“La Esmeralda combatió la intransigencia del franquismo con humor y amor”
Ha viajado por medio mundo, creado una saga de libros policíacos protagonizadas por el Inspector Jiménez, escrito una serie para televisión, contado chistes para una audiencia (casi) tan grande como las gradas del Bernabéu desde su cuenta de Twitter, dado una charla Ted, publicado columnas en eldiario.es Andalucía y coordinado la web de la selección española de fútbol. Cosa que sigue haciendo. Mientras tanto, se ha casado (dos veces, dice), ha tenido un niño (de casi tres años) y boxea en Madrid mientras canturrea La pared de Bambino.
Ahora, en un nuevo giro a su vertiginosa vida, Julio Muñoz, alias Rancio, ha sacado un libro infantil ilustrado y escrito con mimo, La mejor ciudad del mundo (El paseo), que ha sido el bestseller de la Fnac de Sevilla, y una agenda llena de efemérides rancias de las que le gustan a él y a sus miles de seguidores. Por el cuento transitan esos personajes con los que el periodista sevillano considera que la ciudad tiene una deuda: la Abuela del Winston, El Pali, Anselma Giménez, Pantojita, la Esmeralda, Paco Gandía o su adorado Silvio, entre tantos otros.
No se cansa de inventar y crear nuevos proyectos. Nos da una primicia: se estrena sobre las tablas con El asesino de la regañá, la adaptación de la novela que le hizo famoso. En mayo llega a la sevillana Sala Cero. Para ello, ha tenido que comprar los derechos de sus propios libros, pero jura que no le volverá a ocurrir: “Me doy con la piedra, pero no me encapricho”.
Cuenta que escribió 'La mejor ciudad del mundo' para su hijo, porque veía carencias en la literatura infantil: ¿Cuáles diría que son?
Me daba cuenta de que cuando haces un libro, se lo quieres vender al máximo de gente posible, da igual que sean de Oslo, Capileira o El Ronquillo (Sevilla). Hablan de lugares muy neutros, como una playa o una carretera y me daba pena, porque desaprovechas la oportunidad de hablar de sitios concretos. El libro es un homenaje a mi hijo, que es de padres sevillanos, pero nacido en Madrid. Quería que conociera los orígenes de sus padres. Quería que además de útil para el niño, fuera divertido para el padre, reivindicando además a esos héroes anónimos con los que la ciudad tiene una deuda.
¿Como La Esmeralda?
Sí, La Esmeralda nació hombre, pero se travestía. Lo hizo en un momento de represión franquista, lo que la convierte en una heroína. Me parece muy bonito que combatiera la intransigencia y el desprecio con humor y amor. Es un retruécano muy guapo, porque tenía su propia caseta, vendía muchos discos y contaba chistes.
¿Qué aporta El Ombligo de Sevilla, sito en la Plaza de España, a su historia?
No podía dar a conocer sólo lo bonito de Sevilla, el libro se me quedaba cojo. En mis novelas siempre hay un punto crítico hacia la ciudad. La mejor manera era poner un ombligo grande, que intenta que el protagonista no mire más allá.
Es decir, que se convierta en un tipo rancio. Cuentan que con 18 años, en primero de periodismo, lucía pelo teñido de rubio con agua oxigenada: ¿Eso es de rancio o de lo contrario?
Eso no es de rancio, es de anti-rancio. Me lo hice con andina, que es lo que se echan las viejas para no depilarse. Además, llevaba un collar de surferito con cuentas blancas, que era un espanto absoluto. Al final no deja de ser lo que yo vengo reivindicando: que tenemos que ser un poco complejos y que la mayor pena es no ser contemporáneo de tu propio tiempo. Yo empecé siendo heavy, luego me hice cani porque llevaba un Vespino, pero como me di cuenta de que no ligaba, me convertí en pijo. Mi padre me llevaba a la cofradía de Los Servitas, ellos se reían de mí y yo de ellos. Eso es lo que me gusta de la ciudad, que es una ciudad inclusiva. En Sevilla, aunque no lo parezca, los compartimentos no son tan estancos.
Quizás es que en Sevilla, al contrario que, por ejemplo, Estados Unidos, los barrios no están tan segregados por clases.
No lo había pensado, pero es verdad que en la Alameda te encuentras en el mismo sitio los casoplones y las infraviviendas de las prostitutas. En Los Bermejales hicieron los Helios (pisos de lujo) y al lado construyeron viviendas de protección oficial, de manera que los ricos vivían junto a gitanos, que metían un burro en la casa. No creo que Sevilla sea tan clasista, pero como existe el tópico, lo amplificamos mucho en cuanto algo nos lo confirma, dándole voz a gente que intenta perpetuar esas diferencias. Cuando te fijas solo en la fachada del sevillano, confirmas el tópico, pero todos tenemos más enjundia.
¿Qué le ha animado a hacer una agenda con efemérides ranciamente sevillanas?
