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Tiempos de hipocresía

Moreno, entregando el Premio Iberoamericano Torre del Oro al expresidente del Gobierno Felipe González, este jueves en Sevilla

Manuel Gracia Navarro

21 de septiembre de 2023 20:42 h

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Dice el Diccionario de la lengua española que la hipocresía es el “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”. Viene a cuenta esta definición de algunas situaciones, hechos y afirmaciones que están dándose profusamente en estas últimas semanas en nuestra vida política.

Estamos viviendo unos tiempos muy extraños, en los que dentro de unos días se celebrará el debate de una investidura que su propio protagonista da por fallida pese a lo cual traslada el foco de la atención pública al de la investidura hipotética de su oponente; unos tiempos en los que el candidato actual se resiste a decir algo sobre el supuesto proyecto que ofrece a la sociedad española y para cuyo apoyo se supone que solicitará el voto favorable en las Cortes Generales en breve, salvo decir que no a lo que le han pedido algunos de los partidos con representación parlamentaria, y alarmarnos a todos con las apocalípticas y dramáticas consecuencias que tendría la posible investidura de su oponente. Pero de su política sobre las pensiones, sobre la educación, la sanidad, o la respuesta a la crisis climática, nada de nada; sobre la reforma laboral, sobre el salario mínimo, sobre la precariedad laboral, nada de nada. Eso no toca ahora.

Es la misma estrategia de siempre: cuando la derecha no puede gobernar, se desata la tormenta perfecta sobre el futuro de España con el anuncio de catástrofes futuribles, bien sea el hundimiento de nuestra economía o la destrucción del estado de derecho

En lugar de todo eso, a lo que se dedica el candidato, con la inestimable colaboración de sus corifeos mediáticos, es a intentar generar un clima político de crispación, miedo y preocupación en el que todo vale, desde llamar a la “rebelión nacional” por boca de su valedor espiritual, hasta intentar presentar como avalistas de su política a quienes no hace tanto tiempo eran mucho más que sus adversarios. Una vez más, igual que con Felipe González antes y después con Zapatero, se invocan los demonios nacionales de la ruptura de la unidad de España para frenar la posibilidad de un gobierno progresista.

Es la misma estrategia de siempre: cuando la derecha no puede gobernar, se desata la tormenta perfecta sobre el futuro de España con el anuncio de catástrofes futuribles, bien sea el hundimiento de nuestra economía, la ruptura de nuestro estado del bienestar, o la destrucción del estado de derecho. Pero nunca se han cumplido tales augurios con los gobiernos socialistas, más bien al contrario. Es el PP – el de Feijóo - quien gobernó la mayor crisis bancaria de nuestro país haciendo caer el coste de la misma especialmente sobre las espaldas de los trabajadores, desempleados y pensionistas; es el PP quien ha gobernado el mayor deterioro de la sanidad y la educación públicas de nuestra historia; es el PP quien demostró ser totalmente incapaz de evitar la celebración de un referéndum ilegal de independencia en Cataluña; y es el PP quien se burla del Estado de derecho desde hace cinco años incumpliendo descaradamente la Constitución negándose a renovar el Consejo General del Poder Judicial.

En esta ocasión los tintes negros llegan al límite de la pura y simple hipocresía. Con mis ojos y mis oídos he sentido en el Parlamento de Andalucía cómo la derecha, de la que formaba parte entonces y ahora Moreno Bonilla, la misma que denigraba a Felipe González exigiéndole que se marchara, la misma que le negó varias veces el título de Hijo Predilecto de Sevilla, la misma que le calificaba de bonapartista y soberbio, ahora le ensalza y le encumbra como hombre de estado y como modelo de liderazgo, e incluso le proclama “el mejor Alcalde de Sevilla”. Y todo porque conviene a sus intereses utilizar las opiniones del ex Secretario General del PSOE en su intento desesperado de impedir la posible investidura del actual Secretario General, Pedro Sánchez, como Presidente del Gobierno. Podrían hacer caso de muchas otras cosas que dice Felipe, pero solo les interesa aquello que les viene bien a sus intereses, para tapar su escandalosa incapacidad de asumir que el resultado de las elecciones no les permite gobernar.

Hipocresía es también que quienes son cómplices en los gobiernos de Comunidades Autónomas y Ayuntamientos con la extrema derecha quieran dar lecciones de sentido de Estado y defensa de los valores constitucionales que pisotean un día sí y otro también en cuestiones como la violencia machista y las políticas de igualdad, las políticas migratorias o la organización territorial del Estado. Hipocresía, en fin, es que aquellos que denominaron a ETA en plena ola de asesinatos de la banda terrorista como “movimiento vasco de liberación nacional”, los que acordaron traslados masivos de presos de ETA, los mismos que pactaron con el nacionalismo catalán cuando precisaron sus votos, los que acaban de afirmar que el partido de Puigdemont es un partido perfectamente legal y reconocido, pretendan montar el mayor aquelarre político y mediático que se recuerda desde los tiempos del “váyase señor González”.

Se les nota que están sobreactuando, que están fingiendo un nivel de amenaza y de peligro para el futuro de España que solo sus incondicionales y algunos ilusos comparten. La mayoría sabemos que, una vez más, la derecha crispa, insulta y amenaza con el apocalipsis porque no tiene otra política seria que llevarse a la boca. Hipócritas, eso es lo que son.

 

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