Salvador Vila, el joven rector de la Universidad de Granada fusilado por los golpistas por “intelectual”
Salvador Vila Hernández (Salamanca, 1904) solo quería aprender y aportar al mundo sus conocimientos. Disfrutar de una vida entre libros y aulas. Entre tizas y pizarras. Con apenas 30 años logró ser catedrático y con solo 32, rector de la Universidad de Granada (UGR) sin saber que meses después la oscuridad de una fosa común sería su futuro. Hasta hoy. Al borde de una de las decenas que hay en el barranco de Víznar, Salvador Vila fue fusilado por los golpistas el 23 de octubre de 1936. La Universidad ha querido realizar un acto de reconocimiento y reparación a su antiguo rector y al resto de represaliados de la institución por el franquismo.
Una de las personas que más ha estudiado sobre su figura es Mercedes del Amo, profesora jubilada de la UGR. Ella escribió la biografía más completa que hay sobre un hombre singular y adelantado a su tiempo, como muchos de los que vivieron en la misma época que la Generación del 27. “Salvador Vila: El rector fusilado en Víznar”, es un libro esencial para conocer mejor quién fue y por qué la sinrazón acabó con la vida de una persona tan importante para la historia de la enseñanza universitaria española.
Mercedes del Amo insiste en que ni Vila ni ninguno de los profesores perseguidos en la Guerra Civil “cometieron ningún delito”. A su juicio, el único pecado en el que participaron fue “ser protagonistas de la Edad de Plata de España”. Según la define, este periodo constituyó “un movimiento de renacimiento tanto de la literatura como de las ciencias y las artes”. Empezó en el último tercio del siglo XIX y fue “brutalmente cercenado” en 1936 por el fascismo español.
Se basó en dos instituciones: en la Institución Libre de Enseñanza, que quería la alfabetización de una población con altos índices de analfabetismo y sobre todo enseñar a pensar libremente para que hubiese ciudadanos responsables; y en la Junta de Ampliación de Estudios que pretendía modernizar los estudios universitarios y en parte lo consiguieron renovando métodos y formas de hacer universidad. “Ese fue el gran pecado de las personas que luego fueron ajusticiadas, exiliadas o represaliadas”, sostiene Mercedes del Amo.
Un intelectual de mirada abierta
En ese contexto emerge la figura de Salvador Vila. Un joven al que la vida le había llevado sin atajos a ser una eminencia con apenas 30 años. En su Salamanca natal, pudo estudiar Derecho y Filosofía y Letras gracias a una beca de la Junta de Colegios Mayores de Salamanca. Con un mundo interior como el suyo y con las ganas de aprender como impulso, Vila acabaría marchándose un tiempo a Berlín donde conocería a su mujer, la alemana Gerda Leimdörfer, judía, que le acompañaría hasta el abrupto final de su vida.
Como explica Mercedes del Amo, Salvador Vila “obtuvo sobresaliente” en su formación universitaria y logró ser premio extraordinario de Doctorado con tan solo 30 años. Un currículum brillante que no le restó tiempo para ser políticamente activo, sino que le dio alas y herramientas para poder defender la libertad y las ideas de un mundo que tenía que avanzar. Mercedes del Amo considera que Vila y sus coetáneos tenían “además de un compromiso científico, un compromiso social y político”. A pesar de ser pocos, fueron “muy eficaces y eficientes” a la hora de expresar y promover sus conocimientos para lograr una sociedad más moderna.
Por desgracia, el clima político de España en aquellos años fue más que agitado y personas como Vila fueron rápidamente señaladas. Republicano de corazón y convicción, se mostró contrario a la dictadura de Primo de Rivera cuando era un joven de apenas veinte años. En 1926 fue deportado a las Islas Chafarinas por defender a Miguel de Unamuno, del que fue discípulo. Salvador formó parte de una protesta contra un miembro de la Universidad de Salamanca que había concedido la plaza de catedrático de Griego de Unamuno a otra persona, aprovechando que el escritor español estaba deportado en Fuerteventura por criticar al régimen. Por eso, acabó siendo castigado unos meses en las islas que se encuentran frente a las costas de Marruecos.
Perseguido por pensar
Conforme pasaron los años y Vila siguió engordando su currículum, llegando a trabajar como profesor de Literatura en Baeza (Jaén), el mundo que le rodeaba le abría puertas y le presentaba a intelectuales de la talla de Federico García Lorca, con el que macabramente compartiría asesinato en el barranco de Víznar; de Manuel de Falla, figura clave en sus últimos meses de su vida o de Emilio García Gómez, filólogo y arabista. Todos ellos tuvieron la mala fortuna de vivir en un país que empezó a estigmatizar a sus pensadores utilizando negativamente el calificativo de “intelectuales”. “Pasaron a ser un cargo punible, de tal manera que aquella persona que iba a juicio, si lo había, sabía que iba a tener una gran condena”, explica Mercedes del Amo.
De esa forma, la enseñanza en España sufrió la sinrazón de la guerra y la persecución del fascismo y el franquismo que se instaló con la dictadura de Francisco Franco. “La Universidad de Granada fue una de las más represaliadas del país. El profesorado, en gran parte, fue fusilado, se tuvo que exiliar o fue represaliado”. Un grupo de señalados en el que entró Salvador Vila. Como decía su suegro, según recuerda Mercedes del Amo, Vila era “socialista teórico, pero sin adscripción política”, lo que acabaría siendo un motivo más para que los golpistas le asesinasen.
En abril de 1936, como reconocimiento a una carrera extraordinaria y a una voluntad aún mayor por ser un hombre avanzado a su época, Salvador Vila fue elegido rector de la Universidad de Granada. Lo que debía ser una noticia feliz y motivo de orgullo, a las pocas semanas se convirtió en su sentencia de muerte. Cuando se encontraba de vacaciones en Salamanca junto a su mujer y su hijo, la Guerra Civil estalló. Los sublevados, que habían tomado Granada, le destituyeron como rector y la cuenta atrás de su vida se puso en marcha.
En octubre fue detenido por los fascistas en Salamanca y conducido de regreso a Granada. Antes del fatal desenlace, Manuel de Falla intentó salvarle la vida tanto a él como a su mujer, que también fue apresada y que logró salvarse por convertirse al catolicismo siendo judía. Pero Salvador Vila no tuvo opción. El 23 de octubre de 1936, hace 85 años, él y otras 28 personas fueron conducidas al borde de una zanja rodeada de cadáveres y fosas comunes. Allí, uno o varios disparos acabaron con una vida de luz y brillantez. Allí, sin razón ni motivo, Salvador Vila dejó de existir como persona, para hacer eterna su figura. Y allí, como el de centenares de personas, sigue enterrado su cuerpo, esperando a que el olvido no borre su recuerdo.
16