INCENDIOS
Lo que pierde un pueblo tras el fuego: “Va a ser más difícil que la gente vuelva”
La devastación que han dejado las llamas del incendio forestal de Los Guájares, el peor fuego en Granada en los últimos 30 años, resulta desoladora. Caminar por lo que hasta hace un mes era un vergel y una de las zonas más bellas y visitadas de la provincia, deja un poso amargo. No solo por el olor a quemado aún evidente, pese a que las llamas se controlaron hace semanas, sino por cómo todo lo que un día fueron pinares, encinas y olivos, ahora dibujan un paisaje lunar en el que no parece que pronto vuelva a brotar la vida. Con el incendio extinguido, los lugareños de Los Guájares, Albuñuelas, Ízbor, Acebuches y Pinos del Valle tratan de recomponerse y descubrir qué pasará ahora con su futuro después de 5.200 hectáreas quemadas, campos de cultivo arrasados y una catástrofe que es visible desde buena parte de la Costa Tropical granadina.
La visita a la zona puede engañar al visitante si se adentra por El Pinar, el principal núcleo de población de Pinos del Valle. Allí, el verde es aún predominante y los pinos siguen erguidos porque las llamas les indultaron. Sin embargo, a poco que la curiosidad llame a quien quiera conocer qué ha pasado en el entorno de la Sierra de Los Guájares, es fácil sobrecogerse. Lo que hoy es una población que mira con pena y desesperación por lo perdido a su monte, hace un mes estuvo a punto de quedar reducida a cenizas. Solo la fortuna y el buen trabajo de los bomberos del Infoca obró el milagro.
Cinco días después de iniciarse las llamas el 8 de septiembre, el incendio estuvo a punto acabar con el pueblo de El Pinar, uno de los más poblados de la zona con alrededor de mil habitantes. Estuvo a punto de hacerlo porque el fuego se quedó a escasos metros de la ermita del Santo Cristo del Zapato. Un templo religioso en lo alto de la montaña que hace las veces de lugar de peregrinación espiritual y de atalaya en uno de los puntos más elevados de la zona. En la madrugada del 11 al 12 de septiembre, cuando horas antes parecía que el incendio quedaría controlado, el viento cambió y envió el fuego en dirección a una ermita que a sus faldas tiene un frondoso pinar que conecta con la población principal de Pinos del Valle y que, de haber ardido, no habría tenido solución. La ermita parece mirar de forma milagrosa al entorno devastado.
Alba Romero, una de las vecinas de esta sierra, recuerda el fuego y habla de “días duros, de miedo, rabia e impotencia”. Siente pena al pensar en cómo muchos de sus vecinos han perdido “campos de aguacates, olivos y almendros”, que eran el motor económico de uno de sus entornos que ahora se engloban en la España Vaciada. Hace 30 años, la Sierra de los Guájares duplicaba su población actual, que no llega a 3.000 personas entre todos los núcleos. “Ahora será mucho más difícil que la gente vuelva aquí”, dice otra de las lugareñas. “Lo peor fue la tarde-noche del lunes 12 de septiembre cuando el fuego estuvo muy cerca de los pueblos de Ízbor y Acebuches. Fueron los vecinos que más miedo pasaron. Muchos de ellos cogieron las cosas y se fueron por temor a que llegasen las llamas y por el humo, ya que aquello era insoportable de respirar. Esa noche estaba yo allí y pasé bastante miedo. Recuerdo esos días y se me pone la piel de gallina”, relata Alba Romero.
“Llevamos advirtiendo de que podía pasar muchos años”
“Está todo hecho una pena, muchacho”, acierta a decir un hombre que lleva una azada con la que arranca todos los desperfectos que ha dejado el incendio y que se posa al lado de uno de los campos de labranza que se han visto reducidos a cenizas. No quiere hablar porque su mente sigue tratando de buscar explicaciones a por qué su vida y la de todos los vecinos del entorno ha cambiado para siempre. Por las canas que peina y su postura derrotada, no solo piensa en el futuro que no volverá, sino en todos los recuerdos que se han perdido. De ellos tiene toda una colección Francisco Titos, alcalde del PP en Pinos, que acompaña a elDiario.es Andalucía en la visita a la zona.
El regidor se crió en lo que hoy se conoce como Venta de La Cebada y que en el pasado fue un cortijo arrendado por su familia a uno de los terratenientes que siglo tras siglo han controlado parte de las hectáreas que se han calcinado. “Es duro ver cómo está todo esto. Por más que lo miramos no acabamos de creérnoslo”, dice. Francisco echa la vista hacia la que un día fue su casa, siendo entonces un niño, y da testimonio de una cruda realidad que explica también la virulencia del incendio: “Esta zona está abandonada. Desde que la gente de los pueblos empezó a irse porque la agricultura no les daba de comer, cada vez es más difícil que la tierra esté limpia porque tampoco hay ganado que pase por zonas en las que antes incluso había senderos”. A esto, dice, hay que sumarle unas “leyes medioambientales muy malas que han hecho personas que no han pisado nunca el campo”.