Veía las agendas que tenía habitualmente y que relataban cosas inútiles: ¿Pero cuándo voy a tener un colega que se llame Agripino? Me parecía un espacio desaprovechado. Los de Superbritánico me dijeron que a la gente le gustan mucho las agendas, se lo conté a mi editor y la hicimos en tres meses.
¿Qué recuerdos guarda de su etapa de reportero de Andaluces por el Mundo, el programa de Canal Sur con el que viajó por Sudáfrica, Finlandia, Camerún, Dubai…?
Me he acordado mucho de esa etapa haciendo el libro y la agenda, porque son dos libros para sevillanos que viven fuera. Paseé por todo el planeta y me pasaron muchas cosas. En Sudáfrica nos metimos en un mercado y tuvimos que salir corriendo, porque nos pusimos a grabar un tenderete en el que vendían partes de cuerpos humanos. Resulta que en Sudáfrica hay muchas desapariciones relacionadas con ritos de magia negra. En Dubai, por ejemplo, nos metimos en la residencia de verano de un jeque, que estaba abierta y se llamaba Algotoc Palace. Nos rescataron unos jardineros en pickup, mientras un nota nos ‘escoltaba’ con una cimitarra. El cámara me grabó por si nos mataban, para que hubiera alguna prueba.
¿Qué aprendió durante aquellos años de reportero por el mundo?
Me sirvió para perder un montón de miedos. Era un toro, tenía siete días en los que había que traer siete reportajes y debía de estar muy vivo. En Marruecos, por ejemplo, se me cayeron todos los personajes y dando un paseo para despejarme, escuché hablar en andaluz y resultó ser de La Línea (Cádiz). Le pregunté si tenía algo que hacer mañana por la tarde, me dijo que no y le contesté que ya tenía plan. Aprendí a tener soltura y rapidez, a la hora de resolver las cosas.
¿A qué países se quedó con ganas de ir?
A Cuba y la India. A Cuba no fuimos nunca, porque estábamos esperando a que se muriera Castro. Quería ir a Cuba, porque es una especie de oasis, un anacronismo. Hoy en día es muy difícil encontrar un sitio realmente diferente de donde tú vives, porque en todos lados hay un H&M, un Zara y un McDonald's, está todo muy globalizado. La India me apetecía por el exotismo. Islandia es el único sitio que es radicalmente distinto: aquello es una marcianada, no tiene nada que ver con nada que conozcas. Y a Tokio también tengo ganas de ir: es tan capitalista que no es ni capitalista.
¿Se ve dentro de diez o quince años dedicándose solamente a la literatura?
Ojalá escribiera un pelotazo como Harry Potter, aunque no creo que dejara de trabajar, me pediría una excedencia. Si solo me dedicara a escribir, terminaría demasiado viciado, necesito de otros estímulos. No quiero convertirme en un tipo como Rousseau, que no había salido nunca de París y pintaba cuadros de selvas. Aunque sea ficción lo que escriba, quiero que tenga siempre pie de realidad.
A Eduardo Mendoza, premio nacional de literatura, se le considera el cronista de la Barcelona más cañí: ¿Lo tienes entre sus referentes?
Sí, a mí Sin noticias de Gurb me encantó. Quizás no sea de manera consciente, pero ese libro me encantó y le he dado un montón de vueltas. Aunque yo me encuentre a una millonésima escala de él, tenemos cosas en común. Lo mío es más simplón, pero coincido con él en retratar lo que se ve en las calles.
Tras escribir cuatro libros policíacos de humor, en los que le toma el pulso a la ciudad de Sevilla: ¿Se ve siendo el Mendoza del sur?
No lo sé, ojalá. La verdad es que me apetece escribir otras cosas. Tengo ganas de salirme de eso. Ya tengo en mente la siguiente novela, pero tengo que hacer otras cosas, ya veré el formato. Me gustaría que cuando ya no tenga más ganas de escribir, haya hecho muchas cosas distintas. Me gustaría hacer algo más emocional.
¿A qué se refiere?
Igual que tenemos personajes que son muy nuestros, también hay emociones muy propias de nuestra manera de ser. Quiero hacer una novela que no sea de humor y que explore todo esto, los rasgos comunes de una persona del sur. Quiero escribir historias de Sevilla que han quedado un poco en el olvido. Tengo muy claras las líneas generales, pero todavía no lo he bajado a la tierra.
Trabaja como coordinador de la web de la Selección Española, escribe más de un libro al año, boxea y no para de ingeniar nuevos proyectos: ¿Cuál es su receta para ser tan prolífico?
No lo sé. Trabajo, hago deporte, estoy con el niño, pero tengo muy claro que tengo muy poco tiempo y que lo tengo que aprovechar intensamente. La agenda me la he currado en el tren de ida y vuelta al trabajo. La clave es hacer cosas que haría en mi tiempo libre, pero que terminan produciendo una serie, un corto o un libro. Eso sí, cuando tengo un momento para descansar es descanso intensivo. Esta semana en Sevilla me ha cundido como un mes, porque he disfrutado de cada cerveza en El Salvador.
