos de mejora y aprendizajes desde luego, pero como interesante precedente histórico.

Cambio social en acción: el viaje al centro de las ideas radicales

Ideas que antes eran marginales (en los márgenes) ahora están muy cerca del centro del escenario político. Me vienen a la cabeza dos ejemplos de vasta trascendencia: el movimiento feminista y cómo nos va acercando a la igualdad de género en todas su dimensiones, por el esfuerzo de millones de mujeres que han luchado por sus hijas y nietas durante siglos. O la renta básica universal, una idea a la que ha llegado su momento, como denota la confluencia de colectivos diversos que la demandan con fuerza para paliar la descomunal crisis social actual, y la desigualdad y pobreza sistémicas que subyacen. Evolucionamos, la rueda del cambio social gira, sin darnos cuenta y a gran velocidad. 

En EE.UU., puede que el tío Bernie Sanders haya puesto fin a su carrera presidencial, pero el movimiento que impulsa ha inspirado a toda una generación, convirtiendo en centrales ideas consideradas excéntricas hace pocos años: un salario digno, una sanidad y educación públicas y universales, o el “Green New Deal” para la transición ecológica de la economía. Como resultado, las luchas sociales se han unido en solidaridad, y el gigante del pueblo ha despertado. Ahora todo puede suceder, hasta el equilibrio en la fuerza puede volver.

Entre mis descubrimientos sociales más prometedores de estos días destaca la impresionante viralización (buena) de una lista de pasos para “prepararse para el colapso del sistema económico” de Bill Mollison, uno de los artífices de la filosofía de la permacultura, con sencillas recomendaciones para relocalizar nuestras vidas, involucrándonos en grupos humanos de cuidados y afectos, centros socio-culturales auto-gestionados, y proyectos comunitarios de producción y auto-consumo de alimentos.

Órdago a la grande: que el pueblo mande

Otro aprendizaje reforzado por la pandemia proviene de años en movimientos sociales: la estrategia de defender derecho a derecho, especie a especie, paraje a paraje, es perdedora. Llevamos 50 años así, a la defensiva, gastando mucha energías y cediendo terreno. ¿Por qué afanarnos en atomizar las causas, cuando podamos blindar y expandir todos los derechos mediante nuevas reglas y apoyos? La oportunidad es de ese calibre. Hay que echar un “órdago a la grande”, como se dice en el Mus (juego de cartas), una enmienda a la totalidad. Hay que cambiar la Constitución. Y más.

Y la Economía, pues la justicia social sólo se alcanza con equidad económica. Las políticas sociales y ambientales son políticas económicas. Los derechos humanos y sociales listados en la Constitución prevalecerán si y solo si se les dota, en el mismo texto y en las leyes y presupuestos que deriven, de mecanismos y medios económicos adecuados. Tal y como hicieron los mercados en 2011. Ni más ni menos.

Así, lanzo con valentía una petición online por un proceso de participación ciudadana para la elaboración de una nueva Constitución que refleje un nuevo proyecto colectivo de país. El propósito de fondo es dinamizar este vital debate. A algunas personas les llegará la idea, otras se apropiarán de ella, y otras ampliarán el reino de lo posible. El cambio social es impredecible, pero siempre merece la pena. El periodista Anand Giridharadas nos lo dibuja como nadie: el objetivo es cambiar el sistema, pero el camino es cambiar los corazones. ¿Qué me dices, nos vamos de viaje, corazón?

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