El alcalde de Pinos del Valle se queja amargamente de que están “atados de manos” para poder mantener limpios barrancos y montes. “Tenemos prohibido quitar una simple piña. Es incomprensible. Que venga alguien y nos lo explique”. Considera que, si la limpieza hubiese sido posible, como ha venido ocurriendo “desde siempre, las llamas no habrían sido tan intensas porque no habrían encontrado tanta vegetación seca que ha hecho de ”gasolina“. ”Eso lo sabe cualquiera que haya pasado una semana viviendo en el campo y llevamos muchos años advirtiendo de que podía pasar hasta que ha pasado“.
Varias líneas de investigación
La Guardia Civil, que está investigando sobre el origen del incendio, trabaja en varias hipótesis que corren de pueblo en pueblo casi tan rápido como las llamas. Hay dos principales y una tercera que parece responder más a las leyendas urbanas que circulan sobre este tipo de catástrofes.
La primera posibilidad es que el incendio se propagase tras descontrolarse una quema de rastrojo; la segunda -y más plausible para el alcalde de Pinos del Valle- es que un ajuste de cuentas provocó un conflicto con fuego de por medio que derivó en el incendio, mientras que la tercera opción habla de un incendio intencionado para poder construir desde una central de energías renovables hasta una línea de alta tensión. Si bien la Ley de Montes obliga a que pasen 30 años para que un suelo quemado se pueda recalificar, desde 2015 existe una excepción que permite sortear este obstáculo si la recalificación tiene “interés general prevalente”. Sin embargo, hasta el momento no hay indicios que permitan afirmar que este incendio guarda esa intención.
Lo que sí se puede afirmar es que caminar por esta zona es hacerlo por un lugar en el que sorprende ver cómo algunos árboles pintan de verde espacios completamente devastados. Ellos sí se han podido salvar y serán testigos de una reforestación que no podrá alcanzar el nivel que tenía hasta dentro de un siglo, pues muchos de los pinos y las encinas que ya no están tenían esa edad. “Es una pena cómo ha quedado todo. Esto tardará años y años en volver a ser lo que era: esos pinares, esos campos de cultivos… Se esperan meses de gestiones y de limpieza porque hay muchos pinos que están cerca de los pasos de gente y son un peligro”, dicen los lugareños.
Porque la sierra, que estuvo repleta de vida animal, sobre todo de jabalíes, ahora es silencio. En algunos puntos se pueden observar aún los restos calcinados de criaturas que no pudieron escapar de las llamas. Ahora, mientras se calculan daños y se negocia con las administraciones las ayudas que necesitan quienes han perdido el entorno que un día fue su casa, miran al cielo con la inquietud contraria a la que había hace un mes. “Entonces queríamos que lloviese sin parar para que se frenasen las llamas, pero ahora tenemos miedo a que caiga una gran tormenta que arrastre todo lo que está muerto y que no tiene vegetación que lo frene. Sería devastador”, dice Francisco Titos, alcalde de Pinos del Valle. Este viernes se celebró una reunión con todos los regidores de la zona y las principales administraciones para avanzar en soluciones. La primera toma de contacto fue positiva, aunque aún se están evaluando los daños para determinar la cuantía de las ayudas. “Esperemos que lleguen cuanto antes”, dice el alcalde.
Sequía
Lo que también desean los vecinos es que este incendio no pueda volver a ocurrir porque el campo esté cuidado y porque la sequía desaparezca. “No llovía tan poco desde hace 30 años”. Este hecho, unido a la falta de limpieza del monte y a que la meteorología, especialmente por el viento, se dieron la mano, convirtieron a la catástrofe de Los Guájares en una de las peores en la historia de la provincia. Sobre la gestión de lo ocurrido, bomberos del sindicato mayoritario del Infoca, CGT, hablan de problemas en la coordinación y la dirección del incendio. A la falta de efectivos se le sumó, según dicen, malas decisiones a la hora de atacar las zonas a las que podía avanzar el fuego. Extremos que desmienten desde la Junta de Andalucía al deslizar que la virulencia de las llamas fue consecuencia de la mala fortuna.
Independientemente de lo ocurrido, lo cierto es que la Sierra de Los Guájares tardará mucho tiempo en recuperar el verde y la vitalidad que la hacían tan especial. De hecho, es uno de los rincones de la provincia con más turismo rural y, como ocurre en La Alpujarra, lugar de retiro de europeos que se enamoran de la tranquilidad y la belleza de este entorno ahora quemado. Mientras los operarios de la Diputación de Granada limpian y cortan los restos de árboles que pueden caerse en cualquier momento, la vida se abre paso de forma silenciosa bajo la ceniza que acabará haciendo de abono. El alcalde de Pinos del Valle, Francisco Titos, ve luz en medio de la catástrofe: “Igual el verano que viene, si la lluvia respeta, podremos volver a ver el verde de los arbustos. Si se reforesta rápido, volveremos a ver árboles, pero aún tenemos que esperar, aunque ojalá no mucho. Necesitamos soluciones cuanto antes”.
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