Hablando de cervezas en la céntrica plaza de El Salvador: ¿Cuáles son sus rincones favoritos de Sevilla?
El Salvador, que es como mi cuartel general, la plaza de Santa Marta, al lado de la Giralda, la plaza del Cabildo o el Jueves, un lugar mágico, que me hace sentir en casa, al verle la cara a los mismos vendedores de siempre, mientras venden las mismas porquerías de siempre, como si fueran tesoros, que lo son. Tendría que haberlo metido en el libro infantil.
¿Y sus rincones ‘sevillanos’ de Madrid?
La Venencia, que es El Pepe el Muerto de aquí. Tienen vinos de jerez, no te dejan hacer fotos, son gruñones, está lleno de mierda y solo hay mojamas y aceitunas. Como ese, hay mil. Lo que me hacía feliz en Sevilla, me hace feliz en Madrid. Yo sabía que en Madrid lo sería.
¿Y que es lo que le hace feliz de Madrid?
Manejarla andando, me da mucha paz ir a los sitios caminando. La cabra tira al monte y al final te encuentras a gente como tú, como Óscar ‘Rayito’ Sánchez, que tiene un club boxeo debajo de mi casa, que se ha puesto de moda y al que van Vicky Martín Berrocal o El Cordobés. Si vieras lo especial que es hacer boxeo a última hora del día y que me ponga Bambino en el Spotify, pegándole hostias a un saco mientras canto La pared. He terminado encontrando mi propia Sevilla dentro de Madrid.
Coordina la web de la Selección Española, un puesto envidiado por muchos: ¿Cómo es su día a día?
Organizo, corrijo textos y pacto con mi compañero, también sevillano, la estrategia de redes sociales. Cuando hay concentración de la selección absoluta, viajo con los jugadores en el mismo avión y me alojo en el mismo hotel. Como nunca había hecho periodismo deportivo, al principio me daba un poco de miedo enfrentarme a la élite. Me encontré a unos profesionales de élite, centrados, con los pies en el suelo y que son solo humildad. Eso me confirma una vez más que la receta en la vida es la humildad. Cuando te lo crees mucho, la hostia te está viniendo a la vuelta de la esquina.
¿Qué jugador le ha impresionado más?
Son muchos. Con Nolito me partía de risa. El liderazgo de Sergio Ramos no lo he visto en prácticamente nadie. Tiene en la mente todo el conjunto, es una barbaridad. Gente como Sergio han hecho que los andaluces perdamos los complejos. Cuando llegué a Madrid, me imaginaba con una gallina y una caja, que la gente se iba a reír de mí. Gente como él han conseguido que ser andaluz sea un activo en Madrid: tenemos fama de ser gente muy creativa y de trabajar con una sonrisa, algo que se ve hoy en día como una buena gestión de equipo.
Pero de Sergio Ramos se han llegado a burlar mucho. ¿Quizás por ser andaluz?
Al estar en la elite, siempre estás expuesto a que la gente te ridiculice. Estamos en un momento en el que todos parecemos venir tan de vuelta. Estuve en la exposición de David Bowie en Barcelona y pensé que ahora mismo sería imposible que hubiera una persona que nos uniera así. No nos dejamos admirar a nadie, no nos permitimos tener un ídolo. Parece que por admirar a alguien somos más débiles.
¿Qué es lo más emocionante que le ha ocurrido viajando con la selección?
Escuchar el himno de España en Maracaná. Lo que pasa es que después pusieron el brasileño y el estadio se pegó 30 segundos cantando el himno a capella y me di cuenta de que ya nos habían metido el 1-0.
Se declara feminista: ¿Ha reflexionado sobre el espacio que se le da al fútbol femenino en la selección española?
Es el futuro. La FIFA lo dijo en su momento: el futuro del fútbol pasa por la mujer. Me siento muy orgulloso de haber puesto en valor la selección femenina. Cuando empecé, a las niñas (de las categorías infantiles y juveniles) les preguntaba por sus ídolos y me hablaban de Torres, Raúl… Ahora me contestan que sus ídolos son Jennifer Hermoso o Verónica Boquete. Se las ha visibilizado y convertido en ídolos de las niñas que empiezan. El crecimiento está ahí, se avanza rápido y a los partidos en el Calderón acuden 10.000 personas, algo impensable hace tan sólo cuatro años. Para mí, es una reconciliación con el fútbol que había antes: más técnico, más creativo y que no se basa tanto en la potencia, en los kilómetros, en las zonas de calor.
¿Cuáles son sus próximos proyectos?
Una adaptación de teatro de El Asesino de la Regañá, que se estrenará en mayo en la Sala Zero de Sevilla. Me he comprado los derechos de mis libros, se habían reservado (los derechos de) las adaptaciones de las historias, así que tenía que hablar con la editorial. Ya no me la meten más: como dice mi abuelo, esto no es perder, es ganar para otra vez. Me doy con la piedra, pero no me encapricho.