Agapito Chuctaya sumerge una mazorca de maíz oscuro en un vaso de agua. Ante los ojos de los asistentes, el agua comienza a teñirse. “La biodiversidad puede tener diferentes formas y aplicaciones”, apunta este científico peruano, revelando así que los tintes naturales ofrecen una alternativa a los colorantes artificiales y contaminantes de la industria textil. La experiencia andina de Chuctaya revela otra mirada en la lucha contra el calentamiento de la Tierra, pues en el Congreso Internacional de Cambio Climático de Huelva también hay sitio para la innovación. Aunque sea una innovación ancestral.
Silvia Muñoz sube al escenario principal de la Casa Colón. “Lo que llevamos puesto dice mucho de nosotros y de las personas que la fabrican”. Muñoz, presidenta de la Asocación de Moda Sostenible de Andalucía (AMSA) habla sin pelos en la lengua: “creemos que no puede haber algo bello que esté hecho bajo condiciones infrahumanas”.
Por eso, lucha por impulsar, desde Andalucía, una propuesta de moda que sea ética y estética. “Hay que eliminar los tóxicos de las prendas, sobre todos los tintes, ya que perjudican la salud del que lleva la prenda, del que la produce y del agua que se vierte a un medio contaminado”. La ‘moda basura’ (fast fashion) no sólo contamina las aguas, sino que al externalizar en países del Sudeste Asiático, por ejemplo, genera mucho transporte y un enorme volumen de dióxido de carbono, uno de los gases aceleradores del cambio climático. El planeta se convierte, literalmente, en una víctima de la moda.
Frente a ese escenario, la moda sostenible apuesta por lo local. En el caso de Andalucía, la piedra angular es el cáñamo, que emplean diseñadora como Juan Barranco, ya sea al 100% o mezclado con seda. “Se trata de una manera de reactivar la economía, crear empleo, a la vez que respetamos el medio ambiente y las condiciones laborales”, subraya.
De lo que llevamos puesto a lo que comemos. La propuesta de Héctor Barco también es sencilla, pero práctica y afinada: hay que acabar con el despilfarro alimentario. De los 4.000 millones de toneladas de alimento que producimos, 1.300 millones como mínimo van a la basura. Uno de cada tres. Desperdiciamos la mitad de las frutas y las verduras, tiramos a la basura 75 millones de vacas al año. “Se trata de un problema social y ético. Lo que debería ser comida lo acumulamos como basura tontamente. No se trata sólo del producto, sino del agua y los recursos que necesitamos para producirlo. Es ahí donde aparece el problema del cambio climático y de las emisiones de gases de efecto invernadero”, aclara.
La solución es simple: dejar de tirar tanta comida a la basura. Hay empresas sociales que recogen lo que queda en el campo, supermercados que venden frutas y verduras feas a precios más económicos o asociaciones capaces de recoger 70.000 kilos de alimento de los hoteles más importantes de Barcelona. En el caso de este profesor de la Universidad de Deusto, su proyecto Waste 4think se ha marcado la ambiciosa meta de que un municipio al completo baje las tasas de despilfarro. “No hay que hacer grandes sacrificios, ya que solo reduciendo tasas de despilfarro, estaríamos contribuyendo a reducir el problema del cambio climático. Cada pequeña iniciativa vale”, sentencia.
El valor de un árbol: treecoins
Tan pequeñas que son invisibles son las ‘treecoin’: monedas virtuales (criptomonedas), que “crea bosques sostenibles para disminuir la pobreza, la emigración y el cambio climático”. ¿Y por qué no?, se pregunta Mario Robles del Moral, impulsor de este proyecto que pretende que empresas y particulares inviertan un euro por cada tonelada de CO2 y crear bosques. “Un bosque que es rentable, arde muy difícilmente. Con las emisiones que generamos en un año, podríamos plantar 6.000 millones de árboles. Y para eso hace falta mucha gente trabajando, viveros y hacerlo de manera sostenible y rentable”. Según explica, no se trata de que quien contamine, pague, sino de que: “Quien descontamina, gana”, ya que el dólar que se invierte, lo sigues teniendo en el bolsillo.
El mundo entendido como un paciente que tiene solución y al que se le pueden aplicar terapias como la del tree-coin. “El planeta es un organismo que puede ser tratado bajo una mirada biomédica. El Niño o la Niña tienen un efecto en la mortalidad de España a pesar de que es un fenómeno del Pacífico. Esto demuestra que el planeta y sus población están ligadas y que los efectos negativos pueden ser revertidos”, ejemplifica Ricardo Roa-Castellanos. Frente a una mirada catastrófica del cambio climático, la visión biomédica de Roa-Castellano propone una respuesta armónica de la humanida, libre de dogmatismos y abierta a nuevas ciencias que ofrezcan soluciones a ese paciente enfermo llamado planeta Tierra.